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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

martes, 24 de octubre de 2017

Las actrices de Woody: Marie-Christine Barrault.



“Te amamos querido soldado conocido o desconocido, ¡nuestro defensor! Te sentimos un poco como nuestro hijo, nuestro hermano. Y al mismo tiempo, te admiramos, te confundimos con el respeto y el fervor que tenemos por nuestra bandera, por la patria”. Así comienza la carta que Yvonne Pitrois, una amateur escritora sorda francesa, publicaba en su propio periódico en plena Primera Guerra, bajo el título Carta de una francesa a nuestros soldados. Con este texto comienza también el espectáculo Mujer en guerra, que llega a Chile como parte de las conmemoraciones de los 100 años de la Primera Guerra Mundial.
En escena, el pianista Hugues Leclère y la reconocida actriz Marie Christine Barraultm a través de la lectura dramatizada de diferentes textos poéticos o históricos, va desvelando el papel de la mujer en el conflicto: “En la selección de textos que hicimos hay de todo. Mujeres muy nacionalistas, que animaban a los soldados y que me parecen un poco ridículas. Pero también recogimos la voz de las mujeres que sufrieron, que no tendrán más hombres en su vida, que perdieron a sus padres, sus hermanos, sus futuros maridos. En fin, estamos acostumbrados a oír la versión masculina de la guerra, de los hombres que sufrieron tanto en las trincheras en una guerra que fue horrible. Pero el conflicto marcó también un gran cambio en la vida de las mujeres”.
Así es como al discurso más conservador de una desconocida Yvone Pitrois, Barrault y Leclère contraponen la visión más crítica y pesimista de una consagrada Colette, que en el periódico satírico La Bayoneta publicaba una especie de apología a las madres, víctimas también de la guerra, titulada “A las mamás”. “¿Qué mamá?” -se pregunta Colette-. “No podemos olvidar a ninguna. Porque desde el inicio de la guerra todas tienen cada una más grande que la otra el corazón, la esperanza, el don y el dolor”.
Barrault reconoce que la Primera Guerra marcó también un momento de emancipación social de la mujer, que accedió a actividades que le estaban vedadas hasta ese momento, como el trabajo en las industrias de armas o textil, obligando incluso al gobierno a fijar un sueldo mínimo en 1915, lo que queda reflejado además en el espectáculo: “Las mujeres hasta la guerra estuvieron en una especie de servidumbre. Amaban, admiraban, pero como sirvientas: el hombre decidía todo. Y de un momento a otro, en cuatro años, se volvieron agricultoras, responsables de su granjas, comerciantes. Tomaron el lugar de los hombres”.
Los textos de Clara Malraux son a juicio de la actriz los que mejor grafican este cambio de situación: “Malraux lo explica muy bien. Estaba a punto de comprometerse con un oficial con el que se aburría mucho y tuvo la valentía de romper el compromiso y se dio cuenta de que a partir de ese momento su vida le pertenecía. Y de hecho, eso trajo luego problemas cuando los hombres volvieron de la guerra encontraron que las mujeres habían ocupado su sitio y no estaban dispuestas a devolverlo”, destaca Barrault.
La pieza no sólo incluye textos de mujeres, sino que da un espacio a la arenga populista de René Viviani, presidente del Consejo de Ministros en 1914, llamando a las mujeres a reemplazar a los hombres en el trabajo por el bien de la patria. Y otro para Antígonas eternas del Nobel de literatura 1915, Romain Rolland, reconocido pacifista que se refugió en Suiza durante el conflicto.
Todos estos escritos van acompañados por el piano de Leclère que se pasea por  las composiciones de Cécile Chaminade, Mel Bonis, Lili Boulanger, Claude Debussy y Erik Satie, intentando hacer un dúo con las palabras recitadas por Barrault, conocida como “la más melómana de las actrices francesas”.
Rohmer y Woody Allen
La experimentada actriz que visitará Chile está lejos ya de aquélla Marie Christine Barrault que se estrenaba en el cine en 1969 bajo la dirección de un joven Eric Rohmer en uno de sus primeros éxitos, Mi noche en casa de Maud. Tras esa experiencia, Barrault participaría en Cousin, cousine, que le traería una nominación al Oscar como mejor actriz. Y como pasa también hoy, la notoriedad del Oscar haría que un joven Woody Allen la invitara a participar en Stardust memories en 1980, donde hizo de una joven casada de la que Allen, un cineasta en plena crisis existencial, se enamora perdidamente: “Fue una experiencia emocionante grabar con él, durante varios meses en Nueva York. Nos entendimos muy bien en el rodaje, pero yo me sentía como una turista en su película”.






“Filmar con Woody Allen fue un slalom”



Por Valentin Trujillo


El Observador conversó con la actriz francesa Marie-Christine Barrault sobre su carrera y su obra en el Teatro Solís




Marie-Christine Barrault en la Intendencia cuando la nombraron Visitante Ilustre


Hoy el nombre de la actriz francesa Marie Christine Barrault puede significar poco, pero basta repasar apenas su carrera, que comenzó a finales de la década de 1960 en su país, para darse cuenta de que a lo largo del tiempo trabajó con nombres grandes del mundo del cine, desde Eric Rohmer a su marido, Roger Vadim, pasando por Woody Allen, Andrej Wajda y Kristof Zanussi, entre otros.  


Barrault se encuentra en Montevideo (ayer, la intendenta Ana Olivera la declaró Visitante Ilustre de la ciudad) para presentar esta noche en el Teatro Solís una obra llamada Querido Renoir, que reúne e intercala textos de Antoine de Saint-Exupéry de un guión para una película que iba a filmar con Jean Renoir antes de que un avión alemán abatiera sobre el Mediterráneo en 1944 a su avión postal que iba rumbo a África. Estos fragmentos leídos por Barrault dialogan con piezas de piano de Eric Satie, Claude Debussy, Frederic Chopin, Enrique Granados, Wolfang Amadeus Mozart y Ástor Piazzola, a cargo de la pianista argentina Marcela Roggeri.


Los cinéfilos recuerdan a Marie Christine Barrault por su bello rostro detrás de mechones rubios en Recuerdos de Woody Allen, como la esposa francesa del personaje encarnado por el director neoyorquino; o su figura menuda y ligera en la comedia Primo-prima, película de 1975 que la lanzó a la fama en Estados Unidos y luego en el mundo. 





Barrault conversó con El Observador sobre el motivo de su llegada a Montevideo como de los puntos más destacables de su carrera.


Su trabajo frente a cámaras comenzó con el director Eric Rohmer, uno de los representantes de la nueva ola francesa. Barrault recuerda las películas que hizo con Rohmer entre 1969 y 1978 (Mi noche con Maud, El amor a la hora de la siesta y Percival, el galo) como “artesanales” y “simples”, con muy poco personal. “Él sabía exactamente lo que quería. Decía que la elección de los actores era el 75% del filme”, contó Barrault, quien explicó que al director le gustaba pasar mucho tiempo con sus actrices en situaciones concretas, como tomar el té o asistir a una exposición, sin trabajar sino solo estando juntos como forma de conocerse y familiarizarse para la filmación.      


En 1975 filmó Primo-prima, una comedia dirigida por Jean Charles Tacchella que planteaba una historia de amor, como reza el título, entre dos primos.


“Cuando filmamos esa película creímos que era solo una liviana comedia francesa, de bajo presupuesto. Y entonces pegó fuerte en Estados Unidos y fue increíble. El público se enloqueció con la película. Hacían cola todos los días para verla. Incluso un diario que creemos tan prestigioso como el New York Times dijo que la clave del éxito fue que yo no usara soutién”, contó Barrault, quien en aquel momento tuvo que asistir a cientos de programas de televisión y esconderse para salir a la calle. 


Tal fue el éxito de Primo-prima en Estados Unidos que la francesa consiguió algo que rara vez sucede en Hollywood: la nominación para el Oscar a Mejor Actriz. En la ceremonia de 1977, Barrault estaba nominada junto a Faye Dunaway por Poder que mata, Talia Shire por Rocky,  Sissy Spacek por Carrie y la noruega Liv Ullmann por Cara a cara. Finalmente la estatuilla dorada fue para Dunaway, pero el hit de Barrault produjo que Woody Allen viera la película y la eligiera para su siguiente proyecto fílmico, Recuerdos.





“Él quería a una actriz europea para su película Recuerdos. Me llamó desde Nueva York y me preguntó dónde estaba. Yo estaba de vacaciones en una isla del sur de Francia. Me dijo: ‘¿Una isla? ¡Eso es peligroso!’”, dijo la actriz entre risas, por el carácter psicótico de Allen.   


Barrault estuvo casi un año filmando en Nueva York con Allen. “Leíamos las escenas y discutíamos las palabras que íbamos a usar. Luego me dejaba improvisar. Pero cuando se aferraba a una palabra, me hacía improvisar hasta determinado punto. Porque para que él pudiera decir esa palabra yo no podía variar mi línea. Filmar y actuar con él fue como un ejercicio de slalom. Nos íbamos por las ramas pero sabíamos que teníamos que pasar por determinado punto”, explicó Barrault. También contó sobre la forma de trabajo de Allen en esa película de 1980. Lo que veía del guión que no funcionaba en escena o ante algunas sugerencias de los actores, el director lo cambiaba y lo reescribía en la noche. Al otro día, Allen aparecía con el guión reescrito y “limpio” para las escenas modificadas.


“Para mí fue una maravilla estar un año en Nueva York, a las órdenes de alguien como Woody Allen. No había tanta información al instante como ahora. Me preguntaban: ‘¿qué estás haciendo en Nueva York?’ ‘Filmando una película con Woody Allen’, les respondía”, agregó la actriz.


De regreso a Europa, Barrault también trabajó con importantes directores polacos, como Andrej Wajda (Un amor en Alemania, 1983) y Kristof Zanussi (Paradigma, 1985), y con el alemán Volkler Schlondorf (Un amor de Swann).




Durante una década fue pareja del director Michel Boisrond, con quien filmó la teleserie Marie Curie, donde encarnó a la célebre científica. Desde 1990 hasta su muerte en 2000, fue la última esposa del director Roger Vadim (exesposo de Brigitte Bardot). Con Vadim filmó varias películas para televisión y confesó que “todo fue diversión” en medio de un amor de madurez.  

Pero a pesar de todo su película favorita fue Mujer entre perro y lobo, del belga André Delvaux, filmada en 1979. Cuenta la historia de una mujer durante la guerra en la Bélgica partida culturalmente entre flamencos y valones y ocupada por los nazis. 


Con todo este bagaje y una carrera de estas dimensiones sobre sus hombros, Barrault, (hoy con 70 años de edad), sigue manteniendo una mirada de ojos celestes límpidos. Su voz recreará hoy de manera mágica una película que no existe de un escritor aviador muerto en su último vuelo. Como dicen los franceses, hay que “ponerle el oído” a esta señora. 




Filmografía 


Serie de televisión con Marie-Christine Barrault

Premios de Marie-Christine Barrault


  • Oscar del cine 1977 : Nominada al Oscar de la mejor actriz por Primo, prima de Jean-Charles Tacchella


Extraído de:

http://www.elobservador.com.uy/filmar-woody-allen-fue-un-slalom-n281194
https://centenarioprimeraguerramundial.wordpress.com/tag/marie-christine-barrault/

martes, 17 de octubre de 2017

Retrato 2.


Woody Allen, por Miles Palmer.


EL SIMPATICO NEOYORQUINO

En estos tiempos en que los ocurrentes sostienen que para ser neoyorquino es preciso olvidarse de decir "lo siento", Woody Allen se disculpa más tarde que nadie. Hasta de ser él: el hombre siempre ha dicho que lamentaba no ser otra persona.

Allen Stewart Konigsberg nació en Brooklyn el primero de diciembre de 1935. Su padre fue sucesivamente camarero , chófer de taxi y grabador de joyería. Su madre llevaba la contabilidad en una floristería de Manhattan. Desde sus años de bachiller Woody escribía chístes, que vendía a una agencia de relaciones públicas la cual a su vez los hacía publicar en las columnas de cotilleo, puestos en boca de estrellas de cine que eran clientes de la agencia. Por esta época se cambió el nombre. En lugar de llamarse como la famosa cerveza, quiso evocar algo americano. En 1968, al cruzarse  los caminos de Woody con los del editor de films Ralph Rosenblum, ambos advirtieron que tenían mucho en común. En su libro "Al terminar la filmación empieza el montaje", Rosemblum, nacido en 1925, brinda una descripción objetiva y desapasionada de la comunidad judía de Brooklyn, dentro de la cual pasó los primeros veinte años de su vida:

Bensonhurst era más aseado, tranquilo y educado que el Bajo Este, siempre inclinado al jaleo, donde se apiñaban los inmigrantes pobres, cuyos usos y costumbres privaban. Se hubiese dicho que todos ellos aferraban desesperadamente al nicho que con tanto trabajo habían labrado para ellos. El provecho, el afán de superarse a sí mismos y una ruda noción de la practicidad regían todo. El régimen impuesto era poco alegre, acaso porque obedecía al peso de la gran depreción que se originaria en 1929. Diez años más tarde, cuando Woody Allen crecía en el mismo medio, los valores reinantes y su opresora conformidad eran aún los que prevalecían.





Al comenzar Woody su carrera de chistoso profesional, la tradición y la tecnología de la diversión habían alcanzado un desarrollo interesante. Buster Keaton, Harold Lloyd y Harry Langdon no dejaron de hacer reír hasta el advenimiento del cine hablado. En la década de los treinta, algunas de las estrellas de vodevil y de Broadway se pasaron al cine. Como ejemplos, basta citar z W.C.Fields, Jimmy Durante y Eddie Cantor. Más adelante, las tradiciones del vodevil iban a trasladarse al original y comediantes como Jackie Gleason, Sid Caesar y Milton Berle se transformaron en super estrellas del nuevo medio durante la década de los cincuenta.

En aquellos días toda la televisión se emitía en directo. Los actores no estaban protegidos por la tecnología, como hoy. Cada espacio de sesenta o noventa minutos era una revista cómica que vivía o perecía de momento en momento ante una audiencia real en los estudios y salía al aire tal como era captada por las cámaras. El rey de aquella época peligrosa fue un hombre venerado o, al menos respetado por sus colegas: Sid Caesar. Su humor era más sofisticado y satírico que el de sus rivales. Fue sin duda leyenda viva del show norteamericano, aunque apenas se le conozca fuera de los Estados Unidos, por razones que veremos.

Al dar comienzo el programa "Para usted, el show de los shows", el guapo de Sid aún no había cumplido los treinta años y era un dínamo. Un gran dínamo, puesto que medía más de un metro ochenta. Dijo de él Mel Brooks: "podría destruir un Buick sirviéndose sólo de sus manos. Le bastaría darle con el puño en el radiador". El éxito de Sid fue inmenso. El show de los shows se extendió por espacio de cuatro temporadas, tras las cuales hizo durante tres el espacio "La hora de César". El show de los shows contó siempre con excelentes guionistas: Mel Brooks, Lucille Kallen, Mell Tolkin y, durante cierto tiempo, Neil Simon y su hermano Danny. Entre quienes hicieron "La hora de César" se contaba Carl Reiner (quien más tarde dirigió "¡Donde está papá?" y más recientemente "El respingo", Larry Gelbart (creador de M.A.S.H.) y el precoz Woody Allen, quien se incorporó al grupo cuando contaba unos veinticinco años.

Al finalizar la última serie (Sid Caesar te invita), en 1959, el hombre tan ampliamente reconocido como el mejor comediante en la historia de la televisión, desapareció de las pantallas. De la noche a la mañana se esfumaba un gigante, obligado a un prematuro retiro. Sid se encerró en su mansión fortaleza de Beverly Hills. Diez años es toda una vida en televisión. El meteórico Sid se quemó en una década porque debía mucha de su gloria a quienes le acompañaban y al equipo que le escribía los guiones. Había alcanzado el estrellato con tal celeridad que no supo de adiestramientos. De haber comenzado por abajo acaso aprendiera a cantar, bailar y encarnar papeles teatrales. Como no fue así, se encontró con que le faltaba la versatilidad de otros, preparados con tiempo para cumplir largas carreras.

Esto contituyó tal vez una saludable lección para Woody, que había observado al poderoso Sid plantarse cada noche ante grandes auditorios sabedor de que cualquier equivocación que cometiera se vería en todo el país, de costa a costa. El hombre que fuera un héroe semanal durante diez años, de golpe quedó anticuado. Fue tal vez por entonces que Woody se planteó la necesidad de planificar una carrera teatral de larga duración, con especial apoyo en los éxitos que se pudieran cosechar a mediana edad.

Resultó que era capaz de usar su habilidad de escritor para transformarse en comediante y emplear su éxito de comediante para obtener trabajo como guionista de películas y, más tarde, como director.

La conocida crítica de cine Pauline Kael fue siempre una gran admiradora de Woody. Ha destacado en estos términos lo cortés que es y las maneras comedidas que le caracterizan:

Woody Allen se nos aparece como un adolescente golpeado y siempre temeroso. Un poco demasiado bueno y también demasiado sujeto a amenazas como para permitirse ser agresivo. Tiene la osadía muy urbana del renacuajo que se pone a usar el lenguaje como medio de protección para descubrir luego que el lenguaje posee vida propia. La guerra entre el manso y el subrreal --entre el asustado chico que trata de preservar la paz y el sabio cuyas fantasías subversivas no dejan escapar de su boca-- ha sido la fuente de la comedia en sus films.

Encontró un modo no agresivo de habérselas con las presiones urbanas: ser siempre simpático, no insultar jamás, (cosa que hace la mayoría de los comediantes neoyorquinos) y contar chistes sin incurrir en cinismo alguno. Nos deleita el espectáculo de su falta de defensas y aun su modo de actuar, en que siempre parece decir: "no deseo causar ningún mal a nadie; no quiero dañar". Nos deleita porque vemos en él a un arquetipo de cordura. Respetamos esa cordura... y es desde esa base desde la que Woody levanta el vuelo.


Otros chicos judíos de Brooklyn no han sido tan sensatos, Norman Mailer se transformó en un golfo genial, con una reputación de mal gusto y de inclinación por conducirse mal en público, que se ha extendido por tres décadas. Viendo a Mailer borracho y considerando sus alardes de matón al abrirse camino con los dos puños a través de orgías de inflada prosa y amenazando con estallar en una gigantesca explosión de autoengaño, nos preguntamos a veces si algún otro país fuera de los Estados Unidos podría haberle dado vida y hasta si otro país lo habría tan solo tolerado.


Hoy, los recientes films de Woody Allen triunfan en las grandes ciudades porque lo que en ellos describe, dramatiza y satiriza, resulta totalmente urbano. Las ciudades son infinitamente interesantes y divertidas; pero Nueva York ofrece especial abundancia de materia prima, como lo prueban los trabajos de Runyon sobre Broadway, los de Scorcese sobre el barrio Pequeña Italia y los de Allen sobre Manhattan.

En comparación, la vida de Los Angeles, donde se pueden esperar trescientos cuarenta días soleados por año y se dispone de cuarenta millas de playa, parece más apropiada para la música rock que para las películas. Me refiero a sentimientos pacíficos y sin problemas, a la rapidez con que es posible circular por sus calles y todo eso: ¡Algunas, como el Wilshire Boulevard, tiene más de veinte millas de extensión! El paraíso es el sol, los automóviles rápidos y el próximo encuentro con alguien del otro sexo. Los estilos de vida son agradables, despreocupados, pasajeros y, al final, tediosos. En cambio Nueva York es una ciudad estimulante, un centro de oportunidades, desafíos y subculturas; de parias, vida callejera y clandestinidad. Y de clubes. Hay clubes de jazz, música folk y de nueva ola; discotecas roqueras y teatros "off-off-Broadway"; galerías e infinidad de sucesos que sirven para inspirar historias y obras de teatro. Escenarios, naves y estudios permiten la experimentación y, al proliferar, se fertilizan entre sí.

En Los Angeles no hay movimiento "underground". Todo gira en torno a los grandes nombres y los grandes tratos. Resulta casi imposible ser descubierto allí. No se va a Los Angeles para consagrarse, sino para, una vez consagrado, conseguir mayor consagración.

Otro genio de la comedia brotado del barrio judío de Manhattan es Neil Simon, quien se fue a vivir a California con la actriz Marsha Mason tras la trágica muerte de su esposa Joan. El rey de los escritores de comedias se vió obligado a abandonar su medio para poder escapar de los fantasmas de su pasado y comenzar una nueva vida con su segunda mujer. La revista Play Boy le entrevistó al cumplirse los tres años desde que dejara Nueva York. Simon dijo que nunca podría convertirse en californiano, así viviese cincuenta años más en Los Angeles. Veía lo bueno de las dos ciudades, pero el problema era otro. "Hay muchísimas cosas que me gustan de California, pero echo a faltar la trepidación y la carga casi eléctrica que te impone Nueva York".




Los puntos de vista de Simon, como es característico en él, fueron ventilados con laconismo y buen humor: "Por ejemplo en Nueva York me gusta ir por las calles y encontrar gente que dice  ¿Cómo estás? ¿Que programa tienes para mañana a la noche? En cambio en Los Angeles no te encuentras nunca con nadie que vaya por ahí despreocupadamente. Si hallas a algún conocido, invariablemente está metido en negocios vinculados con el espectáculo y no sabe hablar de otra cosa. Y algo más: en California todos adoptan una especie de sonrisa de plástico y quieren hacer la vida agradable cueste lo que cueste. Le han extraído lo conflictual. Creo que en la baja California la gente se preocupa por hacer de sus vidas algo agradable, mientras que en Nueva York se interesan ante todo por hacerlas interesantes. Si tuviese que esbozar una comparación diría que cuando hay cinco grados bajo cero (Fahrenheit) en Nueva York, hay setenta y ocho en Los Angeles; y si hay ciento diez en Nueva York, sigue habiendo setenta y ocho en Los Angeles. Pero hay dos millones de personas interesantes en Nueva York y tan solo setenta y ocho en Los Angeles. Si hay más, son difíciles de hallar. En Los Angeles todo el mundo sueña con ser director de cine. Es lo único que oyes decir a la gente: Bueno, lo que realmente quiero es dirigir películas."

Muchos de los elementos más creativos de Norteamérica sienten el mismo impulso. Al Pacino sigue viviendo en el apartamento bohemio y en cierto modo modesto que ha ocupado durante largos años. De Los Angeles ha dicho el director Paul Mazursky: "La ciudad es cosa de las grandes productoras, de modo que es imposible no hablar de cine; pero la regeneración es posible. Surge ya del village, donde se prodiga humanismo y existen teatros y libros".

Al comenzar la carrera de Woody Allen,. éste no se sentía demasiado atraído por la vida algo indolente de la costa oeste. Woody siempre supo quién era, dónde estaba, lo que era y dónde quería permanecer. Sabía ya que Malibú te da masajes mientras Manhattan te vigoriza. Pensaba que California era algo que era preciso evitar, si se podía. "Cuando era un chico", dijo a la revista Time en cierta ocasión, "siempre procuré no dejarme seducir por la posibilidcad de escribir para la televisión. Ganaba ya mucho dinero pero sabía que estaba en una vía muerta. Si te dejas seducir por un estilo de vida y te mudas a California, a los seis meses quieres ser productor".

En términos generales, Woody se muestra de acuerdo con Neil Simon. "Me gustan las ciudades", dice, "Y podéis creerme que cuando afirmo conocer el tema. Pero de todas cuantas conozco, Nueva York es para mí la mejor, simplemente porque es excitante y activa. París suscita sensaciones parecidas: podría vivir allí muy feliz. En cambio no me gusta Los Angeles. No es una ciudad. Viví en Londres unos ocho meses y me va muy bien; pero prefiero París. Lo que siento sobre Nueva York no es nada fácil de explicar en pocas palabras. Creo que tiene que ver con le ritmo urbano. Lo sientes en cuanto pones un pie en la calle. Hay en Nueva York centenares de buenos restaurantes, miles de pinturas brillantes. Puedes ver todos los films antiguos y todos los nuevos... Sin embargo no se trata sólo de eso. No es eso lo que la diferencia tanto de otras ciudades. Tiene un ritmo intangible. París lo tiene parecido. Londres no. Es algo que tiene que ver con los nervios, con la presión sanguínea de la ciudad. Es peligrosa, bullanguera. No es pacífica ni relajada y a causa de ello te sientes más vivo en ella, más vinculado a lo que la gente, según se supone, ha de sentir con respecto al mundo. En cierto modo es más darwiniana. Se suscitan en ella más conflictos que en cualquier otra parte. La lucha por la vida es aquí mucho más apasionada que en Los Angeles, para seguir con el ejemplo. Allí todo es agradable. Quiero decir... bueno, toda esa gente sentada en sus bañeras. ¿Puedes imaginarte eso?".

Woody vierte muchos elogios sobre los comediantes ingleses. En un ejemplar de Film´78 le dice al productor Lanin Johnstone que siempre ha sido partidario fogoso del humor inglés. "Siempre me han chiflado esas películas de los cincuenta y también, en parte, las de los sesenta. Las de Peter Sellers y Alec Guinness son estupendas, sensacionales. Soy un hincha incondicional, absolutamente incondicional de la comicidad inglesa. Alistair Sim, los actores de Beyond the Fringe... Hasta hoy no han dejado de hacerme reír. Cuando veo a Cook en Nueva York le encuentro siempre graciosísimo. Y, si puedo, no me pierdo a Monty Python".

También ha sido bueno y generoso con sus asociados. El editor Rosenblúm dice que ha hecho progresar en sus carreras a muchos de ellos y que es pródigo con la gente que él valora. "Ex-esposas y amiguitas desempeñan a veces papeles estelares en sus films y algunos actores con papeles irrisorios figuran en grandes letras en el reparto. El reconocimiento que hizo de mi trabajo en Annie Hall y en Interiores son, que yo recuerde, los únicos ejemplos en que un editor ha recibido tal honor".

El año pasado, la sala de cine llamada New Yorker Cinema en Broadway y la calle Ochenta y ocho, dedicó una temporada a Woody, la cual se publicitó como Festival de películas de Woody Allen en el New Yorker. Se pasaron nueve films suyos y los aficionados pudieron ver hasta seis de ellos en un sólo día, ¿Deseaba aún ser otra persona? Probablemente. Al menos Fassbinder no tiene que aguantar las acometidas contínuas de los pelmazos a quienes no conoces de nada y que se te pegan en la calle para dar palmaditas a lo que, según se estíma, es un verdadero hervidero de risas. Y tampoco tiene que escuchar su nombre gritado a cada instante desde los autos y los camiones que pasan.



Extraído de Woody Allen, biografía ilustrada, por Miles Palmer, Los libros de Plon, Barcelona, Septiembre 1981.

lunes, 16 de octubre de 2017

Soñar, soñar.

Medianoche en París, de Woody Allen


Medianoche en París, de Woody Allen
 
por Sebastián Santillán
Yo no quiero realismo, quiero magia.”
Blanche DuBois en Un Tranvía Llamado Deseo
Desde su origen la historia del cine ha estado íntimamente ligada a la urbanidad. La ciudad, epicentro material y conceptual de la modernidad, excedió desde un comienzo el carácter de eventual telón de fondo. Las ciudades tienen su propia personalidad, determinan no sólo el espacio sino también las relaciones posibles que se establecen entre las personas. Así, el cine ha mantenido un vínculo especial con dos ciudades, New York y Paris, sin dudas las más representadas en las pantallas cinematográficas (también Los Ángeles, aunque como brillantemente expuso Thom Andersen en su seminal Los Ángeles plays itself el cine operó sobre ella una sistemática falsificación).
Con Medianoche en Paris, su película más popular en bastante tiempo, Woody Allen, el cineasta que mejor ha expuesto la psicosis que caracteriza a New York (o, mejor dicho, la que el cine nos ha enseñado que la caracteriza), desembarca en Paris, la otra gran ciudad cinematográfica, sin ocultar en ningún momento una mirada marcada por la fascinación e idealización. La Paris de Allen no es la de Sarkozy, el ascenso de la derecha conservadora y los graves conflictos raciales, sino la Paris de la cultura, los ideales, el buen vivir y la vida de ensueño (aunque no se lo explicite como personaje, la figura de André Breton atraviesa toda la película).
Así establecido, el comienzo del film de Allen deja en evidencia que su recorte tendrá que ver con el ensoñamiento: vemos una serie de imágenes de lugares turísticos habituales de Paris (el Sacré Cœur, el Moulin Rouge, la catedral de Notre Dame, etc.), cual postales listas para enviar. Ese cliché turístico de la ciudad definirá un pacto explícito con el espectador: la visión que se propondrá será la del extranjero, del que aún puede asombrarse.
Esta vez Allen delega su rol de soñador en Gil Pender (Owen Wilson en una de sus mejores interpretaciones, a la altura de esa subestimada gema que es Los Rompebodas), guionista estadounidense con cierto prestigio en la escritura de guiones industriales, que está comprometido (por razones no establecidas) con una insoportable señorita de clase alta tilinguera, y que tiene la mala suerte de visitar su amada Paris junto con los padres de ella, estereotipo de la familia conservadora, que incluso simpatizan con el Tea Party. Todo sigue el sinuoso camino que tal combinación de personalidades anticipa, hasta que acontece el suceso fantástico, añorado y a la vez inesperado: un vehículo cada medianoche le brindará el ticket mágico para transportarse a la Paris de los años veinte, su época añorada, la de la bohemia a flor de piel, donde los artistas, intelectuales y marginales se entremezclan. Cada encuentro con afamados le significará una revelación, ya sea con la visionaria editora Gertrude Stein, el pasional Ernest Hemingway (que se roba las mejores líneas) o un dubitativo Luis Buñuel (el chiste sobre el origen de El Ángel Exterminador se le computará entre los mejores de la carrera de Allen). Pero la revelación mayor la encontrará en una señorita anónima, olvidada por la historia, cuya belleza inspiró a grandes maestros. De ella se enamorará, naturalmente, en un arrebato de amour fou, de los que Paris suele provocar.
Medianoche en Paris es una fábula que encierra en sí una metáfora sobre el cine mismo, el lugar donde se nos permite transportarnos en tiempo y espacio hasta los lugares más recónditos y añorados. Pero Allen, consciente de los riesgos de la nostalgia, deja una luz de esperanza. El presente, inexorable e inevitable, también puede ser un lugar de ensoñación, de caminatas bajo la lluvia en un puente mítico junto a una belleza radiante. Y allí está el cine para capturarlo. Porque, como decía André Bazin, el cine sustituye nuestra mirada por un mundo más en armonía con nuestros deseos. Y Medianoche en Paris también es una historia de ese mundo.

TítuloMedianoche en Paris
Titulo originalMidnight in Paris
Año: 2011
Duración: 100 minutos
Origen: Estados Unidos - España - Francia
Intérpretes: Owen Wilson, Marion Cotillard, Rachel McAdams, Carla Bruni, Kathy Bates, Adrien Brody, Michael Sheen
Director: Woody Allen
Guionista: Woody Allen
Director de fotografía: Darius Khondji
Montaje: Alisa Lepselter
Sitio oficial: http://www.sonyclassics.com/midnightinparis/
Estreno en Argentina: 30 de junio de 2011


Fuente: http://www.marienbad.com.ar/critica/medianoche-en-paris