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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Medianoche en París, la luz de los sueños.


Por Manu Argüelles



Es famosa la anécdota (exagerada) que cuenta Woody Allen para afirmar que sus films recaudan más dinero en París que en todo Estados Unidos. Así que, para regocijo de los parisienses y franceses por extensión, llega un bello y delicioso canto de amor a esta metrópolis que ya intentó homenajear en un frustrado proyecto en el 2006. Una representación flotante bajo el color ocre de la nostalgia, para cristalizar su reflexión sobre las ilusiones pero sin el regusto amargo de Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010). Salta en escena el Allen afectuoso e imaginativo mediante un Owen Wilson comedido, delicado y sentimental, con el que asume con serenidad lo misterioso e imperfecto del presente de la vida.

En mi instituto de enseñanza secundaria, yo tenía un profesor de literatura que nos decía que debíamos adentrarnos en la noche de la ciudad para descubrir el mágico entramado urbano, oculto a la luz del día. Parece que el genio neoyorkino está de acuerdo porque se sirve de los secretos que emergen al cierre del día para desplegar su mirada embargada a París como ciudad edénica, libre de disonancias. Si consideramos su obra como un continuo work in progress, Midnight in Paris podría entenderse como la obra mejorada de lo que no pudo ser Vicky Cristina Barcelona (2008). Si en esta última, Barcelona como espacio escenográfico quedó tristemente reducido a una sofisticada postal urbana, el París que vemos y sentimos en su último film tiene las fragancias de una de sus mejores películas, Manhattan (1979). De hecho arranca exactamente igual, mediante una sinfonía melancólica que sirve de pasador para un encadenado de diversas imágenes de la ciudad, desde el amanecer hasta el anochecer, para evocar una urbe benigna y blanca. Un espacio mágico, propicio para que la ciudad de la luz permita proyectar viajes en el tiempo y auscultar ese poder quimérico que el realizador, en más de una ocasión, otorga al cine como medio de evasión. Para entendernos, el mismo cariño y ternura de La Rosa Púrpura de El Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985), desplazando la capacidad imaginativa y de ensoñación al mismo espacio urbano donde localiza la acción. Si Tarantino se permitió matar a Hitler en Malditos bastardos (Inglourious Basterds, 2009), Allen querrá encontrarse con el París, cuna de artistas y de ambiente bohemio de los años 20, donde veremos desfilar a Scott Fitzgerald, Luis Buñuel, Dalí, Picasso, Cole Porter o Gerturde Stein, entre otros.





Porque las cajas de Pandora de la fantasía donde se proyectan los sueños, anhelos y obsesiones de los personajes principales, Gil (Owen Wilson) y Adriana (Marion Cotillard), les permiten surfear por el tiempo como si de un conjunto de muñecas rusas se tratase, en divertidos viajes que guardan mucho de aventura, a la vez que somatizan un malestar existencial en el entorno que les toca vivir. La constelación de espejismos fabulosos que van desfilando por Midnight in Paris se van orquestando de forma grácil, sin ceremoniosa densidad y un poco ridiculizando la aparatosidad de las superproducciones de ciencia ficción, en su absoluta sencillez para plantear el aspecto fantástico del film.

Woody Allen sigue creyendo en el poder evocador de la materia fílmica, por lo que prescinde de coartadas y de efectos especiales, pero manteniendo intacta la misma euforia candorosa del cine primigenio de Méliès en sus rutas hacia mundos desconocidos. La realidad pierde su estatuto compacto y monolítico, permitiendo que se abra una brecha para que se produzca un desdoblamiento, franqueado por el día y la noche. Es lo que permite una simultaneidad entre el ambiente en el que vive Gil, coronado por unos suegros conservadores (como es costumbre no faltarán las habituales puyas políticas, Tea Party inclusive), elitistas y adinerados, que desprecian todo aquello que no sea suelo americano, y el impulso vitalista de su propio universo referencial y mitificado. En las vísperas de su boda, Gil recupera del prototípico personaje alleniano su incertidumbre respecto a las metas a trazarse, encontrándose en un momento de indecisión después de haber renunciado a su trabajo de guionista de Hollywood. Eso le provoca una soledad en su desajuste con el entorno, para que acabe por no sentir el tiempo y el espacio de forma orgánica, sino como un movimiento parabólico, donde esa intrusión en la efervescencia cultural de los años 20, no es más que una proyección escapista de su propio mundo interno.





Lanzadera de la que se sirve el realizador para trazar su devota caricatura de personajes terriblemente irresistibles como Hemingway o Dalí, o donde se permita bromas ingeniosas con Luis Buñuel, haciendo que sea Gil quien le sugiera al realizador español la idea de El ángel exterminador (1962), y el joven Buñuel no entienda el sentido de su futuro film. Este juego paródico y afectuoso con la historia está manejado con la humildad habitual del realizador neoyorkino, sin que sea estrictamente necesario que el espectador conozca a fondo a los artistas que desfilan por el film (aunque conocerlos permite que la sonrisa que nos deja sea más rica), ya que el humor está planteado para un espectador como si fuese una tabla rasa, sin que se sea necesario que lleve consigo un bagaje cultural previo. Y aunque Gil se sienta en ósmosis con ese París efervescente, dinámico y bon vivant, en su amor con Adriana comprobará que se trata de una unión de soledades compartidas, porque la felicidad no se consigue en el refugio de nuestras luces oníricas, sino en nuestra incansable lucha en el día a día.
Fuente: Aula Critica.

viernes, 20 de septiembre de 2013

'A Roma con amor', todos dicen I love you





Todo cinéfilo que se precie tiene, ya sea para bien o para mal, una opinión bastante definida sobre Woody Allen, el cineasta neoyorkino por excelencia. Por mi parte, ‘Manhattan‘ (1979) es una de las pocas películas que considero una obra maestra y ‘Annie Hall‘ (1977) es casi igual de sensacional, pero no tengo problema en afirmar que varios trabajos suyos son bastante flojos, y no sólo dentro de sus propuestas de los últimos 10-15 años, sino dispersas a lo largo de toda su carrera. Es cierto que no hay ninguna tan horrenda como ‘Contrarreloj’ (Stolen, Simon West, 2012), el otro estreno de esta semana del que ya os he hablado, pero ‘A Roma con amor‘ (To Rome with Love, 2012) tenía a priori bastantes boletos para poder entrar en ese poco estimulante grupo de películas de la filmografía de Allen. Ya adelanto que no es el caso.

El encanto italiano

Es evidente que uno de los puntos que potencia ‘A Roma con amor’ es la belleza de la capital italiana, ya que es algo habitual en sus últimas producciones. Y es que, dejando de lado su calidad cinematográfica, podría decirse que cintas como ‘Vicky Cristina Barcelona‘ (2008) o ‘Midnight in Paris‘ (2011) funcionaban perfectamente como postales publicitarias de la ciudad en la se ambientaba su historia, y eso es algo que persiste en ‘A Roma con amor’, donde pasa por multitud de lugares emblemáticos de la ciudad con la finalidad de embellecer las cuatro amoríos que nos cuenta. Eso sí, lo primero que debe quedar claro es que no estamos ante un ‘Midnight in Rome’, ya que el delicioso y mágico cóctel nostálgico de su anterior trabajo deja paso a una propuesta mucho más mundana.

Sin embargo, esta mayor normalidad no se traduce en que los cuatro relatos sean intercambiables entre sí, ya que Allen los diferencia tanto en tono como en objetivos: De la alocada absurdez de la que él protagoniza hasta el choque cultural de dos recién llegados de un pueblecito italiano, pasando por una reflexión sobre el mundo del famoseo y una imaginativa aproximación a una relación a tres bandas. Es obvio que mantiene sus constante habituales en cuanto a puesta en escena (nunca ha sido un gran virtuoso en esa faceta, pero sí muy cumplidor), pero se agradece que no haya apostado por ir con piloto automático en el guión como pasó hace bien poco con la anodina ‘Conocerás al hombre de tus sueños‘ (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010), siendo quizá su mayor acierto la inclusión de un efectivo Alec Baldwin como un personaje fuera de las propias reglas cinematográficas, ya que interactúa (sobre todo) con Jesse Eisenberg con otros delante para intentar evitar que caiga rendido a los encantos de Ellen Page.
Allen ya había demostrado en otros trabajos suyos como la estupenda ‘Annie Hall’ (1977) que no tenía problemas en transgredir las convenciones narrativas del séptimo arte, pero no por ello deja de ser disfrutable que eche mano de ello para aportar comicidad y cierta carga reflexiva a una historia que corría el riesgo de ser monótona y demasiado previsible (es, de lejos, la que más se centra en retratar la belleza de Roma) de haberse desarrollado con normalidad. Además, la propia base de la misma muestra las raíces surrealistas de las cuatro propuestas: La novia de un estudiante de arquitectura invita a una amiga suya a venirse a Roma a vivir con ellos para sobrellevar su ruptura sentimental, pero al mismo tiempo no podría tener más dudas sobre que su pareja va a acabar enamorándose de ella. Esto se contagia a las otras cuatro con, por desgracia, bagaje algo desigual.
Romances (y otras historias) alargados en Roma
Hay una serie de pegas que convierten a la película en una producción irrelevante más allá de ser un buen pasatiempo. El más evidente es que ‘A Roma con amor’ aspira a más de lo que realmente es capaz de ofrecer, algo que la lleva a padecer una duración desmesurada que provoca que el interés vaya desinflándose a medida que avanzan las diferentes historias que nos cuenta. Esto afecta sobre todo a la trama protagonizada por un correcto Roberto Benigni, la cual era una buena pase para un sketch de, como mucho, unos 5 minutos, pero Allen lo estira sin más argumentos que alguna gracieta tan evidente que parece impropia de él. Algo similar pasa con la historia en la que una cumplidora Penélope Cruz da vida a una prostituta de alto target, ya que los giros de tuerca sobre la inocencia del matrimonio protagonista no dan más de sí, aunque aquí sí que incluye algunos gags efectivos que hacen la cosa más llevadera.
Este problema resulta mucho menos acusado en las otros dos bloques argumentales, siendo bastante evidente que Allen se ha esforzado más en la que él mismo protagoniza, ya que es done más ahonda en el absurdo de lo que quiere criticar, pero lo hace sin llegar a resultar redundante o perderse en cosas que no aportan nada. A cambio, el romance incluido en la misma está tan diluido que la presencia de Alison Pill, de actualidad en los últimos días por haber subido por accidente una foto en topless a su cuenta de twitter, no va más allá de lo anecdótico, algo de agradecer, ya que, tal y como estaba planteada, no daba mucho más de sí. No es que no haya fallos, como una resolución de la misma un poco pobre, algo que también afecta a la de una sexual Ellen Page y un algo atontado Jesse Eisenberg, la cual tiene un cierre muy obvio, pero es cierto que en la propia trama de la misma había una crítica implícita ante la previsibilidad de lo que iba a suceder, así que es algo más perdonable.

En definitiva, ‘A Roma con amor’ es un buen entretenimiento para todos los amantes de la obra de Woody Allen, pero también es una película demasiado larga y un tanto irregular, un fallo recurrente en varias de sus películas. Sigue habiendo bromas o diálogos bastante simpáticos por su absurdez, en especial en la historia protagonizada por el propio director, pero también hay varias situaciones que no aportan nada y otras que acaban resultando un tanto cansinas por redundantes con lo ya visto minutos antes. Vamos, una tontería agradable para pasar un buen rato, ni más, ni menos.
 Fuente: Blog de Cine

jueves, 12 de septiembre de 2013

"La única manera de sobrevivir es contarse mentiras"..



Por Álex Vicente París
¿Ser feliz implica tener talento para contarse esas mentiras?
Por supuesto. La felicidad depende del grado de habilidad que tengas para el autoengaño. En ese sentido, el amor es el principal mecanismo de supervivencia que nos ha dado la naturaleza.
¿El cine es otra mentira que ayuda a que el trago sea más llevadero?
Las películas te permiten distraerte y dejar de pensar sobre lo terribles que son las cosas, ni que sea durante una hora y media. Te metes en una sala, observas a Fred Astaire o a Penélope Cruz en la pantalla y la vida se vuelve un poco más bonita durante un rato. Cuando sales del cine y vuelves a la vida real, te sientes un poco más fresco. El cine es como tomarse una bebida fría en un día de un calor sofocante.
¿Se acentúa el escapismo en tiempos de crisis económica?
Uno de los pocos efectos buenos de la crisis es que ha provocado que el cine vaya mucho mejor. En tiempos de dificultades, la gente necesita más distracción y espectáculo. En la Gran Depresión de los años treinta sucedió exactamente lo mismo. Esta crisis no está siendo tan dura como aquella, pero tampoco está nada mal.
“Envejecer es un mal negocio: intenten evitarlo si pueden”, ha dicho. ¿No tiene nada bueno?
De joven me preguntaba por qué todo el mundo odiaba hacerse mayor. Ahora lo entiendo. No hay nada bueno en la vejez. De nuevo, es una de esas mentiras que nos contamos. El cuerpo empieza a fallarte, tus opciones disminuyen, el futuro se acorta, te vuelves sordo y pierdes la vista. Ya me dirá qué hay de bueno en todo eso.
¿Tal vez la experiencia?
Contrariamente a lo que se dice, al hacerte mayor no te vuelves más sabio. Yo siento la misma ansiedad hoy que a los 20 años. Claro que aprendes cosas sobre la vida, pero son cuatro tonterías prácticas y poco más. Por ejemplo, con la edad aprendes a utilizar una lente u otra para rodar una escena. En cambio, en lo que se refiere a las relaciones humanas, las mujeres, la familia, el amor y los asuntos existenciales, no tienes la mínima idea ahora ni la tendrás nunca. Nadie ha tenido nunca la menor idea sobre esto. Ni los filósofos griegos ni Dostoyevski ni nadie.
¿Se ve capaz de rodar sobre la guerra en Irak o en Afganistán?
La política me interesa como ciudadano, no como cineasta. Podría hacer una película sobre Irak, pero no me dice nada. Todos estos asuntos son efímeros. Hoy estamos convencidos de que tienen una importancia desmedida, pero en años se quedarán anticuados. Es como el divorcio, la infidelidad o el aborto. Hoy nos parece ridículo que en otra época la gente se escandalizara por cosas así. Los temas de actualidad caducan. En cambio, dentro de 100 años seguiremos interesándonos por los temas de los que hablo.
Es decir, por la muerte.
Por la muerte, la angustia y todos los demás problemas existenciales. El resto de cosas tienen solución. Otra cosa es que seamos tan estúpidos de no encontrarla. Pero la pobreza tiene solución, las dictaduras tienen solución y el sida tendrá solución algún día. En cambio, la muerte.
¿Los lugares donde rueda son intercambiables?
Mis películas podrían transcurrir en cualquier ciudad, siempre que sea sofisticada como Nueva York, Londres, París o Barcelona. Pero no podría hacer una película en Sudán o en el Amazonas. Cuando ruedo en una ciudad me mudo allí con mi familia durante tres meses, así que busco lugares cómodos y agradables. Y luego, claro, está la cuestión del dinero. Me marché a Londres porque era mucho más barato que Nueva York. Aunque el dinero no es lo único que cuenta. Nunca iría a rodar a Abu Dhabi, por muchas facilidades que me pusieran. Y nunca rodaría en el desierto, como hizo David Lean durante el rodaje de “Lawrence of Arabia”. ¿Se puede creer que se pasó dos años viviendo allí?
¿No tiene curiosidad por descubrir lugares desconocidos?
No soy una persona nada curiosa. He vivido toda mi vida a una hora de avión de Canadá, pero no fui hasta los 65 años. Y nunca he ido a México, que está a la vuelta de la esquina. Soy una persona con hábitos muy determinados. Siempre voy a los mismos restaurantes, hago los mismos paseos y veo los partidos de los mismos equipos. Cada día desayuno los mismos cereales Cheerios y una banana que corto inalterablemente en siete pedazos.
Pero sí tiene curiosidad por la vida humana.
Sí, pero tampoco hay que pasarse. No es como si me encantara conocer a decenas de personas nuevas ni que me pase horas escuchando historias sobre la vida de los demás. Nada de eso. Soy un tipo muy sencillo, que se pasa el día en casa vestido en camiseta y con una cerveza en la mano, viendo deportes en la tele y tocando el clarinete. No soy una persona que lea ni que se pase el día meditando sobre la vida.
¿Es usted un nostálgico?
Intento no serlo, porque la nostalgia es una trampa. Es muy fácil acomodarse en ese sentimiento tan maravilloso que, al mismo tiempo, resulta inútil y pegajoso. Es como acurrucarse en una silla recubierta de miel, que al cabo de poco te paraliza y te impide escapar. El pasado no sirve de nada.
En ese caso, sorprende que siga negándose a utilizar música actual en sus películas.
Me gusta la música antigua, porque es lo que escuchaba en la radio cuando era joven. Por ejemplo, Cole Porter, George Gershwin y Richard Rodgers. A partir de los cincuenta todo se volvió eléctrico y ruidoso. La cultura emprendió un giro radical, pero yo decidí quedarme donde estaba. Mis amigos me dicen que estoy ciego, que me estoy perdiendo cosas estupendas. Y seguro que tienen razón, pero me da un poco igual.
Cuando rodó en Barcelona le llovieron ciertas críticas acerca de los estereotipos. ¿Le dolió?
No, porque era justo lo que buscaba. Estaba mostrando la ciudad desde el punto de vista de dos turistas. ¿Qué quiere que vayan a ver, más que Gaudí? Hacen lo que haría todo visitante que nunca ha estado allí, que es exactamente lo mismo que hice yo cuando vine por primera vez. Es la Barcelona que quería proyectar, la ciudad observada a través de mi prisma. No tenía ninguna intención de ser realista. En todo caso, no me duelen las críticas, porque siempre me han dicho cosas así. Cuando rodé Manhattan, todo el mundo dijo que ese Nueva York no existía. Y tenían razón: Martin Scorsese y Spike Lee describen la ciudad de una forma mucho más precisa y fiel. Pero yo nunca he querido ser preciso o fiel, sino imaginativo. Y les advierto que con París sucederá exactamente lo mismo.
¿Cómo está transcurriendo el rodaje de “Midnight in Paris”?
Está siendo genial. París me gusta porque me recuerda a Nueva York. Tiene el mismo tráfico, el mismo ruido, la misma gente nerviosa y estresada, la misma acumulación de restaurantes, teatros y librerías. Pero encima es diez veces más bonita que Nueva York. Por eso, cuando estoy aquí, me entran ganas de volar.
El 24 de agosto de 2010 estará en Avilés para el estreno de “You will meet a tall dark stranger”. ¿Cómo se enamoró de Asturias?
(Se entusiasma) Por puro accidente. Llegué para recoger el Príncipe de Asturias sin esperar nada en particular, pero me acabé encontrando con un lugar absolutamente maravilloso. Me gustó todo: la gente, el clima, el paisaje y la comida. Es como un paraíso que no se ha echado a perder, pero que tampoco resulta primitivo. Es un lugar sofisticado y cultivado, donde todo resulta magnífico. Si tuviera que escaparme del mundo y escoger un refugio, ese lugar sería Asturias.
Si decide jubilarse, ¿le veremos allí?
Si me jubilo, creo que me quedaré en Nueva York, porque es donde tengo a todos mis amigos. Pero si tuviera que escapar de allí porque todo el mundo hubiera decidido odiarme, entonces mi plan B sería Asturias. Sin ninguna duda. Qué lugar tan maravilloso. A mi familia le encanta ir allí. Cuando supe que el estreno sería en Avilés me puse a dar saltos de alegría. Cualquier excusa es buena para volver.
¿Dónde le llevará su próxima película?
Todavía no lo sé. Tengo que hablarlo con mi mujer.


lunes, 9 de septiembre de 2013

Woody y la risa número 11.

Continuemos riéndonos con Woody...


 
 
Extraído de Woody Allen, un libro de humor, número 1, Editorial Nueva Imagen, Mexico 1980.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

"Bananas", el mal dictador.





¡Ah, Woody Allen! ¡Tan sabio y tan poco reivindicado cuando se desmadra! Mis queridos blogdecineastas me incorporo a este especial que inició el audaz y raudo Juan Luis Caviaro para daros mi versión del cine de Allen. Advierto, ya en este preciso instante que será complicado encontrar un tono realmente hostil con Allen.


La película sigue las aventuras de otro currante, como en su primera película, esta vez bajo el nombre de Fielding Mellish (Allen, quien sino) que se enamora, de manera no correspondida, de una bella mujer (Louise Lasser) dedicada al activismo social y para conseguirla termina metido en lo que podríamos llamar un buen embrollo revolucionario en el que terminará convertido en presidente.

¡Ah, Allen! ¿Qué voy a decir de esta película maravillosa que no sepáis ya? Lo primero es que nunca se recuerdan lo suficiente las primeras películas de Allen, aquellas en las que nos enseñaba como sobrevivir. Porque Woody Allen, como Philip Roth o Saul Bellow, es un remedio para el alma que hace de sus peculiaridades y sus localismos (sus historias casi siempre neoyorquinas, su humor inequívocamente judío, su mofa ya encontrable en los mentados escritores a costa de figuras intelectuales) algo no accesible sino, más importante, familiar.

Cuando Fielding Mellish, una prolongación nada disimulada del Virgil de ‘Robó, huyó y lo pescaron’ (Take the money and run, 1970), navega hacia una revolución de la que no entiende nada lo que pretende es conseguir a la chica y un destino alejado de una vida un tanto grisácea y naturalmente pobre en expectativas y oportunidades. La política, para Mellish, es un asunto puramente psicosexual.

Cuentan algunas anécdotas, que en los setenta, cuando su ascendencia se hizo imparable ya desde que empezó a brillar como escritor e intérprete de monólogos, se impuso la teoría de que Allen sería un nuevo modelo de sexualidad. Sus musas, aquí Lasser y muy pronto Diane Keaton, eran mucho más agraciadas que él, y su estilo de humor, nervioso, inseguro, autoparódico, iba a cambiar la historia de la sexualidad.

Lo que al final sucedió, dicen, es que solamente Allen fue ese icono y su revolución no fue más allá. Naturalmente, podemos buscar consecuencias de su estereotipo / revolución en otras muchas historias….del Cine. ‘Bananas’ (id, 1971) tiene a Carlos Montalban como el impetuoso caudillo revolucionario y a un breve Sylvester Stallone haciendo una aparición memorable como matón en el metro.

Lo que también tiene es uno de los trabajos de fotografía más descuidados del progresivamente pulido cineasta judío, con un Andrew M. Costikyan realizando un trabajo de iluminación anodino. Pero compensa Allen estas carencias de cineasta que estaba empezando con gags absolutamente hilarantes, como la idea de retransmitir el coito “frustrado” con comentaristas deportivos con toda la retórica de la hipérbole a la que están acostumbrados los espectadores estadounidenses. O una hilarante escena de ruptura, que se cuenta entre las mejor escritas del cineasta.

Woody Allen, claro está, nos promete un final agridulce: es muy posible que el insignificante logre a la chica, no sin antes volver a fracasar. Su cine nos recuerda que, en realidad, estamos pasando por la vida para chocar, una y otra vez, con nuestros sueños y con nuestras frustraciones, que la inconformidad es, irónicamente, lo que nos hace buscar la felicidad y lo que nos asegura la infelicidad.

Es tan sabio este director y es tan emocionante seguir viendo sus películas.



Fuente: Blog de cine.