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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

martes, 17 de octubre de 2017

Woody Allen, por Miles Palmer.


EL SIMPATICO NEOYORQUINO

En estos tiempos en que los ocurrentes sostienen que para ser neoyorquino es preciso olvidarse de decir "lo siento", Woody Allen se disculpa más tarde que nadie. Hasta de ser él: el hombre siempre ha dicho que lamentaba no ser otra persona.

Allen Stewart Konigsberg nació en Brooklyn el primero de diciembre de 1935. Su padre fue sucesivamente camarero , chófer de taxi y grabador de joyería. Su madre llevaba la contabilidad en una floristería de Manhattan. Desde sus años de bachiller Woody escribía chístes, que vendía a una agencia de relaciones públicas la cual a su vez los hacía publicar en las columnas de cotilleo, puestos en boca de estrellas de cine que eran clientes de la agencia. Por esta época se cambió el nombre. En lugar de llamarse como la famosa cerveza, quiso evocar algo americano. En 1968, al cruzarse  los caminos de Woody con los del editor de films Ralph Rosenblum, ambos advirtieron que tenían mucho en común. En su libro "Al terminar la filmación empieza el montaje", Rosemblum, nacido en 1925, brinda una descripción objetiva y desapasionada de la comunidad judía de Brooklyn, dentro de la cual pasó los primeros veinte años de su vida:

Bensonhurst era más aseado, tranquilo y educado que el Bajo Este, siempre inclinado al jaleo, donde se apiñaban los inmigrantes pobres, cuyos usos y costumbres privaban. Se hubiese dicho que todos ellos aferraban desesperadamente al nicho que con tanto trabajo habían labrado para ellos. El provecho, el afán de superarse a sí mismos y una ruda noción de la practicidad regían todo. El régimen impuesto era poco alegre, acaso porque obedecía al peso de la gran depreción que se originaria en 1929. Diez años más tarde, cuando Woody Allen crecía en el mismo medio, los valores reinantes y su opresora conformidad eran aún los que prevalecían.





Al comenzar Woody su carrera de chistoso profesional, la tradición y la tecnología de la diversión habían alcanzado un desarrollo interesante. Buster Keaton, Harold Lloyd y Harry Langdon no dejaron de hacer reír hasta el advenimiento del cine hablado. En la década de los treinta, algunas de las estrellas de vodevil y de Broadway se pasaron al cine. Como ejemplos, basta citar z W.C.Fields, Jimmy Durante y Eddie Cantor. Más adelante, las tradiciones del vodevil iban a trasladarse al original y comediantes como Jackie Gleason, Sid Caesar y Milton Berle se transformaron en super estrellas del nuevo medio durante la década de los cincuenta.

En aquellos días toda la televisión se emitía en directo. Los actores no estaban protegidos por la tecnología, como hoy. Cada espacio de sesenta o noventa minutos era una revista cómica que vivía o perecía de momento en momento ante una audiencia real en los estudios y salía al aire tal como era captada por las cámaras. El rey de aquella época peligrosa fue un hombre venerado o, al menos respetado por sus colegas: Sid Caesar. Su humor era más sofisticado y satírico que el de sus rivales. Fue sin duda leyenda viva del show norteamericano, aunque apenas se le conozca fuera de los Estados Unidos, por razones que veremos.

Al dar comienzo el programa "Para usted, el show de los shows", el guapo de Sid aún no había cumplido los treinta años y era un dínamo. Un gran dínamo, puesto que medía más de un metro ochenta. Dijo de él Mel Brooks: "podría destruir un Buick sirviéndose sólo de sus manos. Le bastaría darle con el puño en el radiador". El éxito de Sid fue inmenso. El show de los shows se extendió por espacio de cuatro temporadas, tras las cuales hizo durante tres el espacio "La hora de César". El show de los shows contó siempre con excelentes guionistas: Mel Brooks, Lucille Kallen, Mell Tolkin y, durante cierto tiempo, Neil Simon y su hermano Danny. Entre quienes hicieron "La hora de César" se contaba Carl Reiner (quien más tarde dirigió "¡Donde está papá?" y más recientemente "El respingo", Larry Gelbart (creador de M.A.S.H.) y el precoz Woody Allen, quien se incorporó al grupo cuando contaba unos veinticinco años.

Al finalizar la última serie (Sid Caesar te invita), en 1959, el hombre tan ampliamente reconocido como el mejor comediante en la historia de la televisión, desapareció de las pantallas. De la noche a la mañana se esfumaba un gigante, obligado a un prematuro retiro. Sid se encerró en su mansión fortaleza de Beverly Hills. Diez años es toda una vida en televisión. El meteórico Sid se quemó en una década porque debía mucha de su gloria a quienes le acompañaban y al equipo que le escribía los guiones. Había alcanzado el estrellato con tal celeridad que no supo de adiestramientos. De haber comenzado por abajo acaso aprendiera a cantar, bailar y encarnar papeles teatrales. Como no fue así, se encontró con que le faltaba la versatilidad de otros, preparados con tiempo para cumplir largas carreras.

Esto contituyó tal vez una saludable lección para Woody, que había observado al poderoso Sid plantarse cada noche ante grandes auditorios sabedor de que cualquier equivocación que cometiera se vería en todo el país, de costa a costa. El hombre que fuera un héroe semanal durante diez años, de golpe quedó anticuado. Fue tal vez por entonces que Woody se planteó la necesidad de planificar una carrera teatral de larga duración, con especial apoyo en los éxitos que se pudieran cosechar a mediana edad.

Resultó que era capaz de usar su habilidad de escritor para transformarse en comediante y emplear su éxito de comediante para obtener trabajo como guionista de películas y, más tarde, como director.

La conocida crítica de cine Pauline Kael fue siempre una gran admiradora de Woody. Ha destacado en estos términos lo cortés que es y las maneras comedidas que le caracterizan:

Woody Allen se nos aparece como un adolescente golpeado y siempre temeroso. Un poco demasiado bueno y también demasiado sujeto a amenazas como para permitirse ser agresivo. Tiene la osadía muy urbana del renacuajo que se pone a usar el lenguaje como medio de protección para descubrir luego que el lenguaje posee vida propia. La guerra entre el manso y el subrreal --entre el asustado chico que trata de preservar la paz y el sabio cuyas fantasías subversivas no dejan escapar de su boca-- ha sido la fuente de la comedia en sus films.

Encontró un modo no agresivo de habérselas con las presiones urbanas: ser siempre simpático, no insultar jamás, (cosa que hace la mayoría de los comediantes neoyorquinos) y contar chistes sin incurrir en cinismo alguno. Nos deleita el espectáculo de su falta de defensas y aun su modo de actuar, en que siempre parece decir: "no deseo causar ningún mal a nadie; no quiero dañar". Nos deleita porque vemos en él a un arquetipo de cordura. Respetamos esa cordura... y es desde esa base desde la que Woody levanta el vuelo.


Otros chicos judíos de Brooklyn no han sido tan sensatos, Norman Mailer se transformó en un golfo genial, con una reputación de mal gusto y de inclinación por conducirse mal en público, que se ha extendido por tres décadas. Viendo a Mailer borracho y considerando sus alardes de matón al abrirse camino con los dos puños a través de orgías de inflada prosa y amenazando con estallar en una gigantesca explosión de autoengaño, nos preguntamos a veces si algún otro país fuera de los Estados Unidos podría haberle dado vida y hasta si otro país lo habría tan solo tolerado.


Hoy, los recientes films de Woody Allen triunfan en las grandes ciudades porque lo que en ellos describe, dramatiza y satiriza, resulta totalmente urbano. Las ciudades son infinitamente interesantes y divertidas; pero Nueva York ofrece especial abundancia de materia prima, como lo prueban los trabajos de Runyon sobre Broadway, los de Scorcese sobre el barrio Pequeña Italia y los de Allen sobre Manhattan.

En comparación, la vida de Los Angeles, donde se pueden esperar trescientos cuarenta días soleados por año y se dispone de cuarenta millas de playa, parece más apropiada para la música rock que para las películas. Me refiero a sentimientos pacíficos y sin problemas, a la rapidez con que es posible circular por sus calles y todo eso: ¡Algunas, como el Wilshire Boulevard, tiene más de veinte millas de extensión! El paraíso es el sol, los automóviles rápidos y el próximo encuentro con alguien del otro sexo. Los estilos de vida son agradables, despreocupados, pasajeros y, al final, tediosos. En cambio Nueva York es una ciudad estimulante, un centro de oportunidades, desafíos y subculturas; de parias, vida callejera y clandestinidad. Y de clubes. Hay clubes de jazz, música folk y de nueva ola; discotecas roqueras y teatros "off-off-Broadway"; galerías e infinidad de sucesos que sirven para inspirar historias y obras de teatro. Escenarios, naves y estudios permiten la experimentación y, al proliferar, se fertilizan entre sí.

En Los Angeles no hay movimiento "underground". Todo gira en torno a los grandes nombres y los grandes tratos. Resulta casi imposible ser descubierto allí. No se va a Los Angeles para consagrarse, sino para, una vez consagrado, conseguir mayor consagración.

Otro genio de la comedia brotado del barrio judío de Manhattan es Neil Simon, quien se fue a vivir a California con la actriz Marsha Mason tras la trágica muerte de su esposa Joan. El rey de los escritores de comedias se vió obligado a abandonar su medio para poder escapar de los fantasmas de su pasado y comenzar una nueva vida con su segunda mujer. La revista Play Boy le entrevistó al cumplirse los tres años desde que dejara Nueva York. Simon dijo que nunca podría convertirse en californiano, así viviese cincuenta años más en Los Angeles. Veía lo bueno de las dos ciudades, pero el problema era otro. "Hay muchísimas cosas que me gustan de California, pero echo a faltar la trepidación y la carga casi eléctrica que te impone Nueva York".




Los puntos de vista de Simon, como es característico en él, fueron ventilados con laconismo y buen humor: "Por ejemplo en Nueva York me gusta ir por las calles y encontrar gente que dice  ¿Cómo estás? ¿Que programa tienes para mañana a la noche? En cambio en Los Angeles no te encuentras nunca con nadie que vaya por ahí despreocupadamente. Si hallas a algún conocido, invariablemente está metido en negocios vinculados con el espectáculo y no sabe hablar de otra cosa. Y algo más: en California todos adoptan una especie de sonrisa de plástico y quieren hacer la vida agradable cueste lo que cueste. Le han extraído lo conflictual. Creo que en la baja California la gente se preocupa por hacer de sus vidas algo agradable, mientras que en Nueva York se interesan ante todo por hacerlas interesantes. Si tuviese que esbozar una comparación diría que cuando hay cinco grados bajo cero (Fahrenheit) en Nueva York, hay setenta y ocho en Los Angeles; y si hay ciento diez en Nueva York, sigue habiendo setenta y ocho en Los Angeles. Pero hay dos millones de personas interesantes en Nueva York y tan solo setenta y ocho en Los Angeles. Si hay más, son difíciles de hallar. En Los Angeles todo el mundo sueña con ser director de cine. Es lo único que oyes decir a la gente: Bueno, lo que realmente quiero es dirigir películas."

Muchos de los elementos más creativos de Norteamérica sienten el mismo impulso. Al Pacino sigue viviendo en el apartamento bohemio y en cierto modo modesto que ha ocupado durante largos años. De Los Angeles ha dicho el director Paul Mazursky: "La ciudad es cosa de las grandes productoras, de modo que es imposible no hablar de cine; pero la regeneración es posible. Surge ya del village, donde se prodiga humanismo y existen teatros y libros".

Al comenzar la carrera de Woody Allen,. éste no se sentía demasiado atraído por la vida algo indolente de la costa oeste. Woody siempre supo quién era, dónde estaba, lo que era y dónde quería permanecer. Sabía ya que Malibú te da masajes mientras Manhattan te vigoriza. Pensaba que California era algo que era preciso evitar, si se podía. "Cuando era un chico", dijo a la revista Time en cierta ocasión, "siempre procuré no dejarme seducir por la posibilidcad de escribir para la televisión. Ganaba ya mucho dinero pero sabía que estaba en una vía muerta. Si te dejas seducir por un estilo de vida y te mudas a California, a los seis meses quieres ser productor".

En términos generales, Woody se muestra de acuerdo con Neil Simon. "Me gustan las ciudades", dice, "Y podéis creerme que cuando afirmo conocer el tema. Pero de todas cuantas conozco, Nueva York es para mí la mejor, simplemente porque es excitante y activa. París suscita sensaciones parecidas: podría vivir allí muy feliz. En cambio no me gusta Los Angeles. No es una ciudad. Viví en Londres unos ocho meses y me va muy bien; pero prefiero París. Lo que siento sobre Nueva York no es nada fácil de explicar en pocas palabras. Creo que tiene que ver con le ritmo urbano. Lo sientes en cuanto pones un pie en la calle. Hay en Nueva York centenares de buenos restaurantes, miles de pinturas brillantes. Puedes ver todos los films antiguos y todos los nuevos... Sin embargo no se trata sólo de eso. No es eso lo que la diferencia tanto de otras ciudades. Tiene un ritmo intangible. París lo tiene parecido. Londres no. Es algo que tiene que ver con los nervios, con la presión sanguínea de la ciudad. Es peligrosa, bullanguera. No es pacífica ni relajada y a causa de ello te sientes más vivo en ella, más vinculado a lo que la gente, según se supone, ha de sentir con respecto al mundo. En cierto modo es más darwiniana. Se suscitan en ella más conflictos que en cualquier otra parte. La lucha por la vida es aquí mucho más apasionada que en Los Angeles, para seguir con el ejemplo. Allí todo es agradable. Quiero decir... bueno, toda esa gente sentada en sus bañeras. ¿Puedes imaginarte eso?".

Woody vierte muchos elogios sobre los comediantes ingleses. En un ejemplar de Film´78 le dice al productor Lanin Johnstone que siempre ha sido partidario fogoso del humor inglés. "Siempre me han chiflado esas películas de los cincuenta y también, en parte, las de los sesenta. Las de Peter Sellers y Alec Guinness son estupendas, sensacionales. Soy un hincha incondicional, absolutamente incondicional de la comicidad inglesa. Alistair Sim, los actores de Beyond the Fringe... Hasta hoy no han dejado de hacerme reír. Cuando veo a Cook en Nueva York le encuentro siempre graciosísimo. Y, si puedo, no me pierdo a Monty Python".

También ha sido bueno y generoso con sus asociados. El editor Rosenblúm dice que ha hecho progresar en sus carreras a muchos de ellos y que es pródigo con la gente que él valora. "Ex-esposas y amiguitas desempeñan a veces papeles estelares en sus films y algunos actores con papeles irrisorios figuran en grandes letras en el reparto. El reconocimiento que hizo de mi trabajo en Annie Hall y en Interiores son, que yo recuerde, los únicos ejemplos en que un editor ha recibido tal honor".

El año pasado, la sala de cine llamada New Yorker Cinema en Broadway y la calle Ochenta y ocho, dedicó una temporada a Woody, la cual se publicitó como Festival de películas de Woody Allen en el New Yorker. Se pasaron nueve films suyos y los aficionados pudieron ver hasta seis de ellos en un sólo día, ¿Deseaba aún ser otra persona? Probablemente. Al menos Fassbinder no tiene que aguantar las acometidas contínuas de los pelmazos a quienes no conoces de nada y que se te pegan en la calle para dar palmaditas a lo que, según se estíma, es un verdadero hervidero de risas. Y tampoco tiene que escuchar su nombre gritado a cada instante desde los autos y los camiones que pasan.



Extraído de Woody Allen, biografía ilustrada, por Miles Palmer, Los libros de Plon, Barcelona, Septiembre 1981.