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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.
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lunes, 29 de junio de 2020

Woody Allen, por Miles Palmer.

Vodevil en video


Charles K. Feldman, un productor de alto vuelo, descubrió a Woody en el Club Blue Angel de Nueva York y le contrato para escribir el guion de "Que pasa, Pussycat? (What's New, Pussycat?, de Clive Donner, en 1965.



La película iba a ser una de esas ¡locas, locas!, ¡tronchantes! ¡irresistibles! comediolas de los sesenta, con un "gancho" solo comparable al encuentro de los hermanos Marx con los Beatles. Peter Sellers hacia de psiquiatra chiflado. Ni el ni Woody pueden dar golpe en tanto el director de una revista de modas, Peter O'Toole, se la pasa en grande con chicas como Romy Schneider, Paula Prentiss (poetisa y experta del strip tease), Capucine (una modelo despampanante) y Ursula Andress (una amazona vestida de piel de serpiente).

"Que pasa Pussycat?" es un film norteamericano dirigido por un ingles, muy influenciado por "Socorro" (Help), "Anocheser de un día agitado" (Hard Day's Night) y "El Knack y como lograrlo" (The Knack), tres películas inglesas dirigidas por el norteamericano Richard Lester. Lamentablemente es una nadería, pero la taquilla fue buena, Woody sabia que el film seria una basura, pero secundo la idea porque significaba poner el pie en el cine. Mas tarde aparecería en "Casino Royale", producida asimismo por Feldman.

En este periodo aparecio muchas veces en televisión y escribió dos exitosas comedias para Broadway "No te bebas el agua" (Dont drink the water) y "Tócala de nuevo, Sam" (Sueños de seductor en Argentina) (Play It Again, Sam). En esta ultima también desempeño el papel principal. Otro proyecto que muestra a que alturas volaba su imaginación en los años sesenta se plasmo en "Que pasa, Tiger Lily? (What's Up, Tiger Lily), una barata producción japonesa de espías hecha al modo de 007 cuyos derechos para los Estados Unidos adquirió para modificar los diálogos y lanzárla al mercado, donde obtuvo mucho éxito.

Hacer películas es realizar un trabajo en equipo; y la alquimia de la colaboración es a veces engañosa, por decirlo de un modo amable. Films diferentes se realizan de diferentes maneras. Los actores productores como Robert Redford y Warren Beatty a veces compran un guión y establecen  el reparto antes de ir en busca de un director. En otros casos, el productor manda hacer a la medida un guión para una estrella que de pronto cae, obligandole a salir en buscar de otra, la cual solicita otro director. Grandes escritores de cine pueden verse, y así sucede a menudo, obligados a trabajar en el guión alterado de un guión alterado de un guión alterado. No es raro que este proceso lleve varios años; y por mucho empeño que pongan los patrocinadores de un proyecto, en general, conducirlo a buen puerto requiere de una tenacidad rayana en la obsesión.



Es claro que sí alguien puede realizar por sí sólo varias de las funciones esenciales, necesita menos gente. En teoría al menos, encontrará menos obstáculos, Woody Allen, al comenzar como escritor y actor, se ha constituido en un comediante auto-contrato y auto-obsesionado que trabaja sin descanso para definir, refinar y redefinir la visión que pretende llevar a la pantalla. Ha trabajado para darnos una versión del mundo de Woody. A una década de reverencia por los directores como fue la de los setenta, Woody supo sacarle partido. Se diría que aún vivimos en la era del director superstar: no dejamos de oír hablar de magnates tales como Altman, Spielberg y Coppola. Los "mocosos del cine", como se les ha dado en llamar. Como diría Billy Wilder, los chicos barbudos se han quedado con todo. Los comediantes más gustados, como Elaine May, Mel Brooks y Woody Allen son todos ellos escritores-actores-directores y han venido a demostrar que el estilo "hágalo usted mismo" puede ser fuente de films extraordinariamente graciosos. En los últimos años Alan Alda ha resuelto seguir el mismo camino y se ha puesto a escribir y a dirigir.

Es un hecho indudable que ser actor es mucho más que ser actor es mucho más fastidioso que ser director. El actor ha de esperar a los demás y depender de ellos. Se sienta junto al teléfono esperando que suene, se somete a pruebas y, si es religioso, se dedica a rezar para que alguien le otorgue un papel. El director Paul Mazursky habló de esto con John Higgins en una entrevista publicada en el "Times", al ser interrogado sobre su película "Next Stop Greenwich Village" (Barrio bohemio, en Argentina), la cual tiene que ver con un joven y luchador comediante de los cincuenta que trata de sacudirse el yugo familiar. Dijo que comenzó tratando de ser actor. "En aquellos días lo probé todo: fui actor, director (de films menores) y hasta trabajé como animador de un club nocturno durante cinco años. Lo malo fue que en ningún caso obtuve mayor éxito; y no tardé en comprender que una de las cosas más humillantes, tediosas y tristes que puede arrastrar a un ser humano consiste en ser un actor a quien no se le dejan de ofrecer papeles insignificantes,si es que le dan alguno".

Woody no acepta en principio papeles en películas de otros. Sin embargo, en alguna ocasión ha sido persuadido para desempeñar el papel estelar en obras ajenas, porque el tema le resultaba interesante. Tal fue el caso con "The Front" (El testaferro).

Dirigida por Martin Ritt, la película abordaba el tema del "Terror rojo", que en la década de los cincuenta hizo que se redactaran listas negras de actores sospechosos de comunistas, a los cuales se les impidió trabajar en el cine, la radio y la televisión. El Comité Parlamentario de actividades antinorteamericanas persiguió asimismo a aquellos sospechosos y dificultó todas sus tareas. Los actores que resultaron víctimas del acoso dejaron los Estados Unidos o se pasaron al teatro. Directores como Joseph Losey y Jules Dassin ser fueron a trabajar a Francia y a Inglaterra y los guionistas vendieron su trabajo bajo nombres supuestos o haciéndolos pasar por obras de otras personas. Muchos excelentes escritores se negaron a colaborar con el comité, entre ellos Dashiell Hammet, Irwin Shaw, Lillian Hellman, Ring Lardner Jr. y Dalton Trumbo. El tema de "The Front", primer intento de Hollywood por exorcisar aquellos fantasmas de principios del cincuenta, se desarrolla no en Los Angeles, sino en el ambiente televisivo de Nueva York hacia 1950. Por entonces Walter Bernstein y Martin Ritt, respectivamente autor y actor en un telefilm seriado, se hallaban en la lista negra del comité. Se trataba, claro, de un maravilloso material para hacer un film: los aspectos morales, políticos y psicológicos de aquellos sucesos suministraban el contexto ideal para hacer una película fuerte. Pero, tras veinticinco años de esperas y muchos intentos para hallar el dinero demandado por tema tan controvertido, Ritt lo frutró, quitándole agallas. Hizo un film inteligente pero sin pasión. En definitiva perdió la oportunidad.

Allen se cuida de la caja registradora de un bar. Lleva apuestas clandestinas y en general pasa el tiempo. Es un fracasado, pero no un fracasado al modo típico de Woody Allen, en el terreno social y sexual, sino del tipo caótico y torpe, aunque no por eso incapaz de interponer algún comentario faux nair y agudo.

Uno de sus amigos es guionista de la televisión (Michael Murphy) y acaba de ser puesto en la lista negra, razón por la cual se halla sin trabajo. Le ofrece a Woody el diez por ciento de todos los beneficios, si es capaz de vender sus trabajos. Woody logra lo deseado y obtiene excelentes beneficios. Una vez por semana llega despreocupadamente a los escritorios de los agentes y "sus" escritos le son literalmente arrebatados de las manos. Hasta que se ve en aprietos, porque un editor de guiones (Andrea Marcovicci) le brinda demasiada atención y termina por llevarle ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas para que explique sus antecedentes políticos.

"El Testaferro" suscita muchas carcajadas. En el film, Allen es más actor cómico que un comediante. Hay algunos atisbos de la víctima perpetua, pero también se ven algunos momentos dramáticos planteados en los que la víctima no puede salirse con la suya apoyándose en unos cuantos chistes. Aquí Allen nos resulta algo diferente al usual; pero sigue siendo un Allen eficiente y acertado.

La mayor parte de los críticos se mostraron comprensivos. Alan Brien expresó sus reservas, aunque halló el film en general "extraordinariamente divertido, personal e inventivo". David Robinson, tras pasar revista a todo el film obtuvo la conclusión de que "El testaferro es sensato, culto, humorístico e inteligentemente interpretado, en especial por Woody Allen, que hace un sonado debut como hombre corriente, y por Andrea Marcovicci, siempre gracioso". Sin embargo se trata de una película que es melancólica y contenida cuando debería ser, aun hoy, colérica. El papel desempeñado por Zero Mostel me parece sintomático. Colocado en la lista negra en 1950, Mostel era celebrado por la beligerancia de las actitudes. (Al ser llevado ante el comité, en 1955, agitó los cinco dedos de una mano para indicar que invocaba la quinta enmienda y, al terminar su testimonio, que era televisado, agradeció formalmente al Comité por haberle facilitado reaparecer en televisión, de la cual permanecía al margen en los últimos cinco años por haber sido colocado en la lista negra)".

En el Chicago Tribune, bajo el título "Woody y la jovialidad escenifican el mensaje", Gene Siskel muestra haber visto el film bajo un ángulo diferente. "Una equivocación en el reparto anula lo que "El testaferro" tenía que haber sido y lo transforma en una película a menudo cómica sobre un tema serio".
¿Puede hacer eso un reparto equivocado?
Si, desde luego, en especial cuando el personaje erróneamente incluído se llama Woody Allen.
"El testaferro" no es la comedia más nueva de Woody Allen. Al menos tal es el mensaje que la Columbia Pictures y Woody Allen pretenden que el espectador crean".

Esta actitud es fácil de comprenden cuando se piensa en algunas frases cortas, típicas de Woody, que saltan de improviso para darle a uno en las costillas.

Ella: Yo soy de Connecticut
El: Estupendo
Ella: Si, vengo de una familia muy decente, la clase de familia donde lo peor que puedes hacer es hablar demasiado alto.
El: pues lo peor que puede hacerse en la mía es comprar al detalle.

Lo incongruente de la broma sirvió para acelerar la destrucción de la carrera del cómico de televisión Heckey Brown, ya medio perdido bajo una barrera de previas carcajadas.

El propio Allen se había visto atraído a "El testaferro" (entre otras cosas) por su afición al drama serio. Con este film se le presentaba la oportunidad de hacer cine a un nivel aún no experimentado por él. Sin embargo nada de eso sofocó las dudas.

"¿Y si contrataras a Peter Falk para hacer mi papel?" le dijo al director Martin Ritt pocos días antes de comenzar el rodaje. Y dijo antes del estreno: "Decidí correr el albur. Desde el principio albergaba enormes reservas sobre esto de hacer un film cuyo guión yo no había escrito y sobre el cual no tenía el control de dirección. No sabía cómo era la sensación de ser un actor contratado para hacer una película dramática, de modo que dije: "Si queréis a alguien que haga bien un papel conversado, ¿porque no  ofrecérselo a Jack Nicholson?" Me sentía incómodo a todo lo largo del rodaje, porque no era posible improvisar ni cambiar nada. Además, no podía apreciar cómo iban desenvolviéndose las cosas. ¡Mi único metro es la comicidad!".

La ambivalencia experimentada por Woody Allen con respecto a su papel en "El testaferro" era compartida por Russel Davier, quien escribió:
El problema con esta película no radica en que Allen haya pechado con un papel "serio" que le queda grande, sino que el director Martin Ritt le hizo sentirse a sus anchas. Al advenir el clímax político Woody sigue siendo gracioso -graciosísimo- y entonces su choque final con el Comité de Actividades Antinorteamericanas no es captado por el espectador como un autosacrifícío histórico, sino apenas como el gesto culminatorio de una comedia. Que Ritt calculó al detalle el alcance de sus propias actitudes es cosa que puede darse por descontada, ya que él y también su guionista Walter Bernstein figuraban en la lista negra. Pero en este caso, ambos parecen haber querido evitar las amargas conclusiones que podían extraerse de los hachos acaecidos en la primera mitad de los años cincuenta".


Extraído de Woody Allen, biografía ilustrada, por Miles Palmer, Los libros de Plon, Barcelona, Septiembre 1981.

miércoles, 19 de junio de 2019

Woody Allen, por Miles Palmer.

La ocurrencia impresa

A quien no conociera las recopilaciones escritas "Geeting Even" (Como acabar de una vez por todas con la cultura) y "Without Feathers" (Sin plumas), le seria fácil relegar a Allen y colocarle en algún casillero menor dentro de las capas inferiores de la comedia americana; pero ante tan brillantes parodias y tan fantasiosos vuelos por cielos inesperados es preciso situarle junto a Kaufman, Perelman y Charles Marowitz. 1977.



En casa con sus fantasias


El señor Marowitz es un destacado critico teatral que también se ha desempeñado bien como director de escena. No obstante, aquí he de discrepar con él. Woody Allen no es un escritor. Cierto que entre los cómicos más celebrados se destaca por ser más culto y serio; pero eso no le convierte en gran escritor humoristico. Allen sólo es un cómico capaz de escribir cortos artículos graciosos.

La gran ficción en prosa no es lo suyo. ¿Qué debiera hacer? ¿Encerrarse en una habitación durante cinco años y ver si puede escribir una novela mejor que "Catch 22"? No es esa su especialidad, sino la narración ocurrente y breve. Es eso, Allen resulta imbatible. La novela no puede fundarse en una ocurrencia. No es una rápida corrida, sino una maratón. No creo que Woody sea un fondista.

Woody ventila en sus escritos situaciones referidas a complejos de inferioridad en materia intelectual y también física. En eso alcanza extraordinaria altura. El tema del hombre abrumado y sometido por la astucia femenina vuelve una y otra vez. En "Desquitarse", primera de sus colecciones de cuentos, uno de los personajes, Weinstein, dice: "No digo que mi mujer no sea estupenda. Cuidado. Pero no se puede hablar de la poesía de Ezra Pound con ella. Ni de la obra de Eliot. Ignoraba eso cuando me casé. Yo necesito una mujer que sea mentalmente estimulante, amigo Kaiser. Y estoy dispuesto a pagar por ella. No quiero relaciones durables, sino una experiencia intelectual rápida. Una vez alcanzada, que la chica desaparezca, Kaiser, yo soy un hombre casado y feliz".

También narra que llegó a constituirse en la víctima de un equipo de cultas prostitutas acaudilladas por cierta Madame Flossie, a las cuales visitara en busca de estímulos intelectuales. Una de ellas le hace chantaje: está en posesión de una cinta grabada en la cual ambos discuten los méritos de "tierra baldía" en una habitación de motel. La chica quiere diez de los grandes. Si no los recibe, entregará la cinta a la esposa.

Kaiser acepta el caso. Telefonea a Madame Flosie y solicita que se le envié una muchacha a cierta habitación del Plaza Hotel para hablar de Melville con ella. No tarda en presentarse Sherry, "una joven pelirroja metida en sus pantalones como si sus piernas fuesen dos cucharadas de helado de vainilla". Charlan y él le asigna una mala calificación. De inmediato agita su placa ante ella y le dice que es detective. Ella deja entonces de fingir y confiesa ser una estudiante con problemas económicos, que necesita el dinero para completar su tesis:

Todo salió a la luz. Toda la historia. Su educación en un buen barrio de Nueva York, la concurrencia a los campamentos socialistas. Brandeis. En el fondo ella era la mujer respetable que uno ve haciendo cola ante la taquilla del Elgin o del Thalia y que, al leer, escribe las palabras "si, si, muy cierto" junto a una frase de Kant. Pero había sucedido que a cierta altura de su vida, la muchacha había jugado mal sus cartas.

Había sido arrestada ya dos veces. Una por leer el "Commentary" en un aparcamiento. Duro pero comprensivo, Kaiser se apiada y la deja ir. Visita la librería que es la pantalla del prostíbulo y en rápida sucesión de golpes que llevan al desenlace desarma a Flossie -que resulta ser un hombre- llama a la policía y resuelve el caso.

"La prostituta de Mensa" es una obra original, medida, elegante y graciosa. Considerada bajo cualquier ángulo es una excelente muestra de literatura humoristica. Tal vez pueda afirmarse que es la más ocurrente y sustanciosa de las contenidas en cualquier colección. Tiene la exacta duración, porque no es tan corta como para privarnos antes de tiempo de un escenario que merece ser saboreado, ni tan larga como para permitirnos sospechar que Woody se regodea con su propia ingeniosidad, aunque se le pueda imaginar, si, sonriendo muy contento detrás de su máquina de escribir. Ojalá todas las partes del libro fuesen tan brillantes.

Hay que decir que su prosa no se parece en nada a la de S.J.Perelman. El literato Woody es tenso, moderno, periodístico, nunca recargado. Si Perelman parece un genio orquestal que dirige una sinfonía de palabras, se diría que Woody es un violinista callejero que se sabe algunas buenas tonadillas. Si Perelman es el Nabokov del cuento corto humoristico. Woody es el Ed McBain. El estilo del primero se distingue por el virtuosismo en el arte de agregar, el del segundo por la habilidad de quitar.

El sinfónico Sid desenvuelve una prosa de fantástica hermosura, que hace bailar mágicamente a las palabras en inspiradas y deslumbrantes disgresiones. Se extasia ante la fertilidad de su propia imaginación y el alcance amplísimo de sus posibles referencias. En cambio las frases que Woody usa parecen recortadas con un hacha y guardan parecido con la prosa procesal empleada por la policía del 87º Distrito. Hoy Woody reconoce que su primeros escritos fueron muy influenciados por Perelman. Un cuento típico de Perelman a menudo comienza con una frase muy larga; y hasta en sus más medidas introducciones pueden apreciarse atisbos de la elegante locuacidad que se avecina. Este, por ejemplo, es el inicio de una obra maestra de Perelman: "Crazie like a Fox" (Chiflado como un zorro):


Siempre recibe uno su choque de sorpresa cuando, al acercarse a un kiosco de revistas especializado en publicaciones comerciales, ve el "Boletín del corsé y de la ropa interior" junto al "Boletín de la abeja americana". Sin embargo en los kiosco se producen extraños maridajes, como bien lo sabe quien ha pasado una noche con un kiosco. Si piensa usted un poco en el asunto (en lugar de quedarse ahí medio dormido y con la boca abierta) verá que la proximidad no tiene por qué ser tan sólo alfabética. Cierto que tanto el Boletín del corsé y de la ropa interior como el Boletín de la abeja americana tienen que ver con la miel; pero yo soy lo bastante bestia como para preferir una fotografía de una suculenta ninfa con liguero de raso Lastex y sujetador Plus a la más espectacular instantánea de una apiario. Cada cosa tiene su lugar en mi plan.

Entre los humoristas, Perelman hace figura de arrogante aristócrata que paladea su propio genia y lo pone de manifiesto, haciendo sentir al lector su superioridad. Su tono  es altanero. Woody es a menudo tan fantasioso como él; pero su estilo es mucho más modesto y prosaico. Su inicio más perelmanesco se encuentra en "Yes, but Cant the SteamEngine Do This? (Si, pero ¿puede hacer esto la máquina a vapor?).

Hojeaba una revista mientras esperaba a Joseph K., un amigo, que estaba en su regular visita de cincuenta minutos con cierto terapeuta de Park Avenue -un veterinario seguidor de Jung que por cincuenta dólares la sesión batalla laboriosamente para convencerle de que una quijada prominente no tiene porqué constituir una desventaja en el mundo- cuando me detuve ante una frase situada al pie de la página que retuvo mi vista como si de un anuncio de sobregiro se tratara.

El estilo, a medida que la acción progresa, se va haciendo más sencillo. El narrador deja libre su fantasía, la cual termina por revelar la asombrosa noticia de que el sandwich fue realmente inventado por el conde de Sandwich. Woody reconstruye episodios destacados de la vida de este mal valorado innovador, como en este pasaje:

1741: Afincado en el campo merced a una pequeña herencia, el conde trabaja día y noche, saltándose a veces las horas de las comidas a fin de ahorrar dinero para alimentarse. Su primera obra completa -una loncha de pan, otra loncha de pan y una loncha de pavo encima de aquellas dos -fracasa estruendosamente. Muy desalentado, con amargura, vuelve a su gabinete para comenzar de nuevo.

Otro pasaje culminante de "Desquitarse" tiene que ver con el ajedrez postal y se institula "Los papeles de Gossage-Vanderbian. Está escrito en estilo epistolar y consta de nueve cartas entre ambos. En su primera carta, Gossage sostiene que uno de sus caballos, eliminado veintitrés jugadas antes, lo fue porque un movimiento suyo se perdió en el correo. A partir de ahí la correspondencia se inflama con las mentiras, las trampas y los sarcasmos más descarados. Ambos contendientes están claramente locos. He de admitir que este pasaje no puede aspirar a una amplia acogida, pues llega a resultar incomprensible para la gente que no juega al ajedrez. Pero la audiencia de Woody tiende a quedar constituida por personas que juegan un poco al ajedrez y algo saben de jazz, de literatura y de cine extranjero.

A Twenties Memory (Recuerdo o memoria de la década de los veinte) implica una vuelta a otra obsesión de Allen: la intelligentsia, los faros brillantes y cerebrales, a menudo más ridículos por la intensidad con que se toman a si mismos en serio. Está lleno de lineas inteligentes y de insensatez inspirada: Picasso era un hombre pequeñito que tenia la cómica costumbre de andar colocando un pie delante del otro hasta que obtenía lo que el llamaba "pasos"; y Dalí decidió hacer un show en solitario, que se transformó en gran éxito sólo cuando apareció él.

Woody es un comediante culto, pero no un especialista académico. Precisamente por no serlo y porque sabía que no es preciso ser estudiante para leer buenos libros dejó la universidad, pasando a escribir chistes para diversos actores cómicos. Este autodidacta frívolo por naturaleza y profesión tenía que reírse inevitablemente de los intelectuales y de lo que a éstos preocupa. En My Philosophy (Mi filosofía) cuenta cómo comenzó a leer los más grandes pensadores de Occidente durante un mes de convalescencia en un hospital, a donde fue a parar a causa de un accidente doméstico: su mujer dejó una cucharada de souflé que estaba cocinando, sobre uno de sus pies.

Dentro de las tradiciones del humor judío Woody ha delimitado su propio o sus propios territorios. Hace bromas con la suerte de cosas que nadie osa tomar como motivo de broma. Pocos podrían haber escrito: Había sido un niño precoz. Un intelectual. A los doce había traducido los poemas de T.S. Elliot al inglés luego que algunos vándalos, introduciéndose por la fuerza en la biblioteca, los habían traducido al francés.

A veces su estilo escrito se parece curiosamente al de la palabra hablada.

En este caso, por ejemplo:
De nada valía. Ríen á´faire, ríen á faire. Weinstein se marchó y fue hasta Union Square. De pronto las lágrimas brotaron impetuosas. Cálidas y saladas lágrimas contenidas durante tantos años, corrieron por su rostro en una franca ola de emoción. Pero algo iba mal, porque le salían de los oídos. Vaya, se dijo; ni siquiera soy capaz de llorar como Dios manda. Se secó las orejas con un Kleenex y se marchó a casa.

Esta prosa se parece mucho a la palabra hablada: tiene parecido ritmo y la misma estructura de frase que las historias narradas por Woody. El lector puede casi escuchar su voz.

Otros fragmentos no son prosa, sino pequeñas obras teatrales, como God a play (Dios, pieza de teatro) y Death, a play (La muerte, pieza de teatro), obras ambas que tienen que ver con las Grandes Preguntas, que son (sorpresa, sorpresa) la Muerte y Dios. En otra pieza corta llamada Death Knocks (Golpes mortales) Nat Ackerman, un anciano fabricante de prendas de vestir, es visitado por la Muerte a medianoche. La visita acepta jugar con él a la canasta. Si la Muerte gana, Nat ha de acompañarla de inmediato, pero si ganada Nat, podrá vivir una día más. Gana, naturalmente, y la Muerte ha de retornar a la noche siguiente.

Como ya se sabe, Woody es famoso por sus frases breves. Las observaciones agudas y cortas son en general más graciosas oídas que leídas. Cuando dos o más personas hablan, el observador breve puede colocar una frase, interrumpir, sorprender con disparos verbales surgidos en el momento. Pero desarrollar una observación breve e incisiva en frases que se transforman en párrafos que cubren paginas que se convierten en cuentos humorísticos es otro asunto. Algunos de los relatos de Allen son meras sucesiones de fragmentos, series de párrafos desvinculados que contienen observaciones o reflexiones sobre esto o lo otros.

La salud es frecuente tema de los cómicos, y Woody es, o quiere hacernos creer que es, un hipocondríaco imaginario. En una vivaz narración llamada A Little Louder, Please (Un poquito más alto, por favor) encarna a un crítico y comentarista de la cultura:

Todo comenzó un día del último enero. Yo estaba de pie ante la barra del McGinnis, en Broadway, devorando una tajada del budín de queso más rico del mundo y sufriendo la alucinación culpable y colesterolosa de rigor. De pronto pude oír a mi aorta que se congelaba y transformaba en un puck de hockey.

Más adelante, en el mismo relato, hay un ejemplo clásico de viñeta que fue pasaje culminante en las actuaciones públicas de Woody. Dentro de su actuación la dejaba caer como al descuido, precedida acaso por la última observacion sobre el tópico de las proezas con las mujeres. El narrador (que es el personaje encarnado por Woody) acaba de recibir de regalo dos entradas para una velada en el teatro "off-Broadway".

No me fue posible invitar a nadie con sólo seis semanas de anticipación , de modo que dí la entrada que no iba a usar a Lars, el limpiaventanas, a manera de propina. Pero es un tío lentísimo y su sensibilidad sólo puede compararse al Muro de Berlín. Al principio creyó que el trocito de cartón anaranjado era para comer. Cuando le expliqué que valía para gozar de una velada de pantomimas -único espectáculo, con excepción de un incendio, que estaba en condiciones de entender- me agradeció calurosamente el gesto.

Resulta poco frecuente que un escritor de chistes y cómico profesional publique relatos humoristicos de calidad; y que los incluya "The New Yorker"  en sus páginas, es cosa notable. Once de los diecisiete relatos incluidos en "Getting Even"  vieron primeramente la luz en el New Yorker, revista celebrada por su escrupulosidad y considerada desde hace muchos años como la celadora de ciertas tradiciones en materia de chistes dibujados, crítica y ficción. Para ella la palabra escrita significa cosa sagrada. Es el bastión de la sofisticación literaria metropolitana.

Una colosal galería de inmortales ha engalanado sus páginas: Dorothy Parker, Irwin Shaw, Nabokov, Thurber, O'Hara, Salinger, Cheever, Updike, Capote. Cierta vez confesó Updike: "Desde que cumplí doce años, fecha en que mi tía me regaló una suscripción de Navidad, el New Yorker me parecía la mejor de las revistas. Cuando, en 1954, me aceptaron un poema y un relato, sentí que irrumpía realmente en la vida literaria. Ese instante sigue siendo el más importante de mi carrera. El cuidado que se derrocha en editar la revista y la gratitud con que acepta un trabajo que le interesa son incomparables".

Para Woody Allen ha de haber sido prodigioso. Hete aquí que entre columnas de escritura flanqueadas por anuncios de cristales Waterford, relojes suizos de seis mil dólares, licores importados de Escandinavia, abrigos de piel de zorro, vacaciones lujosas en lugares famosos por sus pistas de tenis y despertadores Bulova para viajes, el hijo de un chofer de taxi de Brooklin se dirigía a los más cultos, inteligentes y civilizados lectores de revistas de los Estados Unidos.



Extraído de Woody Allen, biografía ilustrada, por Miles Palmer, Los libros de Plon, Barcelona, Septiembre 1981.

martes, 18 de septiembre de 2018

Woody Allen, por Miles Palmer.

CAMPEON DE SU PROPIA CAUSA


Cuenta Woody que fue raptado de pequeño: entré en el auto. Me llevaron con ellos y enviaron a mis padres una nota solicitando rescate. Pero el punto fuerte de mi padre no era la lectura. Aquella noche se metió en la cama con la carta en sus manos. Leyó la mitad, tras lo cual sintió sueño y se quedó dormido. 

Entretanto a mi me llevaron a New Jersey atado y amordazado. Mis padres terminaron por comprender que yo había sido victima de un rapto y se pusieron de inmediato en acción. La nota decía que mi padre debía dejar mil dólares en un árbol hueco situado en Long Island. No tuvo mayores problemas en conseguir los mil dólares, pero enfermó de una hernia por cargar con el árbol hueco.






Para un comediante, erigirse un campeón de su propia causa entraña una faena temible.

Si uno es músico puede esconderse tras los timbales o las guitarras eléctricas; y hasta el boxeador puede esconderse, parte del tiempo al menos, haciendo fintas, esquivando y saltando. Y conviene no olvidar que hay tres hombres en el ring. El árbitro, a fin de cuentas, está ahí y puede detener el combate antes de que lo asesinen a uno.


Pero el comediante sale a luchar en solitario y sin contar con nada tras lo cual esconderse. Necesita aparentar frialdad y confianza. Por mucho que haya ensayado su papel y guarde en reserva infinidad de chistes buenísimos, sabe que en cualquier momento, cierta palabra mal dicha, una pausa equivocada o un mal movimiento de la mano pueden distraer a la audiencia y silenciar la risa, de modo que ha de aguantar a pie firme y hacer bromas con su propia vida o con aspectos imaginarios o exagerados de su vida privada y burlarse de las modas y las debilidades de los tiempos que le han tocado. Sabe donde están las carcajadas, o donde tendrían que estar. Cada vez que no resuenan siente deseos de morir. En una mala noche muere mil veces. Desea no haber nacido.








Es vulnerable. Hasta los cómicos más avanzados saben en todo momento que lo son, aunque es al principio de la actuación directa, Richard Pryor dice: "¡Espero ser gracioso!". La frase resume sus pensamientos con franqueza y laconismos perfectos. Se puede hablar en abundancia sobre nervios, incertidumbre y temor al público. Todo cabe en esa simple frase de tres palabras: Espero ser gracioso.


Entre los cómicos puramente verbales, Mort Sahl es uno de los más admirados por Woody. "Es un genio", afirma. "Es lo que Charlie Parker era al jazz. Posee una energía, una técnica y una convicción tales que si te encuentras con él en una habitación no puedes pensar en otra cosa". La carrera de muchos comediantes son a menudo cortas y hasta trágicas. La gente le dijo a Lenny Bruce que se había adelantado a sus tiempos y él se hizo drogadicto y terminó matándose como un kamikaze, como un mártir. Otros, de impulsos menos destructivos, se fueron de los clubes para hacer televisión que parece la tierra de los dólares fáciles y abundantes.


Pero la televisión es despiadada, quema y se muestra particularmente cruel con los cómicos. Es posible cantar la misma canción en diez espéctaculos diferentes; pero no lo es contar el mismo chiste. La televisión consume a los cómicos porque se apodera pronto del mejor material de que los cómicos disponen. El truco consiste en usarlo y no permitir que te use a tí. O bien dejar de ser un comediante para transformarse en estrella de la TV, que fue lo que hizo un pequeño grupo de inteligentes y afortunados animadores de los años cincuenta, transformados luego en anfitriones conversadores en espacios donde eran los demás quienes llevaban la responsabilidad mayor.






Resulta interesante constatar que los programas conversados ingleses y norteamericanos difieren porque son distintos los antecedentes de quienes los llevan. En el Reino Unido, personas como Michael Parkinson y Russell Harty son periodistas mientras que en los Estados Unidos los grandes de la tele-charla han sido hasta ahora casi siempre comediantes retirados, como Dick Cavett, Mery Griffin y el rey de todos ellos, Johnny Carson. Durante años éste comenzaba por un monólogo gracioso. Nunca faltaba el monólogo que abría el espacio cinco noches a la semana; pero luego se transformaba en intermediario, en intérprete, en personaje puente que compartía las luces del espectáculo con un grupo de invitados que él mismo acaudillaba y a quienes dejaba hablar sobre la última película, show, disco o libro que habían hecho.


El papel exige cierto grado de curiosidad que, sin ser del todo real, parezca serlo. El anfitrión ha de ser un actor versátil que ha de dejar caer algún toque de frivolidad mezclado con la exacta dosis de elegancia y de encanto casual que la circunstancia requiere. El asunto no es tan simple como, viendo a Carson, se podría pensar. Resulta claro que si Woody Allen se hubiese transformado en animador de esta clase nunca habría llegado a obtener el enorme éxito logrado por Carson, porque, simplemente, su aspecto es el de un animal completamente distinto.


Carson es confianza; Allen es ansiedad. Con su sano aspecto deportivo, el guapo de Johnny encarna a un tipo: el del hombre despreocupado, divertido, situado ante las puertas de la madurez. Un hombre de lengua de plata y plateados cabellos que juega fuerte y gana. Parece rodeado de un halo dinámico, atlético casi. A su lado Woody Allen parece un nervioso e impaciente dependiente de librería. Johnny parece un pintiparado ganador que goza de la vida, mientras que Woody es algo así como un renacuajo a quien se ignora, se ridiculiza y menosprecia. Pero hagamos a un lado la inútil especulación sobre cómo se habría desempeñado Woody en el papel de ingenioso entrevistador de la televisión ¿Cuál fue su labor cómica a mediados de la década del sesenta?



Quien coloca uno de sus discos hoy en día no sabe qué esperar de él. En la cubierta se ve una foto en la que parece ser muy joven. Por otra parte, el retoque le hace parecerse de alarmante manera a Elvis Costello, personaje que también usaba gafas y que fuera el enfant terrible de otra era.

El disco lleva sello Golden Hour y se intitula Golden Hour presenta a Woody Allen. El oyente lo considera con sospecha; aquello ha de ser precavido, débil anacrónico. Habrá sido cómico en 1964, piensa, o tedioso, o chistoso a medias y hasta muy gracioso , a veces. Pero lo que por entonces fue no lo será dieciséis años más tarde. Digámoslo enseguida: el oyente se equivoca en sus presupuestos.


El disco es brillante. Lleno de dinamita, revela a Woody como un maestro de la palabra hablada que apenas sabe de redundancias ni de frases blandengues. Se integra con anécdotas de la vida diaria narradas con una gracia tal que el oyente no puede contener las carcajadas. La charla de Woody es extraordinariamente ocurrente y sus mejores momentos rayan a gran altura. No deja de mostrarse hábil e inventivo y despliega una personalidad cómica tan poderosa y atractiva como la de un Ernie Bilko. En cuanto al guión, resiste el cotejo con los mejores del género que ha conocido la televisión en toda su historia. No es peor que los de Monty Python.


Como era de esperar, algunos de los chistes del disco están hoy un poco pasados; y algunas alusiones podrán resultar algo esotéricas para algunas personas: Woody cuenta cómo se divirtió con una rubia especialista en intercambio de parejas que llevaba tatuadas en el interior de uno de sus muslos las palabras ¡EL PAJARO VIVE! A menos que el oyente sepa algo de la vida de aquella leyenda del jazz que fue Charlie Parker, la referencia no dice nada. Parker era un ejecutante de saxo de excepcional virtuosismo y tal vez el solista más importante de toda la historia del jazz. Tan aguda era su inspiración que su música parecía precipitarse sobre las cosas, salir disparada y volar. Por eso se le llamó "El pájaro". Figura legendaria, fue reverenciado con fervor casi religioso y al morir de treinta y cuatro años (era drogadicto) comenzaron a verse pintadas en los corredores del metro neoyorquino que decían:¡EL PAJARO VIVE!. No todo el mundo conoce el hecho hoy en día, de modo que el chiste resulta en cierto modo elitista.


Por otra parte, esto podría no haber constituído una fantástica invención de Woody. Es probable que algunos fanáticos y fanáticas del jazz se hubiesen hecho tatuar esas palabras y hasta que algunas de ellas hayan elegido la parte interior del muslo para que allí constaran. Los apasionados del jazz han dado a menudo que hablar por sus excentricidades.






En general puede decirse que el disco resulta claro y comprensible. A veces explora zonas que más tarde se convertirían en familiares para los aficionados a los films de Woody: la vida de una familia judía, la universidad, el psicoanálisis, el amor, el sexo, el matrimonio, el divorcio. Le encanta contar sus años primeros en un vecindario peligroso, en el que no era nada fácil para alguien con un poco de sensibilidad dirigirse a sus clases de violín mientras los demás chicos se dedicaban a robar accesorios de automóviles aunque éstos estuvieran en marcha. En general estamos ante un humor del débil y desafortunado, humor que Woody ha adoptado para transformarlo en cosa propia. Nos cuenta que su padre era caddie en un golf en miniatura, que no tenía dinero alguno y que él y su esposa veían siempre el show de Ed Sullivan. Ambos, agrega, tenían un sistema de valores arraigado en "Dios... y el alfombrado". Sus aventuras de niño tienen casi siempre que ver con abusos a que fuera sometido y con los golpes que le propinaran varios condiscípulos y gamberros.


Al grabar el disco Allen era ya un culto, un paladín, un ocurrente joven, rápido de boca y dotado de un gran sentido del humor que se deslizaba con inteligencia en torno a sus temas y rozaba al hacerlo muchas bases, para decirlo en términos de baseball. Apareaba frases relativas al judaísmo y a la muerte para luego hacerlo a un lado en un par de líneas mordaces.

Empuñando con orgullo un reloj de bolsillo de oro comenta:

Mi abuelo me vendió este reloj en su lecho de muerte. Era un hombre extraordinariamente insignificante. Cuando le llevaron a enterrar, su auto fúnebre siguió a los demás automóviles.


Sus preocupaciones eran las de casi todos los jóvenes adultos de su generación. La vida de la ciudad y del colegio le dan oportunidad de ventilar los aspectos académicos e intelectuales de su humorismo. Se ríe de la falsa sofisticación y de las tontas pretensiones. Con rápida estocada esboza y destruye los engreídos círculos en los que un conjunto de niñas falsamente bohemias y no menos falsamente interesadas en el arte, con el rostro maquillado de oscuro, enfundadas en leotardos negros y con las orejas agujereadas a punzón, se sientan en círculo... ¡para escuchar discos de Marcel 
Marceau!




Fuí a la Universidad de Nueva York resuelto a seguir cursos de filosofía. Me inscribí en todos los que tenían que ver con la filosofía abstracta, con los de Verdad y Belleza, perfeccionamiento sobre Verdad y Belleza, Verdad Intermedia e Introducción a Dios y a la Muerte 101.
Pero me expulsaron cuando aún no había completado el prime año. Me descubrieron haciendo trampa en un examen de Metafísica: se me acusó de interrogar el alma del que se sentaba a mi lado.
Estaba enamorado en aquellos días, pero no pude casarme con mi primer amor porque por entonces corrían tremendos conflictos religiosos. Ella era atea y yo agnóstico, de modo que no pudimos llegar a un acuerdo sobre dentro de qué religión no íbamos a educar a nuestros hijos.

En los últimos años la droga había llegado a transformarse en un negocio colosal en los Estados Unidos; se había creado una cultura dentro de la cultura. Y puesto que los estupefacientes se constituían en preminente rasgo de la vida americana, Woody se ocupó del tema, reservándole sus censuras. No estaba de acuerdo con su uso. A decir verdad, su toma de posición contra la droga es uno de los temas más persistentes y fáciles de identificar. Que Cheech and Chong y High Times y los Rolling Stones canten loas a la cultura de la droga, dice; yo creo que el asunto ya no puede tomarse en broma.

Pero en el año sesenta y cuatro, la droga no parecía ser más que otro capricho pasajero; un pasatiempo de moda, como aquello de hacer girar aros con el cuerpo o usar sombreros a lo David Crockett. A nadie se le ocurrió que la "love generation" (generación del amor) de los hippies transformaría a la distribución y venta de drogas ilegales en negocio infernal al que irían a parar miles de millones de dólares.



Al comenzar Woody a trabajar en los clubes nocturnos volvió a encontrar gente que conociera siendo más jóven. Nos cuenta que en cierta ocasión dió con un ex compañero de colegio que, para su sorpresa, había cambiado mucho: de chico que prometía triunfar se había transformado en un marchito esclavo del porro. "Ahora vive en el Village con una chica que conozco de las clases de administración de empresas y que también se droga. Me dice que van a casarse, de modo que me pregunto qué podría regalarles, porque no es fácil obsequiar algo a un par de aporreados que lo tienen todo. Pensé que a fin de cuentas; un juego de cubiertos sería lo más adecuado: un juego de cubiertos pero compuesto sólo de cucharillas".

Actualmente Woody no quiere despachar con una frase ligera el problema de las drogas "duras" y mortales. La heroína nada tiene de gracioso.

Primero y sobre todo, Woody es un ser que bracea por mantener la cabeza por encima del agua de la vida contemporánea. Y, teniendo en cuenta que hablamos de alguien profundamente inmerso en la actualidad, se diría que encuentra la lucha excepcionalmente dura. El hoy no se muestra de acuerdo con Woody, como queda demostrado en su encuentro con un gamberro parecido al hombre de Neanderthal en el hall de un hotel.

Precisamente aquella mañana había aprendido a andar derecho. Vino hasta mí y se puso a zapatear sobre mi gaznate. Yo recurrí de inmediato al viejo truco de los indios navajos, es decir, al chillido y a la súplica. Por fin llegó media docena de guindillas. Tomaron cuenta del caso y se pusieron del lado de él.

Y otro caso, relativo a un nuevo secador de pelo:

Era el cumpleaños de mi mujer y por entonces teníamos por costumbre intercambiar toda clase de regalitos. Le compré, pues, en una tienda de antiguedades de la Tercena Avenida, una silla eléctrica. Le dije que se trataba de un secador de pelo. Hizo saltar la instalación eléctrica de la casa; pero ella cogió un bronceado...

Que cada uno adivine si además el aparato le secó el pelo. Como en amores siempre sale perdiendo, Woody no puede incurrir en adulterio. Lo malo es que para solicitar el divorcio las normas del estado de Nueva York lo requieren. Woody pide a una chica que le haga el favor de dejarle que cometa adulterio con ella, pero ella rehusa, diciéndole: ¡Ni aunque con ello contribuyera al programa espacial!. Por fin su mujer consiente y Woody sueña con su retorno a la dorada soltería. Se imagina su vuelta a la gloria de la vida antes del matrimonio y pasa revista a sus anhelos: sus travesuras con apasionadas secretarias en los bien regados guateques de la oficina y el colmo de los colmos: el pisito de soltero cubierto de azafatas de pared a pared donde se vive día y noche de juerga. Aunque ha quedado algo mohoso por obra de sus años de austero matrimonio, está convencido de ser "básicamente un reproductor".

Su locuacidad va sin esfuerzo de un tema a otro, aunque constantemente se regodea con el menosprecio de sí mismo:No sé si alguno de ustedes ha advertido que no llevo maquillaje de esos que te hacen parecer tostado por el sol. Soy así: pelirrojo y blanquillo de piel. No tomo el sol; sólo me froto un poco la cara.

Allen siempre habla al azar sobre los aspectos más personales de su carácter y experiencia. Ni al trabajar de cómico en el teatro ni como actor de cine ha necesitado recurrir a su suegra para hacer reír: Woody Allen cuenta con Woody Allen.



Se me hizo el psicoanálisis. Quería que lo supiérais. Psicoanálisis de grupo, porque por entonces yo era muy joven y no podía pagar consultas privadas. Se me nombró capitán del equipo de paranoicos latentes en un campeonato de balonmano para neuróticos. Jugábamos los domingos por las mañanas con el mismo programa: comeuñas contra mojacamas.

Gran parte de la magía de Woody Allen radica en su sutileza; en su capacidad para comprender la clase de auditorio que todos nosotros integramos o que quisiéramos integrar: somos listos y creemos serlo aún más. Por eso nos mostramos dispuestos a hacer algún sacrificio a cambio de la risa. En ciertas ocasiones Woody colabora permitiéndonos crear nuestra propia frase para completar la suya:

En la clase de teatro representamos la obra de Paddy Chayevsky
llamada "Gideon". Yo desempeñaba el papel de Dios. Uno de esos que te queman la imagen. Se empleaba como método el de vivir el personaje en la vida real durante las dos semanas anteriores al estreno; y durante ellas conseguí ser realmente divino. Fabuloso. Me puse un traje azul. Cogí taxis para ir de un lado a otro de Nueva York y concedí propinas importantes, que es lo que él habría hecho. Un tío rozó uno de nuestros guardabarros y le dije: "Creced y multiplicaos..." aunque no con esas palabras.

Allen no es tan solo el cómico más intelectual, sino también el más literario. Luego de reirse del jazz y de la filosofía era de esperar que redujese a basura el mundo de los libros. En un monólogo devastador se mofa de los más legendarios novelistas norteamericanos, aunque resulta evidente que no ataca tanto sus lecturas como las reputaciones y los mitos que rodean a sus libros.

He dicho antes que he estado en Europa. No es la primera vez que voy. Fuimos cierta vez con Ernest Hemingway, quien acababa de terminar su primera novela. Gertrude Stein y yo la leímos y le dijimos que se trataba de una buena novela, aunque no de primer orden; que necesitaba ser trabajada un poco más y que entonces tal vez llegara a convertirse en un buen libro. Reímos mucho y Hemingway me dió un puñetazo en la boca.

Recuerdo que Scott y Zelda Fitzgerald volvieron a casa una vez terminada la loca fiesta de año nuevo. Corría el mes de abril y Scott acababa de terminar "Grandes esperanzas". 
Gertrude Stein y yo la leímos y le dijimos que se trataba de un buen libro, aunque no había necesidad de escribirlo, puesto que Charles Dickens ya lo había hecho. Reímos mucho y Hemingway me dió un puñetazo en la boca.

Aquel invierno fuimos a España. Queríamos ver lidiar a Manolete. Me pareció que tenía dieciocho años pero Gertrude dijo que no, que tenía diecinueve mientras que otras, uno de diecinueve sólo parece tener dieciocho. Así son las cosas cuando te topas con un buen español. Reímos mucho y Gertrude Stein me dió un puñetazo en la boca. Entonces vino la guerra. Hemingway se fue a Africa a escribir un libro y Gertrude Stein se fue a vivir con Alice Toklas. Yo me vine a Nueva York, a ver a mi traumatólogo.

El material de Woody no ha sido concebido como prosa escrita, sino como conversación. La palabra hablada parece mucho más clara y espontánea; más real. Contiene más matización y peculiaridad, en especial cuando Woody parece divagar, meterse en derivaciones, interrumpirse, agregar palabras como si quisiera borrar las primeras y volver ocasionalmente a una divertida línea cómica anterior. Su palabrerío suena libre e improvisado. Parece brotar al azar, como si le saliera así de la cabeza. Lo suyo es en definitiva el parloteo; pero se trata del más extraordinariamente "exacto" de los parloteos jamás proferidos por comediante alguno porque ha sido estructurado con gran ingenio, de modo tal que sus chistes puedan encadenarse con precisión, crecer, acumularse y explotar. Su charla está escrita con más cuidado que mucha de la prosa que por ahí corre. Por lo demás, Woody es un maestro en el arte de imprimir ritmo a la exposición y de enfatizar las frases realmente cómicas.

Ahora voy a contarles una historia de amor. Ocurrió antes de casarme, hace ya mucho tiempo, en Manhattanm, en City Center, hace ya muchos años. Yo estaba entre los espectadores de un espectáculo de ballet en el City Center. No soy en absoluto aficionado al ballet, pero aquel día ofrecían "La muerte del cisne" y corría el rumor de que algunos apostadores habían acudido a la ciudad para atender las cotizaciones. Según parece había mucha pasta a favor de que el cisne no iba a morir.
Y entonces miro hacia el palco y veo a una muchacha. Mi punto flojo son las mujeres. Siempre he pensado que un día me organizarán una fiesta de cumpleaños y que me regalarán una enorme tarta y que una gigantesca mujer desnuda saltará de su interior, me aporreará y se volverá a meter en la tarta de un brinco. Bueno, pues cuando ví a aquella mujer me trastorné. Era una hembra brillante; una hembra de Bennington, de esas que estudian en Bennington para ser enfermeras, cursos de cuatro años en los que se incluyen trabajos teóricos, como la creciente incidencia de la heterosexualidad entre los homosexuales.

En cualquier época, monólogos así son muy eficaces. Ya en 1964, Woody Allen era un artista consumado. Dejando los chistes que escribía, redactaba ahora pequeños cuentos que contenían ingeniosas seríes de gags relacionados entre sí. Uno de las más recordados es el del alce, pensado con infinita sagacidad.

Cierta vez le disparé a un alce, cuando cazaba al norte de Nueva York. Le disparé y luego lo até al parachoques de mi coche. De inmediato me dirigí a mi casa por la West Side Highway, sin reparar que la bala no había penetrado en el cuerpo del alce, sino que apenas le había rozado la cabeza, desvaneciéndole. Cuando atravesaba el Holland Tunnel, el alce volvió a la vida. Y yo conducía llevando un alce vivo en mi parachoques... y el alce emite señales... y resulta que existe una ley en Nueva York que te prohibe llevar alces vivos en los parachoques... los martes, los jueves y los sábados... y me entra un miedo horrible... Entonces lo recuerdo: unos amigos organizan un baile de disfraces, iré y llevaré al alce. 
Allí lo soltaré, librándome de toda responsabilidad.
De modo que me dirigí a la casa donde se celebra la fiesta. Golpeé a la puerta, con el alce junto a mí, y el dueño de casa sale. Le digo "¡Hola! ¿Reconoce usted a los Salomón?". Entramos. El alce se confunde de maravilla con los demás invitados. Con decirles a ustedes que un tío procuró venderle un seguro de vida y se pasó en eso algo así como hora y media... Suenan las doce y empiezan a repartir premios a los mejores disfraces de la velada. El primero se le concede al matrimonio Berkowitz, que está vestido de alce.

El monólogo de Woody gana a esta altura rapidez. Excitado, con acento inquieto sigue contando:

¡Al alce le dan el segundo premio y se pone furioso! Entre él y los Berkowitz se entabla una batalla de cuernos en pleno salón de la casa. Se dan hasta quedar inconscientes. Me digo que esta es mi oportunidad. Salto hacia el alce, lo ato a mi parachoques y salgo disparado hacia el bosque. Pero... ¡me he equivocado y me llevo a los Berkowitz! De modo que conduzco con dos judíos en el parachoques... Y exista una ley en Nueva York... Martes, jueves y especialmente los sábados... A la mañana siguiente los Berkowitz se despierta en pleno bosque vestidos a la manera de los alces. Le disparan al señor Berkowitz, lo empajan y lo colocan en la sede del New York Athletic Club. Lo paradójico del asunto es que a ese club no puede entrar cualquiera. ¡Se reservan el derecho de admisión! (1)


(1) Alusión a la política de algunos clubes, que no permiten a judíos entre sus miembros.



Extraído de Woody Allen, biografía ilustrada, por Miles Palmer, Los libros de Plon, Barcelona, Septiembre 1981.

jueves, 17 de mayo de 2018

La guía de Woody.

Guía del vigilante de Woody Allen Libros 1 y 2 ahora

Si te gusta nuestro sitio web, tal vez te gusten nuestros libros sobre Woody Allen. Se llaman las Guías del Vigilante de Woody Allen y ahora están en Kindle e iBooks .
Hemos dado a los libros una gran actualización y están disponibles en dos libros. El libro 1 cubre las primeras 18 películas de Allen, que cubren Robó, huyó y lo pescaron (1969) hasta Crimenes y pecados (1989). El libro 2 cubre sus próximas 18 películas, desde Alice (1990) hasta Scoop (2006).
Cada libro presenta guías completas de las películas de Allen. Incluyen la historia de la concepción y producción de la película, los comentarios recopilados de Allen y el elenco, y los detalles del lanzamiento y los premios. También hay guías comentadas para cada película, que incluyen trivialidades, ubicaciones, pistas musicales, referencias y mucho más. Son las guías más completas de las películas de Allen que encontrarás.

Creamos videos ensayos en cada película, basados ​​en nuestro trivia favorito para cada película. 

Fuente: www.woodyallenpages.com

La carrera de otros directores en CINERAMA. 
cineramaideal.blogspot.com

miércoles, 18 de abril de 2018

Woody Allen, el cineasta cinéfilo.


Jorge Fonte presenta el libro Woody Allen: El cine dentro de su cine.
Un estudio sobre cómo ha influido el cine en la vida y la obra de Allen.




Por JESÚS JIMÉNEZ 

Antes que director de cine Woody Allen siempre ha sido un cinéfilo, una pasión que ha convertido en su vida y su obra. Lo podemos comprobar viendo cualquiera de sus películas y también gracias al libro Woody Allen. El cine dentro de su cine (Diábolo ediciones), de Jorge Fonte. Una aproximación novedosa a un director del que todavía nos quedan muchas cosas por descubrir.

“Sinceramente –asegura Jorge Fonte- creo que Woody Allen es uno de los más grandes directores que nos ha dado el cine norteamericano a lo largo de su historia. No solo por el enorme número de películas que tiene su filmografía sino, sobre todo, por la gran calidad que tienen muchas de ellas”.

“Es un director muy inteligente –continúa- que siempre tiene una propuesta interesante que trasladarle al espectador. Por no hablar ya de su excepcional sentido del humor. Lo cual, todo ello hace que, en su conjunto, siempre vayamos al cine a ver sus películas con una buena dosis de curiosidad por saber qué nueva propuesta nos trae esta vez. A fin de cuentas, Allen es como un artista del Renacimiento que ha sido capaz de destacar en varias áreas artísticas distintas. Escritor, músico, cineasta… Todas son sumamente interesantes y en todas ellas ha logrado triunfar. Lo cual no es nada fácil”.

Jorge Fonte y una página de 'Woody Allen. El cine dentro de su cine' 


Jorge Fonte


El libro

Jorge nos comenta cómo ha estructurado el libro: “Woody Allen. El cine dentro de su cine está dividido en tres grandes bloques: primero realizo una aproximación a la biografía de Allen partiendo de lo que él mismo nos ha contado sobre su vida a lo largo de sus películas”.

“El segundo capítulo –añade- está dedicado a sus gustos cinematográficos, ya que en la mayoría de sus film se habla de cine (de películas, de actores, de directores) con total y absoluta normalidad. Además, con frecuencia, sus personajes van al cine (sobre todo a ver películas clásicas) y me parecía muy interesante analizar qué películas iban a ver y cómo estas se relacionaban con la propia trama argumental del film de Allen”.

“Y el libro –nos comenta- finaliza con un análisis de las influencias cinematográficas que abundan en sus películas. Influencias que van desde algunos cómicos clásicos (como Harold Lloyd, Bob Hope y Groucho Marx) hasta los maestros del cine europeo (como Ingmar Bergman y Federico Fellini), pasando por varios grandes cineastas hollywoodienses (como Billy Wilder, Orson Welles o Alfred Hitchcock)".

Además, el libro incluye numerosas fotografías y fichas y diálogos de películas de Allen y de los directores que le han influido: “Los diálogos son otra forma más de enriquecer el libro –asegura Jorge-, una herramienta más para apoyar al texto (como las fotografías). Además, los diálogos de las películas de Woody Allen suelen ser tan divertidos e interesantes que ayudan a agilizar la lectura del libro y le aportan al lector unos comentarios de primera mano realizados por el propio cineasta”.


Un enfoque original sobre la obra de Woody Allen

De Woody Allen se han escrito decenas de libros, pero Fonte ha conseguido encontrar un enfoque original. “Esa, al menos, era mi intención –asegura el escritor-. Pero no buscando especialmente la originalidad, sino adentrándome en la obra de Allen desde una perspectiva poco estudiada hasta ahora”.

“Este –añade- es mi cuarto libro sobre Woody Allen. El primero (editado por Cátedra en 1998) era el típico trabajo donde analizaba desde una perspectiva general toda su filmografía. Tras lo cual me di cuenta que el “Universo Allen” era mucho más rico y que podía estudiarlo desde distintos puntos de vista. Así que en el segundo libro me centré en el aspecto literario, en el Allen escritor y cómo la literatura se reflejaba en sus películas. Y en el tercero (publicado en 2015 por la Editorial Milenio) abordé su faceta como músico y la enorme importancia que el jazz clásico tiene en su cine. Pero además de de la literatura y la música, la otra gran pasión artística de Woody Allen es, sin duda, el propio cine. Y de eso trata, precisamente este nuevo libro".






Todo en la vida es cine

Woody también acostumbra a volcar sus propias experiencias vitales en su cine, como nos recuerda Jorge: “Bueno, Allen ha recreado su propia vida de forma tan directa en buena parte de sus películas que casi-casi lo podríamos considerar ya como un personaje cinematográfico. Y es que, a fin de cuenta, lo conocemos todo de él: su infancia gracias a títulos como Annie Hall y Días de radio; su edad adulta con Manhattan y Desmontando a Harry; sus problemas conyugales en Maridos y mujeres; su pasión por el cine en Sueños de un seductor y La rosa púrpura de El Cairo; su pasión por el jazz en Acordes y desacuerdos; sus preocupaciones filosóficas en Delitos y faltas; etc., etc. Casi cualquier aspecto de su vida está reflejado en su cine. Es como un libro abierto”.


La cinefilia de Woody Allen

Pero… ¿Hasta dónde llega la cinefilia de Woody Allen? “De hecho –confiesa Jorge-, la primera opción que barajamos como título del libro era, precisamente, El cineasta cinéfilo. La cinefilia de Woody Allen va más allá de las del mero espectador. Se podría decir que él es un apasionado del cine. Del buen cine. Desde muy pequeño empezó a ir al cine, y le gustaba tanto que no dudaba en fugarse del colegio para meterse todo el día en una de aquellas salas de los años 40 que proyectaban una película tras otra en sesión continua”.

“Le apasiona por igual –continúa Jorge- el cine clásico de Hollywood como las grandes películas europeas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuánto cine ha visto? Pues yo creo que todo el que ha podido, y más. Para él, como bien nos cuenta en Delitos y faltas, el cine no sólo es un entretenimiento sino que además te enriquece culturalmente tanto como ir a un museo o a un concierto de música clásica”.

Unas influencias de las que Allen alardea en su cine: “Realmente, es muy fácil encontrar las referencias cinematográficas en sus películas, porque Allen nunca ha tratado de ocultar su desbordante y contagiosa pasión por el cine. En prácticamente todas hay referencias claras y directas al mundo del cine. Sus personajes constantemente hablan de cine, citan títulos, actores y directores (de igual manera que hablan de músicos, pintores o escritores) como una muestra más del alto nivel cultural que tienen todas sus películas”.

“En cuanto a la influencia directa –añade Jorge- hay dos casos muy claros: Ingmar Bergman en cintas como Interiores, Septiembre y Otra mujer por un lado, y Federico Fellini en Recuerdos, Días de radio y Alice. En todas ellas, Allen ha dejado a un lado (momentáneamente) sus originales propuestas para adentrarse en un universo que no es el propio y tratar de hacer un cine demasiado cercano al de sus ídolos cinematográficos”.


Una influencia para varias generaciones

Lo curioso es que, después de tantos años volcando sus influencias en sus películas, Allen se ha convertido en uno de los directores más influyentes de la actualidad. Preguntamos a Jorge si se podría escribir otro libro sobre las influencias de Allen en otros cineastas: “Por supuesto que sí. Tenemos un clarísimo ejemplo en la película de Rob Reiner Cuando Harry encontró a Sally (1989) que perfectamente se hubiera podido titular Cuando Annie encontró a Alvy pues las referencias (tanto directas e indirectas) al film de Allen Annie Hall son tantas que más que una influencia es una copia directa (en el mismo sentido que Allen tantas veces ha hecho con Bergman, por lo que en este caso podríamos decir que se trata de un copiador copiado)”.

En cuanto a sus proyectos, Jorge va a dejar de lado, de momento, a Woody: “A principios del año que viene –asegura-, publicaré con la editorial Milenio un voluminoso libro sobre la música en las películas de animación de Disney, en el que analizo todas y cada una de las canciones que forman parte de la amplísima filmografía del Estudio que Walt Disney fundó en 1923. Es un proyecto muy ambicioso porque estamos hablando de medio centenar de películas y más de 400 canciones. Pero estoy muy contento con el resultado. Será un gran libro. Ya lo verán”.



Fuente: www.rtve.es/noticias/20170501/woody-allen-cineasta-cinefilo/1533440.shtml