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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.
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jueves, 7 de abril de 2022

Fragmentos...

 Por Woody Allen


Entonces la función doble ha terminado y abandono la magia oscura y reconfortante de la sala de cine y vuelvo a emerger en la Coney Island Avenue, con el sol y el tráfico, y emprendo el regreso al triste departamento de la Avenida K. Otra vez en las garras de mi archienemiga, la realidad. En mi película "El dormilón", hay una secuencia cómica en la que, mediante alguna clase de endiablado proceso, me imagino que soy Blanche Du Bois en "Un tranvía llamado deseo". Hablo con acento femenino y sureño, tratando de que la secuencia tenga alguna gracia, mientras Diane Keaton hace una imitación perfecta de Brando. Keaton es de las que se quejan: "Oh, no puedo hacer esto. No puedo imitar a Marlon Brando". Como esa chica en clase que te dice que le ha salido fatal el examen y cuando le dan la nota tiene un diez. Como es lógico, su Brando es mejor que mi Blanche, pero lo que quiero dar a entender es que, en la vida real, yo soy Blanche. Blanche dice: "No quiero realidad, quiero magia". Y yo siempre ha despreciado la realidad y he anhelado la magia. Traté de ser mago, hasta que descubrí que solo podía manipular naipes y monedas, pero no el universo.




Y así es como, gracias a mi prima Rita, me introduje en el cine, en las estrellas, en Hollywood, con su moralidad patriótica y sus finales milagrosos, y, mientras todo lo que trataron de enseñarme, desde mis padres hasta mis profesores de español cuando ya había cursado dos años de ese idioma, me resbalaba, Hollywood se me quedó fijado. Modern Screen, Photoplay. Bogart, Cagney, Edward G. Robinson, Rita Hayworth... Lo que aprendí fue ese mundo de celuloide. Que era más grande que la vida real, superficial, falsamente glamoroso, pero no me arrepiento ni un fotograma. Cuando me preguntan cuál es el personaje de mis películas que más se parece a mí, solo tenéis que mirar a Cecilia en "La rosa púrpura de El Cairo".


Fuente: Woody Allen, A propósito de nada. Autobiografía, Alianza Editorial, 2020

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Las mujeres que han inspirado la carrera y la vida personal de Woody Allen


Coincidiendo con la publicación de las memorias del cineasta repasamos algunas de sus musas, tanto en la pantalla grande como en su círculo íntimo.




Por ÁLVARO FERNÁNDEZ-ESPINA

Corren tiempos convulsos para Woody Allen. En los últimos años el realizador de cintas legendarias de la historia del cine como Manhattan o Match Point se ha visto salpicado por los escándalos sexuales que han asolado Hollywood a raíz del caso Harvey Weinstein. Pero, con más de cincuenta películas a sus espaldas, Allen ha sido más un elemento de discordia en la industria, cuyos actores y actrices se han dividido entre partidarios y detractores.

Una situación que ha vuelto a cobrar relevancia estos días con la publicación en castellano de A propósito de nada, su esperada autobiografía en la que habla sin tapujos de su carrera, sus relaciones y el mundo del celuloide. Pero si algo ha vertebrado sus trabajos cinematográficos a través de los años han sido los personajes femeninos que ha creado y que han resultado ser auténticos regalos para las actrices que los han interpretado. La relación con algunas de ellas las ha convertido en musas, incluso en algunos casos, le ha valido el reconocimiento con un Oscar.

Y si su vida profesional ha estado marcada por grandes nombres de mujer, el plano personal tampoco ha estado exento de polémica. Repasamos una breve lista con algunas de las que le han marcado.



Cate Blanchett

Blue Jasmine estaba escrito por y para ella. Un vehículo de lucimiento personal en el que la conexión entre actriz y director dio los mejores resultados para interpretar a una mujer al borde de un ataque de nervios y por el que ganó el oscar en 2014.



Charlize Theron

A finales de los 90 la actriz buscaba su sitio en Hollywood y Allen supo ver en ella el prometedor potencial que tenía. Le dió un pequeño papel en esta cinta ambientada en el turbulento mundo de la fama para interpretar a una supermodelo que sirvió para que todo el mundo reparara en ella. En 2001 repitieron en La maldición del escorpión de jade.



Diane Keaton

Juntos formaron la pareja cinematográfica y sentimental de la década de los 70. Un binomio cultural ineludible que a Keaton le reportó un Oscar por Annie Hall en 1978 y muchos otros papeles como el de Misterioso asesinato en Manhattan. Su relación terminó en 1975 pero la actriz siempre ha declarado que guardan una buena amistad.



Elena Anaya

Otra española que se suma a las filas de Allen. El último fichaje de la próxima película que veremos en los cines, Rifkin’s Festival, y que se rodó en San Sebastián el pasado verano.



Emma Stone

Uno de los mejores fichajes del neoyorquino durante su última época ha sido el de la intérprete de La La Land. Por él se puso en el papel de una médium en la Costa Azul durante los años 20 en Magia a la luz de la luna y en el de una estudiante universitaria que se enamora de su profesor en Irrational Man.



Louise Lasser

La protagonista de Réquiem por un sueño fue su segunda mujer. La primera fue, según ha confesado Allen, una novia de la adolescencia. Lasser y él casaron en 1966 y la actriz participó en tres de su películas, Bananas, Coge el dinero y corre y Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar. Su matrimonio terminó en 1969 pero aún se profesan un gran cariño.



Mia Farrow

Aunque estuvieron juntos más de una década y tuvieron un hijo biológico juntos, Ronan, y dos adoptivos, nunca llegaron a casarse. Hannah y sus hermanas, Otra mujer, La rosa púrpura del Cairo o Maridos y mujeres son solo algunos de los títulos en los que la dirigió. Todo se torció cuando Farrow abandonó a Allen tras enterarse de que este mantenía una relación con Soon Yi, la hija adoptiva de la actriz con su anterior marido André Previn.



Penélope Cruz

Para ella guarda algunas de sus mejores palabras y recuerdos en sus memorias. Allen le hizo a la actriz española un regalo que no va a olvidar nunca: el papel en Vicky Cristina Barcelona por el que en 2008 le concedieron el Oscar a la mejor actriz de reparto.



Scarlett Johansson

De su encuentro en el set de rodaje quedarán para la historia títulos tan emblemáticos como Match Point, en el que el magnetismo de la actriz y la inspiración de director estaban a niveles máximos. A pesar de todos los comentarios y acusaciones que le han llovido recientemente, Johansson ha reconocido que le apoya y que volvería a trabajar con él en cuanto se lo pidiera.



Soon-Yi Previn

Tras hacerse público en 1992 el escándalo de la relación que mantenían cuando ella solo tenía 21 años y él 56, la pareja ha permanecido junta. Se casaron en 1997 y han adoptado dos hijos. Previn se mantiene siempre en un segundo discreto plano pero le acompaña en sus compromisos por todo el mundo.



Fuente: https://www.mujerhoy.com

martes, 31 de agosto de 2021

Woody Allen. Un autorretrato en la era de la cancelación.

 

El cineasta estadounidense, siguiendo el tono satírico de Groucho Marx en sus memorias, da a conocer una autobiografía en la que indefectiblemente termina por cobrar protagonismo su defensa contra las acusaciones de abuso


Por Nicolás Mavrakis



Woody Allen sabe que su vida privada es la más perfecta de las tragicomedias escritas por él mismo. De hecho, esta es una percepción recurrente desde el principio de A propósito de nada, su flamante "polémica autobiografía". Aunque a los 84 años, podría tratarse del único desenlace sensato para una vida dedicada a reírse con inteligencia de las muchas contradicciones que lo más razonable, oportuno y discreto del espíritu debe aceptar cuando se somete a "lo que el corazón quiere", como dice citando al novelista Saul Bellow.

En todo caso, son sus películas las que muestran que en el mundo están quienes, llegado el momento, renuncian a lo que aman para hundirse en la angustia y la muerte, y quienes, en cambio, aceptan lo que aman para hundirse en la angustia y la vida.

De una u otra manera, en 1992, Woody Allen eligió a Soon-Yi, la hija adoptiva de veintidós años de quien era su pareja, Mia Farrow, y a pesar de las dificultades de público conocimiento, desde entonces sigue casado con ella (y respecto a esta notable perdurabilidad, remarca Allen, sería equivocado creer que Soon-Yi es algún tipo de cautiva: "Yo no duraría una semana en un campo de concentración sin mi esponja de baño; ella, por el contrario, en dos días tendría a la Gestapo llevándole el desayuno a la cama").




El detalle es que, durante esta peculiar historia de amor, Allen fue acusado de abusar sexualmente de Dylan, otra de las hijas adoptivas de la misma mujer (Mia Farrow) con la que mantuvo una de las relaciones laborales y afectivas más célebres en el star system de Hollywood. A partir de ahí, el director arrastra una nube amarillenta de conmoción moral y profesional cada vez que presenta un nuevo trabajo, circunstancia que se incrementó cuando, en pleno #MeToo, dos de los hijos de Farrow volvieron a acusarlo mediáticamente de lo mismo que su madre había hecho antes en una corte. Y aunque la justicia real de finales del siglo XX ya había comprobado que las acusaciones eran falsas (las dos instituciones más serias de investigación de crímenes sexuales en Nueva York concluyeron que el abuso nunca había ocurrido), la emergente cultura de la indignación y la censura del siglo XXI (también llamada, de un modo amable, "cultura de la cancelación") no dudó en declararlo culpable.

Es por esto que, mientras algunos insisten en renegar de haber trabajado con él, otros rechazan hacerlo y Amazon se niega a distribuir sus películas en los Estados Unidos, Allen decidió tomar la palabra. De lo contrario, remarca el director de Hannah y sus hermanas, "ciudadanos bienintencionados, rebosantes de indignación moral, están la mar de felices asumiendo noblemente una posición en un asunto del cual no tienen ningún conocimiento, de manera que teniendo en cuenta lo que todos estos cruzados saben realmente, yo podría ser tanto una víctima como Alfred Dreyfus como un asesino en serie".

Este es el trasfondo que se impone sobre casi todas las otras apariencias del libro, y también es el motivo por el cual, a pesar de presentarse como una autobiografía y admitir episodios en los que Allen relata eventos de su infancia y su carrera, A propósito de nada no es otra cosa que un ameno, reflexivo y valiente alegato autodefensivo con un objetivo: responder con una serie de hechos probados a las caóticas mentiras inventadas por Farrow (esa, insiste Allen, sería la "nada" sobre la que necesita escribir).




El libro, en este sentido, es menos una versión actualizada de Groucho y yo, las memorias en clave satírica que publicó en 1959 uno de sus mayores ídolos de la comedia, Groucho Marx, que una versión en tono humorístico de Toda la verdad, la autobiografía que el boxeador Mike Tyson publicó en 2013 para demostrar que la mujer y el jurado que lo enviaron a la cárcel por violación en 1992, en realidad, habían mentido y actuado en base a prejuicios.

Por supuesto, esto no impide que Allen pueda hacer chistes sobre su trato con las mujeres de su vida, como cuando, al recordar su matrimonio con Harlene Rosen, escribe que "me di cuenta de que me había metido en problemas cuando, durante un debate filosófico, Harlene logró probar que yo no existía", o cuando al mencionar su relación con Diane Keaton, de quien sigue siendo amigo, recuerda que "jamás vi a nadie, fuera de un campamento de leñadores, zamparse tanta comida como ella". La similitud con el estilo de Groucho es un homenaje constante, y para notarlo basta una línea cualquiera de Marx en su propia autobiografía: "No hay duda de que el sexo es la fuerza responsable de la perpetuación de la raza humana. Si no existiese, la vida desaparecería en pocas décadas, lo que tal vez no fuese mala idea".

Por otro lado, quienes quieran conocer los verdaderos detalles sobre la larga vida y obra de Allen, acerca de lo cual su protagonista revela poco menos que el artículo con su nombre en Wikipedia (y pasa por alto cualquier comentario sobre quienes ya no ven nada nuevo en sus más recientes películas), están todavía a mano las excelentes biografías oficiales publicadas por Eric Lax, quien funciona desde hace mucho como el auténtico iluminador de una existencia huidiza a la mirada del gran público con Conversaciones con Woody Allen (2007) y Woody Allen. La biografía (1991). Allen lo sabe, y por eso resulta impactante su esfuerzo por defenderse y contar, al menos en sus términos, todo lo que solo él puede conocer sobre su relación con Mia Farrow y Soon-Yi, y que nadie se animaría a preguntar.

Sin margen para las bromas, es ahí cuando señala que, además de tener Mia Farrow un hermano condenado y en prisión por abuso de menores, de los siete hijos adoptivos de ella sometidos, según los testimonios judiciales de Soon-Yi y distintas mucamas, a distintos maltratos físicos y psicológicos, dos se suicidaron y otra murió abandonada en un hospital.

Si Maridos y esposas o Manhattan perdurarán cuando sea su cinematografía lo único que ofrezca un testimonio sobre el hombre que las hizo es algo que, por ahora, no le interesa resolver a Woody Allen. Lo urgente es saber si él mismo logrará ver cumplida su famosa máxima, que dice que la comedia es tragedia más tiempo.


Fuente: Lanacion.com.ar








lunes, 5 de julio de 2021

Woody Allen toma la palabra.

 



Publicada en medio de una polémica, la autobiografía del realizador neoyorquino narra algunas de las controversias que han rodeado su vida privada. 

La autobiografía de Woody AllenApropos of Nothing (A propósito de nada), es un testimonio divertidísimo que ofrece material de interés para distintos tipos de lectores. Se puede leer como el ameno retrato interior de los profesionales de la comedia norteamericana de la época gloriosa del stand-up, así como de los hacedores del cine estadounidense desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. También es, en tono de comedia de enredos y malos entendidos, el diario de un seductor, que estuvo envuelto sentimentalmente con tantas y tan bellas mujeres, entre las que se cuentan bellezas prístinas y locuaces de Hollywood, como Mía Farrow y Diane Keaton. También es un cuento de hadas con altas y bajas sobre el éxito, escrito por uno de los cineastas más prolíficos y premiados, por uno de los músicos de jazz menos dotados pero más persistentes, y por un mago en ciernes.

Creo que hay más ternura y amor en Apropos of Nothing de lo que se espera de un cómico cínico como Woody Allen. Entre ingeniosas bromas y juegos de ideas deslumbrantes, se agradece la escritura pulcra y refinada del testimonio generoso de un hombre que hoy, a sus 84 años de edad, se levanta todos los días para escribir y reescribir historias durante buena parte de las horas del día, tal como ha hecho desde que era un muchacho que buscaba, ante todo, divertirse.

Yo me acerqué a este libro pensando que Woody Allen sólo era un cineasta, y de los buenos, pero no podía haber estado más equivocado: sobre todas las cosas que Woody Allen ha anhelado ser, ha sido desde el principio un escritor perfeccionista de gran imaginación. Tal vez debí haberlo sospechado echando un ojo a los premios Oscar: de los cuatro que le han ofrecido (aunque nunca ha ido a recoger), tres de ellos han sido por mejor guion original: Annie Hall (1978), Hanna y sus hermanas (1987) y Medianoche en París (2012). Pero ha sido nominado en esa categoría 10 veces más.

No hay manera de explicarse por qué una empresa como Hachette, la editorial que poseía los derechos, decidió en el último momento no publicar este libro literaria y testimonialmente estupendo que, desde el punto de vista comercial, es oro puro. No me lo explico en términos legales y, mucho menos, morales. En todo caso, tras los alegatos que aluden comportamiento impropio en su vida personal, desde mi punto de vista, la inmoralidad fue de la editorial Hachette, ya que decidió censurarlo sin pruebas; mandarlo a la hoguera de la Inquisición de los libros prohibidos por el simple rumor de lo políticamente correcto.


El origen de las acusaciones

Para aquellos que no estén al tanto de los hechos, trataré de hacer una escueta síntesis: Mia Farrow (mujer culta y refinada, proveniente de la realeza hollywoodense, quien ya tenía siete hijos, tres biológicos y cuatro adoptados) y Woody Allen fueron pareja por 13 años (y 13 películas), aunque nunca vivieron juntos y nunca se casaron. Juntos adoptaron a una niña (Dylan) y concibieron un varón (Satchel).

Para 1992, cuando Dylan tenía casi siete años y Satchel casi cinco, la pareja se separó abruptamente debido a que Woody Allen comenzó una relación sentimental (que persiste al día de hoy) con la joven mayor de edad Soon-Yi, hija adoptiva de Mia Farrow y su pareja anterior, el director de orquesta André Previn. Fue entonces, durante el alegato de custodia de los dos menores, Dylan y Satchel, ante la Suprema Corte de Justicia de Nueva York, que Mia Farrow acusó a Woody Allen de haber abusado sexualmente de Dylan.

Dos investigaciones especializadas (una de seis meses por parte de Yale-New Haven y otra de 14 meses de Servicios Sociales de NY) no encontraron pruebas al respecto. El juez Elliot Wilk determinó que no hubo abuso sexual a la menor, pero también que se le negaba de manera absoluta a Woody Allen cualquier contacto con Dylan y Satchel.

Instantes de la relación de Allen y Soon-Yi | 


Pasaron las décadas, y cuando el frío invierno neoyorquino parecía haber exterminado las uvas de la duda, una ramita de vid fortalecida surgió entre el hielo. El 1 de febrero de 2014, Nicholas Kristof publicó en su columna del diario The New York Times extractos de una carta en la que Dylan (ya una mujer de 28 años) relataba el supuesto abuso sufrido por parte de su padre adoptivo (con el que por cierto jamás volvió a tener contacto), basándose en los pocos recuerdos reales y aquellos construidos a lo largo de veinte años, como secuela de una investigación en extremo traumática para una niña. Una semana después, Woody Allen escribió su respuesta, puntualizando datos verificables en torno a su inocencia.

Al margen de esta historia, durante 2017, la revista The New Yorker y el diario New York Times publicaron una serie de reportajes en torno al abuso sexual de que habían sido objeto varias artistas de Hollywood por parte de productores y directores, lo cual abrió la puerta para que muchas mujeres, artistas de distintas disciplinas, se sintieran apoyadas para por primera vez confesar a través del hashtag #MeToo que también habían sido víctimas de abuso. Fue tan importante y original esta iniciativa, que el año siguiente uno de los premios Pulitzer de periodismo, el correspondiente al tema de “Servicio público”, fue otorgado de manera conjunta a estos dos medios informativos por su cobertura del tema, la cual derivó de manera indirecta en el juicio y la condena penal en contra del productor Harvey Weinstein. Los periodistas premiados fueron Jordi Kantor y Megan Twohey, por The New York Times, y Ronan Farrow, por The New Yorker.

Ronan Farrow es Satchel, ese hijo que Woody Allen no pudo volver a ver desde que tenía casi cinco años, cuyo segundo libro (Depredadores. El complot para silenciar a las víctimas de abuso) es editado por el grupo editorial Hachette. Fue gracias a la presión ejercida por Satchel, y a que los empleados de la editorial se manifestaron en contra de la publicación del libro de un supuesto abusador sexual, que se decidió no publicar Apropos of Nothing.

Estamos ante un caso de censura del arte bajo el amparo de lo políticamente correcto. Se han dicho infinidad de cosas horribles sobre Woody Allen desde que se desató este asunto, salpicadas de buenas intenciones, tramposas imprecisiones y francas mentiras. Si atendemos a los hechos verificables, de ser culpable, él ya estaría en la cárcel por haber cometido el que yo considero el más atroz de los crímenes: abusar de un menor, pero ni siquiera fueron suficientes las pruebas presentadas en el alegato de custodia de sus hijos para establecer contra él una acusación formal.

Mia Farrow, Woody Allen, Dylan y Ronan, en enero de 1988 | 



Woody Allen y las mujeres

Tras varias páginas de Apropos of Nothing explicando por qué Woody Allen no se considera a sí mismo un gran artista, en comparación con dos de sus mayores ídolos: el cineasta sueco Ingmar Bergman (con cuyo fotógrafo Sven Nykvisty trabajó en varias ocasiones) y el dramaturgo norteamericano Tennessee Williams (autor de la que para él es la más grande obra teatral jamás escrita: Un tranvía llamado deseo), Woody Allen hace un recuento de las mujeres que han colaborado en sus películas:

“Del lado positivo, entre la influencia de Bergman y Williams, he escrito muchos papeles femeninos, incluso algunos bastante jugosos. Para ser un tipo vapuleado por los fanáticos del #MeToo, mi récord con el sexo opuesto no está nada mal.

“Mi representante de prensa, Leslee Dart, un día me hizo notar que en cincuenta años de hacer cine, y trabajar con cientos de actrices, he propiciado 106 papeles de actriz principal con 62 nominaciones para las actrices, y jamás ha habido ninguna insinuación de comportamiento impropio por parte de ninguna de ellas. O de ninguna de las extras. O de ninguna de las dobles. Además, desde que somos independientes de los estudios, he dado empleo a 230 mujeres como jefes del equipo detrás de cámara, sin mencionar a mujeres editoras y productoras, y todas han sido remuneradas con el mismo sueldo que los hombres”.

Penélope Cruz escucha a Woody Allen durante la filmación de A Roma con amor  | 



Fin de la digresión

Cuando se anunció que el Apropos of Nothing no sería publicado, el célebre autor de best sellers de horror Stephen King declaró a través de Twitter:

“La decisión de Hachette de soltar el libro de Woody Allen me inquieta. No es por él; no me importa un comino el Sr. Allen. Es quién será el siguiente en ser amordazado lo que me preocupa”.

Claramente Sthepen King, como autor, ve un peligro en la censura y el linchamiento de un libro tras el escudo de la ilusión de lo políticamente correcto sin pruebas. Algunas de las películas más recientes de Woody Allen, como Día lluvioso en Nueva York, actualmente no son distribuidas en Estados Unidos por este tema. “Fin de la digresión —como bien se apunta en el primer tercio de Apropos of Nothing—, y si no he perdido su interés por completo, volveré al tema principal de este libro: la búsqueda de dios por parte del hombre, en un inútil y violento universo”. Te recomendamos: El legado de Lee Miller Por fortuna lo que tenemos aquí es un gran libro que, página a página, habla por sí solo, revelando los secretos de un artista que nunca ha perdido el objetivo principal de disfrutar y divertirse con lo que hace más que cualquier otra cosa en el mundo. Cuando se enteró de que había sido elegido para recibir el premio Príncipe de Asturias, Woody Allen en un principio lo rechazó, tal como hizo cuando Federico Fellini, uno de los mayores genios del cine, le telefoneó a su habitación de hotel en Roma, porque pensó que se trataba de una broma. Cuando le llamó un funcionario de la realeza para decirle en tono de pánico que recibiría el Príncipe de Asturias en la misma ceremonia que Arthur Miller y Daniel Barenboim, dos gigantes de la cultura universal, la respuesta de Woody Allen no fue la de un monstruo sediento de gloria y poder: “Ve, le digo que debe tratarse de un error”. Los momentos más gloriosos de Woody Allen, los que narra en Apropos of Nothing con mayor elocuencia y placer, no son los premios ni las exitosas producciones de ganancias millonarias, sino las colaboraciones con amigos suyos, como Mickey Rose y Marshall Brickman. “Toma el dinero y corre —su segunda película, de 1969— fue un guion que escribí con mi viejo amigo de escuela y compañero de equipo de beisbol, Mickey Rose. Nuestra amistad se remonta a la secundaria Midwood, donde los dos soñábamos con jugar en las ligas mayores y salíamos al campo de beisbol en verano sin importar lo sofocante que estuviera el calor, a batear pelotas, torear elevados y fildear roletazos. Tan solo nos deteníamos cada pocas horas para correr a la tienda de la esquina por unas malteadas de chocolate. Mickey no tenía disciplina, pero sí un sentido del humor lunático, totalmente original. Su idea de una buena broma era ir por todas oficinas de los empresarios del espectáculo, agentes y gerentes, en Nueva York y siempre dejar por ahí una lata de atún sin que nadie lo notara. Podía provocarle una risa histérica imaginar a los empresarios reuniéndose para almorzar y que uno de ellos dijera: ‘Me pasó algo curioso el otro día: encontré una lata de atún en uno de los cajones de mi escritorio’. ‘Qué coincidencia’, diría un segundo empresario, ‘yo encontré una en mi silla’. ‘Yo también’, diría un tercero. Pero para entonces Mickey ya estaría revolcándose de risa en el suelo con lágrimas rodando sobre sus mejillas”. Evoqué claramente a este par cuando vi recientemente Toma el dinero y corre. Para salir de prisión, a Virgil, un maleante sin suerte ni vocación, le ofrecen probar en él una medicina nunca usada en humanos. Uno de los efectos secundarios que experimenta es convertirse momentáneamente en rabino. No pude evitar imaginar a Woody Allen y Mickey Rose sufriendo un ataque de risa incontrolable ante el absoluto desconcierto de todos los presentes. “He sido nominado a numerosos premios Oscar —recuerda Woody Allen en esta autobiografía—. La noche de la ceremonia yo estaba tocando jazz en Nueva York. Recuerdo haber interpretado Jackass Blues, una pieza que King Oliver hizo famosa. Utilicé esta presentación como una escusa, pero no habría ido de todas maneras. No me gusta la idea de los premios en aspectos artísticos. Las piezas de arte no fueron creadas con el propósito de competir, sino para expresar una comezón artística y, con suerte, entretener. No estoy interesado en el pronunciamiento de ningún grupo sobre cuál es la mejor película del año, o el mejor libro, o el artista más valioso. No quiero meterme en eso ni gastar en ello la cinta de mi máquina de escribir, porque entonces tendría que convencer a ese grupo, cambiarlo y alimentarlo. Es suficiente decir que la noche del Oscar toqué blues lo mejor que pude, me fui a casa, me metí en la cama y, a la mañana siguiente, en la primera página del Times me enteré que había obtenido cuatro premios Oscar, incluyendo el de mejor película (por Annie Hall). Reaccioné como cuando escuché la noticia del asesinato de Kennedy: pensé en ello por un minuto, luego me terminé mis Cheerios, me senté frente a la máquina de escribir y me puse a trabajar”. De manera personal, después de leer las 400 páginas del libro, suscribiría lo que declaró la editorial Arcade Publishing, cuando se apresuró a publicar Apropos of Nothing una vez que la había rechazado intempestivamente Hachette: “En estos tiempos extraños en que a menudo la verdad se califica de fake news, como editorial preferimos dar voz a un artista respetado en vez de hacerles caso a quienes intentan silenciarle”.

Fuente:  www.milenio.com/cultura/laberinto/woody-allen

 

jueves, 27 de agosto de 2020

La escalera real de Woody Allen

 A sus 84 años, el cineasta ha decidido que "el sentido común" no se va a imponer solo y hace pública su versión de los hechos en A propósito de nada

  • Igual que el aficionado al cine encontrará también un decálogo de consejos, el fetichista recogerá un puñado de curiosidades que probablemente ya conozca.

Cuando Woody Allen relata el momento en que le pidió matrimonio a Soon-Yi, aprovecha para anunciarle al lector que abordará más adelante su historia con Mia Farrow, "y sí, hay algo que contar al respecto". Estamos en la página 219, más o menos en la mitad del volumen autobiográfico A propósito de nada, publicado en español por Alianza Editorial. "Y espero que no sea la razón por la que habéis comprado este libro", añade el cineasta, alimentando la intriga. Desde luego, Allen tiene claro que precisamente lo que quiere contar, más que ninguna otra cosa, es que su fama de abusador de niñas no tiene fundamento real, se cimenta en esa "nada" del título: "¿Por qué no me otorgaron el beneficio de la duda ante una muy cuestionable acusación que iba en contra del sentido común? Nunca he conseguido entender exactamente qué he hecho para acumular toda esta mala voluntad hacia mí, pero ya sabemos que un perro no ve su propia cola".



Al final Allen cumple su palabra y pone sobre el tapete todas sus cartas, que son fundamentalmente datos contundentes, sellados con agradecimientos a los que le han apoyado e incomprensión hacia los que lo han atacado, a quienes acusa de haberse dejado llevar por la corriente sin molestarse en leer las evidencias. Incluye en este capítulo al New York Times que leía todas las mañanas. Lo hace con una cortesía que a menudo suena protocolaria, y lo hace contando historias, que es su fuerte. Al fin y al cabo, él se considera, sobre todo, escritor, "y esto es una bendición, porque un escritor nunca depende de que lo contraten para trabajar, sino que genera su propio trabajo y elige su horario". Hacer cine viene a ser una prolongación de ese oficio, según Woody Allen, que repite lo que él mismo ha dicho ya otras veces, y quizás hemos oído a otros cineastas, que "es mucho más difícil escribir que dirigir; un director mediocre puede realizar una película buena a partir de un guion bien escrito, pero un gran director nunca podrá convertir un guion flojo en una película buena".A sus 84 años, Woody Allen ha decidido que "el sentido común" no se va a imponer por sí solo y hace pública su versión de los hechos: "Es como estar jugando al póker con una escalera real en la mano. Te mueres de ganas de que todos hagan sus apuestas y de que muestren sus cartas. Pero ¿y si la oportunidad de jugar mis propias cartas no llega nunca? ¿y si desaparezco antes de que pueda recoger las ganancias?". En contra de lo que podíamos esperar, el cineasta no entra a saco, se muestra prudente y respetuoso, da rodeos, se autoinculpa de no haber hecho caso de los indicios que apuntaban a que profundizar en su relación con Mia Farrow era meterse en la boca del lobo: "¿Debería haber percibido alguna señal de alarma? Supongo que sí, pero si uno está saliendo con una mujer de ensueño, aunque vea esas señales de alarma, mira para otro lado. Y recordad que yo no era el tipo más avispado del barrio, en especial en los asuntos relacionados con Cupido".

De este modo, Allen va dejando aquí y allá afirmaciones sobre el séptimo arte que no se proponen ser definitivas. Las expone con una modestia rutinaria: son fruto de las enseñanzas que recibió en sus primeros años, de la experiencia acumulada en las más de 50 películas que ha realizado, y a veces de su peculiar carácter: "No soy una persona paciente en lo que respecta a las exigencias de los ensayos. Esa es la razón por la que, con los años, ruedo planos largos y no filmo planos-recurso ni tomas extra. No soporto tener que repetir las mismas escenas una y otra vez. A mí me gusta rodar, irme a casa y ver un partido de baloncesto".

Igual que el aficionado al cine encontrará un decálogo de consejos diseminados en el libro, el fetichista recogerá un puñado de curiosidades que probablemente ya conozca, pero que aquí vienen contadas por el personaje Allen, en su rol de monologuista de largo recorrido, y envueltas en unas tapas negras de best-seller. Hablo de anécdotas, como por qué decidió adoptar el nombre de Woody Allen, si su nombre originario era Allan Stewart Konisgberg, o cómo eran sus padres, a los que caricaturiza un poco y maltrata bastante, o cómo lo engañó su primer agente, o de qué forma casi surrealista se libró del servicio militar, o de las filtraciones que sufría en su ático, situado en una planta 20 de Manhattan frente a Central Park. Algunas de las historias resultan casi fantásticas, y sin embargo sabemos que a veces la realidad es más fantástica que la ficción, por lo que nos conjuramos a creerle.


Extraido www.infolibre.es/noticias




lunes, 29 de junio de 2020

Woody Allen, por Miles Palmer.

Vodevil en video


Charles K. Feldman, un productor de alto vuelo, descubrió a Woody en el Club Blue Angel de Nueva York y le contrato para escribir el guion de "Que pasa, Pussycat? (What's New, Pussycat?, de Clive Donner, en 1965.



La película iba a ser una de esas ¡locas, locas!, ¡tronchantes! ¡irresistibles! comediolas de los sesenta, con un "gancho" solo comparable al encuentro de los hermanos Marx con los Beatles. Peter Sellers hacia de psiquiatra chiflado. Ni el ni Woody pueden dar golpe en tanto el director de una revista de modas, Peter O'Toole, se la pasa en grande con chicas como Romy Schneider, Paula Prentiss (poetisa y experta del strip tease), Capucine (una modelo despampanante) y Ursula Andress (una amazona vestida de piel de serpiente).

"Que pasa Pussycat?" es un film norteamericano dirigido por un ingles, muy influenciado por "Socorro" (Help), "Anocheser de un día agitado" (Hard Day's Night) y "El Knack y como lograrlo" (The Knack), tres películas inglesas dirigidas por el norteamericano Richard Lester. Lamentablemente es una nadería, pero la taquilla fue buena, Woody sabia que el film seria una basura, pero secundo la idea porque significaba poner el pie en el cine. Mas tarde aparecería en "Casino Royale", producida asimismo por Feldman.

En este periodo aparecio muchas veces en televisión y escribió dos exitosas comedias para Broadway "No te bebas el agua" (Dont drink the water) y "Tócala de nuevo, Sam" (Sueños de seductor en Argentina) (Play It Again, Sam). En esta ultima también desempeño el papel principal. Otro proyecto que muestra a que alturas volaba su imaginación en los años sesenta se plasmo en "Que pasa, Tiger Lily? (What's Up, Tiger Lily), una barata producción japonesa de espías hecha al modo de 007 cuyos derechos para los Estados Unidos adquirió para modificar los diálogos y lanzárla al mercado, donde obtuvo mucho éxito.

Hacer películas es realizar un trabajo en equipo; y la alquimia de la colaboración es a veces engañosa, por decirlo de un modo amable. Films diferentes se realizan de diferentes maneras. Los actores productores como Robert Redford y Warren Beatty a veces compran un guión y establecen  el reparto antes de ir en busca de un director. En otros casos, el productor manda hacer a la medida un guión para una estrella que de pronto cae, obligandole a salir en buscar de otra, la cual solicita otro director. Grandes escritores de cine pueden verse, y así sucede a menudo, obligados a trabajar en el guión alterado de un guión alterado de un guión alterado. No es raro que este proceso lleve varios años; y por mucho empeño que pongan los patrocinadores de un proyecto, en general, conducirlo a buen puerto requiere de una tenacidad rayana en la obsesión.



Es claro que sí alguien puede realizar por sí sólo varias de las funciones esenciales, necesita menos gente. En teoría al menos, encontrará menos obstáculos, Woody Allen, al comenzar como escritor y actor, se ha constituido en un comediante auto-contrato y auto-obsesionado que trabaja sin descanso para definir, refinar y redefinir la visión que pretende llevar a la pantalla. Ha trabajado para darnos una versión del mundo de Woody. A una década de reverencia por los directores como fue la de los setenta, Woody supo sacarle partido. Se diría que aún vivimos en la era del director superstar: no dejamos de oír hablar de magnates tales como Altman, Spielberg y Coppola. Los "mocosos del cine", como se les ha dado en llamar. Como diría Billy Wilder, los chicos barbudos se han quedado con todo. Los comediantes más gustados, como Elaine May, Mel Brooks y Woody Allen son todos ellos escritores-actores-directores y han venido a demostrar que el estilo "hágalo usted mismo" puede ser fuente de films extraordinariamente graciosos. En los últimos años Alan Alda ha resuelto seguir el mismo camino y se ha puesto a escribir y a dirigir.

Es un hecho indudable que ser actor es mucho más que ser actor es mucho más fastidioso que ser director. El actor ha de esperar a los demás y depender de ellos. Se sienta junto al teléfono esperando que suene, se somete a pruebas y, si es religioso, se dedica a rezar para que alguien le otorgue un papel. El director Paul Mazursky habló de esto con John Higgins en una entrevista publicada en el "Times", al ser interrogado sobre su película "Next Stop Greenwich Village" (Barrio bohemio, en Argentina), la cual tiene que ver con un joven y luchador comediante de los cincuenta que trata de sacudirse el yugo familiar. Dijo que comenzó tratando de ser actor. "En aquellos días lo probé todo: fui actor, director (de films menores) y hasta trabajé como animador de un club nocturno durante cinco años. Lo malo fue que en ningún caso obtuve mayor éxito; y no tardé en comprender que una de las cosas más humillantes, tediosas y tristes que puede arrastrar a un ser humano consiste en ser un actor a quien no se le dejan de ofrecer papeles insignificantes,si es que le dan alguno".

Woody no acepta en principio papeles en películas de otros. Sin embargo, en alguna ocasión ha sido persuadido para desempeñar el papel estelar en obras ajenas, porque el tema le resultaba interesante. Tal fue el caso con "The Front" (El testaferro).

Dirigida por Martin Ritt, la película abordaba el tema del "Terror rojo", que en la década de los cincuenta hizo que se redactaran listas negras de actores sospechosos de comunistas, a los cuales se les impidió trabajar en el cine, la radio y la televisión. El Comité Parlamentario de actividades antinorteamericanas persiguió asimismo a aquellos sospechosos y dificultó todas sus tareas. Los actores que resultaron víctimas del acoso dejaron los Estados Unidos o se pasaron al teatro. Directores como Joseph Losey y Jules Dassin ser fueron a trabajar a Francia y a Inglaterra y los guionistas vendieron su trabajo bajo nombres supuestos o haciéndolos pasar por obras de otras personas. Muchos excelentes escritores se negaron a colaborar con el comité, entre ellos Dashiell Hammet, Irwin Shaw, Lillian Hellman, Ring Lardner Jr. y Dalton Trumbo. El tema de "The Front", primer intento de Hollywood por exorcisar aquellos fantasmas de principios del cincuenta, se desarrolla no en Los Angeles, sino en el ambiente televisivo de Nueva York hacia 1950. Por entonces Walter Bernstein y Martin Ritt, respectivamente autor y actor en un telefilm seriado, se hallaban en la lista negra del comité. Se trataba, claro, de un maravilloso material para hacer un film: los aspectos morales, políticos y psicológicos de aquellos sucesos suministraban el contexto ideal para hacer una película fuerte. Pero, tras veinticinco años de esperas y muchos intentos para hallar el dinero demandado por tema tan controvertido, Ritt lo frutró, quitándole agallas. Hizo un film inteligente pero sin pasión. En definitiva perdió la oportunidad.

Allen se cuida de la caja registradora de un bar. Lleva apuestas clandestinas y en general pasa el tiempo. Es un fracasado, pero no un fracasado al modo típico de Woody Allen, en el terreno social y sexual, sino del tipo caótico y torpe, aunque no por eso incapaz de interponer algún comentario faux nair y agudo.

Uno de sus amigos es guionista de la televisión (Michael Murphy) y acaba de ser puesto en la lista negra, razón por la cual se halla sin trabajo. Le ofrece a Woody el diez por ciento de todos los beneficios, si es capaz de vender sus trabajos. Woody logra lo deseado y obtiene excelentes beneficios. Una vez por semana llega despreocupadamente a los escritorios de los agentes y "sus" escritos le son literalmente arrebatados de las manos. Hasta que se ve en aprietos, porque un editor de guiones (Andrea Marcovicci) le brinda demasiada atención y termina por llevarle ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas para que explique sus antecedentes políticos.

"El Testaferro" suscita muchas carcajadas. En el film, Allen es más actor cómico que un comediante. Hay algunos atisbos de la víctima perpetua, pero también se ven algunos momentos dramáticos planteados en los que la víctima no puede salirse con la suya apoyándose en unos cuantos chistes. Aquí Allen nos resulta algo diferente al usual; pero sigue siendo un Allen eficiente y acertado.

La mayor parte de los críticos se mostraron comprensivos. Alan Brien expresó sus reservas, aunque halló el film en general "extraordinariamente divertido, personal e inventivo". David Robinson, tras pasar revista a todo el film obtuvo la conclusión de que "El testaferro es sensato, culto, humorístico e inteligentemente interpretado, en especial por Woody Allen, que hace un sonado debut como hombre corriente, y por Andrea Marcovicci, siempre gracioso". Sin embargo se trata de una película que es melancólica y contenida cuando debería ser, aun hoy, colérica. El papel desempeñado por Zero Mostel me parece sintomático. Colocado en la lista negra en 1950, Mostel era celebrado por la beligerancia de las actitudes. (Al ser llevado ante el comité, en 1955, agitó los cinco dedos de una mano para indicar que invocaba la quinta enmienda y, al terminar su testimonio, que era televisado, agradeció formalmente al Comité por haberle facilitado reaparecer en televisión, de la cual permanecía al margen en los últimos cinco años por haber sido colocado en la lista negra)".

En el Chicago Tribune, bajo el título "Woody y la jovialidad escenifican el mensaje", Gene Siskel muestra haber visto el film bajo un ángulo diferente. "Una equivocación en el reparto anula lo que "El testaferro" tenía que haber sido y lo transforma en una película a menudo cómica sobre un tema serio".
¿Puede hacer eso un reparto equivocado?
Si, desde luego, en especial cuando el personaje erróneamente incluído se llama Woody Allen.
"El testaferro" no es la comedia más nueva de Woody Allen. Al menos tal es el mensaje que la Columbia Pictures y Woody Allen pretenden que el espectador crean".

Esta actitud es fácil de comprenden cuando se piensa en algunas frases cortas, típicas de Woody, que saltan de improviso para darle a uno en las costillas.

Ella: Yo soy de Connecticut
El: Estupendo
Ella: Si, vengo de una familia muy decente, la clase de familia donde lo peor que puedes hacer es hablar demasiado alto.
El: pues lo peor que puede hacerse en la mía es comprar al detalle.

Lo incongruente de la broma sirvió para acelerar la destrucción de la carrera del cómico de televisión Heckey Brown, ya medio perdido bajo una barrera de previas carcajadas.

El propio Allen se había visto atraído a "El testaferro" (entre otras cosas) por su afición al drama serio. Con este film se le presentaba la oportunidad de hacer cine a un nivel aún no experimentado por él. Sin embargo nada de eso sofocó las dudas.

"¿Y si contrataras a Peter Falk para hacer mi papel?" le dijo al director Martin Ritt pocos días antes de comenzar el rodaje. Y dijo antes del estreno: "Decidí correr el albur. Desde el principio albergaba enormes reservas sobre esto de hacer un film cuyo guión yo no había escrito y sobre el cual no tenía el control de dirección. No sabía cómo era la sensación de ser un actor contratado para hacer una película dramática, de modo que dije: "Si queréis a alguien que haga bien un papel conversado, ¿porque no  ofrecérselo a Jack Nicholson?" Me sentía incómodo a todo lo largo del rodaje, porque no era posible improvisar ni cambiar nada. Además, no podía apreciar cómo iban desenvolviéndose las cosas. ¡Mi único metro es la comicidad!".

La ambivalencia experimentada por Woody Allen con respecto a su papel en "El testaferro" era compartida por Russel Davier, quien escribió:
El problema con esta película no radica en que Allen haya pechado con un papel "serio" que le queda grande, sino que el director Martin Ritt le hizo sentirse a sus anchas. Al advenir el clímax político Woody sigue siendo gracioso -graciosísimo- y entonces su choque final con el Comité de Actividades Antinorteamericanas no es captado por el espectador como un autosacrifícío histórico, sino apenas como el gesto culminatorio de una comedia. Que Ritt calculó al detalle el alcance de sus propias actitudes es cosa que puede darse por descontada, ya que él y también su guionista Walter Bernstein figuraban en la lista negra. Pero en este caso, ambos parecen haber querido evitar las amargas conclusiones que podían extraerse de los hachos acaecidos en la primera mitad de los años cincuenta".


Extraído de Woody Allen, biografía ilustrada, por Miles Palmer, Los libros de Plon, Barcelona, Septiembre 1981.

miércoles, 1 de abril de 2020

La prensa se ceba con las memorias de Woody Allen


El libro, publicado por sorpresa hace diez días, ha sido recibido con un aluvión de malas críticas en EE.UU. y Reino Unido




El pasado 23 de abril, Woody Allen sorprendió con la publicación, por sorpresa, de sus controvertidas memorias, «A propósito de nada» (Arcade Publishing). Un libro que, como era de esperar, no ha dejado indiferente a ningún crítico literario de la prensa generalista anglosajona.
«Si se ha quedado sin papel higiénico, las memorias de Woody Allen también son de papel». Así titula su reseña para «The Washington Post» la escritora y columnista Monica Hesse, sin duda la más dura con el libro del cineasta.
Sin entrar a valorar su inocencia o culpabilidad por las acusaciones de abuso de su hijastra, Dylan Farrow, Hesse deja claro que «tanto las personas culpables como las inocentes pueden ser aburridas, vengativas y autocomplacientes».
En la misma línea, pero algo más suave, se muestra Dwight Garner, encargado de criticar las memorias para «The New York Times», de las que asegura que son «a veces divertidas», pero cuyo tono es «sordo y banal».
En «The Guardian», Catherine Bennett es bastante más taxativa, al afirmar que el libro es, hasta ahora, «la acusación más condenatoria», pues las propias palabras de Allen «revelan que es un intrigante, un sexista y un aventurero espeluznante».
Veremos qué sucede cuando las memorias lleguen a España, el próximo 21 de mayo, de la mano de Alianza Editorial.

Estaba previsto que el libro de Allen se publicara el 7 de abril en Estados Unidos, pero tan solo cuatro días después de haberlo anunciado Hachette dio marcha atrás y canceló la publicación por la presión de Dylan Farrow y de sus propios empleados, especialmente después de que un grupo de más de 70 personas amenazara con marcharse.
fuente: www.abc.es/cultura/libros/abci-prensa-ceba-memorias-woody-allen