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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

'Paris-Manhattan', siguiendo los consejos de Woody Allen

Por LUCIAROS

Woody Allen ha creado escuela, y eso es así. Es fácil encontrar personajes y tramas inspirados e inevitablemente influenciados por las paranoias del director de Manhattan y la verborrea psicoanalítica. Con 'Paris-Manhattan', la francesa Sophie Lellouche ha querido demostrar que ella forma parte de esa escuela, además de utilizar a Allen como guía espiritual (vale, más bien como psicoanalista fantasma) de su protagonista.

En su primer largometraje, Sophie Lellouche saca adelante como puede una ligera comedia romántica siguiendo las pautas del cine del norteamericano, y consigue, además, caer simpática a Allen, quien presta su voz (y algo más) a la película. Y todo ello, sin perder un ápice de su identidad parisina.



En 'Paris-Manhattan' conocemos a Alice, una guapa y joven soltera farmacéutica que siente una insólita fascinación por Woody Allen. A pesar de que su soltería no le preocupe demasiado, su entorno familiar vive obsesionado por encontrarle pareja, aunque ella siempre ha pensado que el hombre perfecto es el marido de su hermana. Como en todas las historias de amor, Victor aparecerá en la vida de Alice sin aviso, para instalar una alarma en la farmacia que ella ha heredado de su padre. Él lo tendrá claro desde el primer momento, pero tendrá que luchar por hacerla ver, con ayuda de los consejos imaginarios de Woody Allen que el amor ha llamado a su puerta.

Sí, 'Paris-Manhattan' es cursi y previsible pero también tiene ese extraño encanto de las comedias neoyorquinas que junto al bohemio 'charme' francés consigue que su trama algo llevada al extremo y caricaturizada funcione de forma práctica y sin grandes pretensiones, como todo lo que se busca para esas tardes de domingo con poco que hacer. Hecho que bien puede jugar en su contra para aquellos cinéfilos exigentes que la comparen demasiado con la brillantez de las comedias de Woody Allen a las que Lellouche y su personaje protagonista recurren en su búsqueda de respuestas.




Un póster de Woody Allen es el psicoanalista del personaje de Alice, que le responde con frases y diálogos seleccionados de varias películas del neoyorquino, adecuándose a los problemas existenciales y amorosos de la joven. Así como el videoclub clandestino que esconde en las estanterías de su farmacia, llena de las películas del director y de grandes clásicos norteamericanos que receta a sus clientes. Todo esto es, quizás, lo más interesante de la cinta, junto con el breve y previsible cameo del mismísimo Woody Allen y la química y encanto de sus protagonistas Alice Taglioni y el ya mítico Patrick Bruel.




A pesar de su falta de profundidad, simpleza y previsibilidad 'Paris-Manhattan' termina siendo una ligera comedia romántica que no creemos tenga más interés y objetivo que el de hacer más agradable tu tarde de domingo con un poquito de referencia cinéfila.


Fuente: www.espinof.com/criticas/paris-manhattan-siguiendo-los-consejos-de-woody-allen


jueves, 16 de noviembre de 2017

Loa actores de Woody: Larry David.

Lawrence Gene David (2 de julio de 1947) es un actor, productor, director y guionista estadounidense, ganador del premio Emmy, y famoso por haber sido el co-creador y guionista de la serie de televisión Seinfeld así como por su actuación en la serie Curb Your Enthusiasm. Empezó su carrera como monologuista, pasando después a escribir guiones para series televisivas como Fridays de la ABC o el exitoso programa Saturday Night Live.




Carrera

Durante la década de 1980 conoció a sus futuros compañeros de Seinfeld. En Fridays conoció a Michael Richards (Kramer), y durante su temporada en Saturday Night Live a Julia Louis-Dreyfus (Elaine). En 1989, junto con otro cómico de monólogos, Jerry Seinfeld, crearon la serie de NBC The Seinfeld Chronicles (después recortado el título a Seinfeld), que ha sido uno de los mayores éxitos televisivos en la historia de Estados Unidos. Su personalidad fue, al parecer, la inspiración del personaje George Constanza.
En la séptima temporada, David abandonó la serie, reincorporándose nuevamente dos años después. Ha estado nominado 19 veces a los Premios Emmy, resultando ganador en dos ocasiones, una en la categoría de comedia y otra por el guion.
En octubre de 1999, la cadena de cable HBO estrenó un especial titulado Larry David: Curb your enthusiasm, al cual siguió el lanzamiento de una serie de televisión titulada Curb Your Enthusiasm. El primer episodio de esta serie se emitió en octubre del 2000.
Esta serie es una especie de nueva versión de Seinfeld, ya que ambas presentan un argumento en torno a la vida de un cómico famoso en clave de ficción. La serie, no obstante y a diferencia de Seinfeld, es improvisada. Los actores reciben un breve resumen de lo que será la escena y a partir de ahí realizan la actuación con espontaneidad. Larry David aparece como una versión ficticia de sí mismo, un multimillonario famoso retirado que se relaciona socialmente con las personas de su círculo cercano de modo un tanto peculiar e hilarante. Muchos actores famosos han actuado como invitados en la serie como Ted Danson, Richard Lewis o Mary Steenburgen.



Si la cosa funciona

Otros proyectos

Aparte de su trabajo en Seinfeld y en Curb Your Enthusiasm, David ha estado implicado en otros proyectos para cine y televisión. En 1998 escribió y dirigió la película Sour Grapes sobre dos primos que viajan a Atlantic City para jugar. La película no tuvo éxito ni de crítica ni de taquilla. David apareció brevemente en dos películas de Woody Allen: Días de radio e Historias de Nueva York y más tarde, en 2009, protagonizó Whatever Works (Si la cosa funciona, en su título en español) en la que encarna a Boris Yellnikoff, alter ego del director neoyorquino. Al ser sus hijas seguidoras de la serie Hannah Montana, consiguió que aparecieran junto a ella en el episodio My best friend's boyfriend.


Premios

David fue nominado en 2003 a los Globos de Oro en la categoría de "Mejor actor de serie de televisión musical o comedia" por su trabajo en Curb Your Enthusiasm. Fue nominado por la misma serie y en la misma categoría en 2005 y 2006. Ese mismo año, muchos cómicos le votaron y se situó en el puesto 23 de la lista de los mejores cincuenta cómicos que jamás hayan actuado. David fue nominado, a su vez, a un Emmy como "Mejor Actor". Se especuló con la posibilidad de que la serie sería cancelada tras la quinta temporada, pero en septiembre de 2007, la HBO estrenó la sexta temporada en la noche de los domingos, llegando hasta la octava temporada.


Películas con Woody Allen


Días de radio, (1987)
Historias de Nueva York, (1989)
Si la cosa funciona, (2009)


Fuente: Wikipedia.


miércoles, 15 de noviembre de 2017

Septiembre, por Woody Allen.

Escrito por Javier C. Aguilera

Tradicionalmente, septiembre nos propone una etapa de cambios y renovaciones; al menos, así nos parecía antes de convertirse en una latosa prolongación del verano. El vigor del estío toca a su fin, y uno se dispone a afrontar el resto del trayecto anual con renovados ánimos, si es consciente de la necesidad de dicha transformación, de cara a una nueva temporada.

Un choque de estas energías anímicas es lo que expone Woody Allen (1935) en su película Septiembre (September, Orion, 1987). En ella, una parte de los personajes, a los que podemos observar como un trasunto del conjunto de los seres humanos, se muestra dispuesta a comprender a los demás, en tanto que la otra actúa como si el resto debiera acoplarse a su particular y absorbente forma de ser.

Lo primero -y lo último- que nos muestra Woody Allen en Septiembre es el escenario donde se van a exhibir y debatir estos sentimientos arquetípicos y tormentosos. Se trata de un lugar retirado en pleno campo, donde la supuesta paz de espíritu que lo acompaña está sofocada. De hecho, aún estamos en los últimos días de agosto.

El verano ha sido intenso para los protagonistas, pero prevalece una característica esencial del mejor cine de Woody Allen, y es la constatación de las oportunidades perdidas; algo que no se cura ni con el café ni con el alcohol.

Los personajes son Elaine (Mia Farrow), propietaria -o como ella misma se queja, la guardesa- de la casa campestre; una mujer -o personalidad- más sensible que práctica, que aún no ha superado el trauma de haber disparado al amante maltratador de su madre (aunque este extremo es puesto en duda). Se trata de una persona afectiva e impresionable que está tratando de alcanzar cierta estabilidad emocional.

La progenitora en cuestión es Diane (Elaine Stritch), antigua actriz de carácter, tanto fuera como dentro de la pantalla o de las tablas. Allen precisa su forma de ser con un certero comentario y una imagen, cuando Elaine advierte que Diane corta las flores pero no las pone en agua. Empleando otro símil, la madre sería como el sol, que desprende gran energía, luz y vitalidad, en forma tan potente que si te acercas demasiado te ciega y abrasa, y si te alejas, puedes morir de desvalimiento. Diane resulta arrolladora y posee tanta iniciativa, que priva de ella a los demás; lo organiza todo y sabe pasar las páginas de la vida después de haberlas leído. Sé archivar y olvidar, constata.


Junto a ellas, comparte estos últimos días de verano Stephanie (Dianne Wiest), buena amiga de Elaine que, como se suele decir, atraviesa un periodo de reflexión y de necesario aislamiento, más a causa de los compromisos adquiridos que de su esposo e hijos. También se deja caer el vecino de Elaine, Howard (el entrañable Denholm Elliott), un profesor de francés viudo que, además, está enamorado de la atribulada residente, pese a la diferencia de edad. Él la ha ayudado a superar su pasada mala experiencia. Algo que, de una forma parecida, ha hecho Diane con su nuevo marido Lloyd (Jack Warden), un físico que, como adulador encubierto, se halla eclipsado por la espontaneidad de su esposa, limitándose a girar alrededor de ella (pese a todo, un entente cordiale entre los cónyuges).

Asimismo, Elaine tiene como inquilino a un aspirante a escritor llamado Peter (Sam Waterston), aunque la desconexión por parte de este es obvia, ya que se siente atraído por Stephanie (y esta por él). Precisamente, Elaine se está reponiendo de un intento de suicidio, como refiere su madre, por falta de amor (con un hombre casado, otro intento abocado al fracaso). En este sentido, todos los personajes parecen estar traspasados por la infelicidad (insisto, como síntesis de toda -o buena parte- de la humanidad).

Si la madre es una luchadora, como la define Peter, es la hija quien debe buscar ahora otras motivaciones para poder encarar la vida; algo de su exclusiva competencia (ante cualquier crisis, hay oportunidad de cambio). Por ejemplo, Elaine se plantea marchar a Nueva York, pero no tiene claro qué hacer allí. Construye amorosos castillos en el aire con forma de ilusiones que no le son concedidas. Hasta su deseo de ir a ver una película es abortado, y en otro momento de la narración, Peter pasa de su opinión sobre los nuevos capítulos que ha escrito, después de habérsela pedido, haciendo prevalecer su falta de volición. A Elaine no le han permitido casi ninguna decisión, por lo que no es extraño que concluya que, en realidad, no sé lo que quiero.


Pero Elaine no es el único personaje que se haya estancado, si bien, unos lo están más que otros, posean una personalidad exuberante o atiplada. En este tablero de ajedrez emocional, los actantes tratan de entenderse, aunque no siempre lo logran. Como hemos mencionado, a Elaine, su madre le anula la capacidad de voluntad; por su parte, Peter se compadece y se muestra incapaz de escribir una sola línea sin haber solucionado antes (según cree) las pequeñas cosas. En lugar de echarle horas al asunto, como hace todo buen escritor, se haya perdido entre los apuntes de su primer libro, esperando a una esquiva musa (que manía con lo de ser escritor… frustrado); una intentona, por supuesto, de corte autobiográfico y a tiempo parcial, debido a sus otras obligaciones.

A su vez, el apaciguador Lloyd hace gala de un pobretón pero políticamente correcto relativismo, empirismo ad hoc. Sentencia que todo es casual, surge de la nada y se desvanece para siempre. Es la parte pesimista y fortuita (además de acomodaticia) de Allen, cuando se nos pone profundo (superficialmente) y trascendente sin trascendencia. Pero lo hace con la gracia de montar en paralelo a una solitaria Diane con el whisky y la ouija, distraída ocurrencia que nos muestra, por primera vez, cierto desamparo vital, al igual que le sucede al marido. Aunque, en suma, le sobreviene lo que a tantos: desea una manifestación desahogada, pero cuando a ella le conviene, y no cuando le es dada… -si es que llega-.

Más que el punto de vista profesional, al buen Lloyd le domina el desencanto. Por suerte para el resto, los cosmólogos han avanzado mucho en su teórica pero fascinante comprensión del universo, sacando, por fin, los pies del tiesto.


Enjaulados por ellos mismos, los protagonistas de Septiembre anhelan una intimidad que no siempre se presenta, salvo en forma de esporádico refugio. No es fácil hallar el contrapeso; si para Diane, envejecer es el infierno, al menos lo sobrelleva con humor. Por ello, es relativamente cierto que uno cambia con la edad; o se adapta o claudica, en el peor de los casos. Eso sí, todos los personajes evolucionan, aunque esto no conlleva que la mudanza sea fácil o placentera. Consumidos por sus obligaciones asumidas y por las no asumidas, se muestran vulnerables en distintos grados, y cuando colocan, cada uno a su aire, las cartas sobre la mesa, como no las leen, no avanzan.

Es la razón por la que madre e hija se hallan continuamente unidas y separadas por los planos cinematográficos de Woody Allen, como les sucede a Peter y Stephanie, a Howard y Elaine… Todo un choque de caracteres, el motor que detiene al mundo.

Finalmente, hay un momento que siempre me ha parecido muy inspirado e ilustrativo, cuando la luz (eléctrica) regresa a la casa, Stephanie deja de tocar el piano. Es como cuando el día (la razón) termina por superar a la noche (la fantasía) en el Sueño de una noche de verano (A Midsummer Night’s Dream, William Shakespeare, 1600). Más aún, si los alegres e inolvidables personajes de La comedia sexual de una noche de verano (Midsummer Night’s Sex Comedy, 1982), del propio Allen, acababan formando parte de esa noche, los de Septiembre se ven afligidos por la fría intensidad del día.

Fuente: http://bauldelcastillo.blogspot.com.ar/search?q=Woody+Allen

martes, 14 de noviembre de 2017

La suplantación de identidad y los no lugares virtuales.


EXISTENCIAS DUPLICADAS: LOS DOBLES SOMOS NOSOTROS 

POR SAMUEL SEBASTIAN

La existencia actual nos permite diseñar diferentes personalidades que escapan al control administrativo e incluso al control social. Que podemos ser los dobles de nosotros mismos es ya un hecho, solo nos falta el atrevimiento para hacerlo. En este artículo analizaremos las diferentes vertientes de las existencias duplicadas que el cine ha desarrollado a través de tres prismas diferentes: en primer lugar, analizando las obras de uno de los cineastas que más ha trabajado a los personajes como dobles de sí mismos, Woody Allen; después, veremos el tratamiento de existencias duplicadas reales a través del cine y para terminar, cómo la existencia duplicada se ha ido asentando y extendiendo en los no-lugares virtuales.

I. LA VIDA DUPLICADA EN EL CINE SEGÚN WOODY ALLEN

Ningún personaje como el interpretado por Woody Allen (significativamente llamado Allan) en Sueños de seductor (Play it again, Sam, 1972) de Herbert Ross, basada en una obra del mismo Allen, expresaba la necesidad de vivir una existencia duplicada a través del arte. El cine le ofrecía la posibilidad a Allan de ser la persona que siempre había deseado ser, un tipo duro, irresistible a las mujeres, de una sola pieza y que no se dejaba arrastrar por los sentimientos contradictorios y neuróticos que constantemente le atenazaban. Su alter ego en la imaginación era Humphrey Bogart (Jerry Lacy) interpretando a Rick Blaine en Casablanca (1942) de Michael Curtiz. Para Allan (y también para Woody Allen, claro está), la vida cotidiana, tan llena de sombras y vergüenzas, encontraba un luminoso reflejo en la fantasía cinematográfica. Sin embargo, ¿el cine le permitía a Woody Allen ser una persona que no era o en realidad extraía de sí mismo un aspecto de su carácter que él mismo no se atrevía a mostrar?
Woody Allen incidió varias veces más en el tema de la existencia duplicada como sucedió en Zelig (1983), La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985) y Melinda y Melinda (Melinda and Melinda, 2004), todas ellas dirigidas por el mismo Allen. En Zelig, tratada como un falso documental en el que personalidades importantes como Susan Sontag se mezclan con personajes ficticios, conocemos a Leonard Zelig (también Woody Allen), un hombre que tiene la extraña capacidad de transformarse y comportarse según el ambiente en el que se encuentre. Lo mismo es un republicano conservador que un demócrata defensor de la clase obrera, un trompetista negro, un jugador de béisbol blanco o un rabino. Zelig, a diferencia del personaje de Allan, no necesita un modelo en el que reflejarse, aunque sí necesita experimentar las sensaciones de otras personas y que él por sí mismo no puede sentir; por tanto, no busca en su doble un modelo de comportamiento, sino que busca en su existencia multiplicada un reconocimiento social, mientras que el Allan de Sueños de seductor buscaba más bien un reconocimiento sexual. Lo más interesante de Zelig es mostrar cómo las duplicidades del personajes no se producen de forma externa, sino que surgen espontáneamente del propio interior del personaje, que posee esa innata habilidad camaleónica. Así, a partir de la experiencia de Zelig, podríamos plantearnos, ¿somos unos dobles de nosotros mismos? Si yo volviera a los sitios en los que pasé mi infancia y que no he vuelto a visitar, ¿sería yo mismo el que vuelve o sería otra persona? Físicamente, todas las células que componen mi organismo se habrían renovado y ya no quedaría ninguna de aquel momento, así que puedo decir sin temor a equivocarme que la persona que creció en aquellos lugares poco tenía que ver conmigo, aunque comparta con ella los recuerdos y las experiencias. Igualmente, el Zelig de Woody Allen deja de ser él mismo cuando se encuentra en determinadas circunstancias, ¿sigue siendo Zelig cuando su apariencia se transforma súbitamente?

¿PODEMOS EN ALGÚN MOMENTO RENEGAR DE NUESTRA EXISTENCIA O NO SE NOS ESTÁ PERMITIDO?

Zelig


En La rosa púrpura del Cairo un actor del que la protagonista, Mia Farrow, está perdidamente enamorada, traspasa la pantalla y vive un romance con ella en el mundo real. Como en un truco de magia, la narración vence las resistencias de los estrechos límites de la realidad y plantea un situación en la cual cine y realidad son dos existencias paralelas. El cine, creado por unos actores, un equipo técnico, etc. cobra vida una vez se proyecta en la gran pantalla, de tal manera que la ausencia de uno de sus protagonistas genera una ausencia irreparable: la película no puede seguir si el actor principal no continúa formando parte de ella, por lo que los personajes se quedan debatiendo entre ellos sin poder avanzar en la trama que tenían prestablecida. Y es que tanto esta como Melinda y Melinda son dos películas que tratan temas parecidos: el del equilibrio necesario en las existencias duplicadas y el valor de la fantasía en nuestra propia realidad.

¿PUEDE LA FANTASÍA ENCONTRARSE A LA MISMA ALTURA QUE NUESTRA PROPIA REALIDAD?

Hay personas que no le dan ningún valor a ninguna realidad que no sea tangible, desde los sueños hasta las narraciones generadas por nuestra imaginación, sin embargo a lo largo de toda la historia de la humanidad está demostrado que la imaginación y la fantasía han desarrollado un papel crucial para la evolución humana y, a partir de ambas, han nacido las criaturas más temibles de nuestro subconsciente: nosotros mismos. Desde el mito de la caverna de Platón hasta La invasión de los ladrones de cuerpos (The invasión of the body snatchers, 1956) de Donald Siegel, nuestra doble existencia puede hacernos reír o pasar miedo, buscar en el infinito o en lo más profundo de nuestro interior. Como continuación temática de La rosa púrpura del CairoMelinda y Melinda  se muestra mucho más psicoanalítica bajo su apariencia de juego intelectual sobre la tragicomedia de la vida. La película se activa a partir de la propuesta de uno de los comensales de la cena en un restaurante francés: ¿la esencia de la vida es cómica o es trágica? Es así como nace un personaje duplicado, el de Melinda (Téa Leoni) y gracias a ella observamos cómo las mismas experiencias vitales pueden ser el material ideal para una comedia o para un drama. Y tal vez sea así. Woody Allen muestra cómo la realidad puede estar a la altura de las mejores ficciones y viceversa, lo cual siempre es reconfortante para poder seguir viviendo.

II LA REALIDAD: CUANDO NUESTRO DOBLE ES OTRO

Hace unos veinticinco años, una noticia impactó a la sociedad: en un accidente de coche en Cádiz, las identidades de dos víctimas fueron intercambiadas. Una de las víctimas falleció mientras que la superviviente vivió durante varios meses con una familia que no era la suya. Nunca se supieron las verdaderas razones por las que se desveló la situación, pero la imaginación se disparó rápidamente en todos los que conocimos la noticia, ¿la familia estaba interesada en mantener el recuerdo de la hija fallecida o era la hija la que prefería vivir con su nueva familia antes que con la familia consanguínea? Como en El regreso de Martin Guerre de Daniel Vigne (1982, y su pésima revisitación americana, Sommersby - Jon Amiel, 1993) el doble era admitido y aceptado por una pequeña comunidad y solo la presión administrativa, que nos impone una identidad por encima de nuestra propia voluntad, devolvió a la hija a su familia original. El caso tenía ciertos ecos cinematográficos, aunque el cine precisamente ya se había encargado de narrar una historia parecida, apadrinada por Jim Jarmusch y basada en un relato de Paul Bowles, Tú no eres yo (You are not I, 1981) de Sara Driver. En ella, Ethel (Suzanne Fletcher), después de escapar de un sanatorio mental, aprovecha el caos provocado por un accidente de coche para suplantar la identidad de una fallecida. Su nueva situación no le hace sentirse mucho mejor que encerrada en un hospital mental y es que la película de Driver plantea el contacto directo del doble con su nueva vida, la resurrección como un desequilibrio y la frustración que causa no poder salir del estereotipo que la sociedad nos ha asignado.
El regreso de Martin Guerr

Algo similar sucede con el protagonista de El impostor (The imposter, Bart Layton, 2012), una historia real llevada a la gran pantalla en forma de documental aunque con una narración próxima al cine negro: una familia de Texas pierde a su hijo y este aparece años después en Linares, al sur de España. Desde el principio, y el título es lo suficientemente explícito, sabemos que, obviamente, el joven encontrado no pertenece a la familia, es más mayor que el hijo perdido, habla con acento francés y ni siquiera ha estado en los Estados Unidos, sin embargo la necesidad de creer que su hijo está vivo hace que la familia acepte al impostor y viceversa, el impostor ve con buenos ojos tener una familia que pueda acogerle. Al igual que Martin Guerre, el impostor de la película goza de un reconocimiento social aunque no exento de cierta desconfianza, sin embargo, y a medida que la trama avanza observamos que el impostor no es tanto un Martin Guerre como un Zelig. Efectivamente, el protagonista de la película está más interesado en absorber otras identidades y vivir otras vidas que en sacar provecho de ellas. Como una pulsión irracional, el protagonista se dedica a asaltar identidades ajenas y apropiarse de sus identidades. Su personalidad se manifiesta únicamente a través de todas aquellas personas a las que le roba la identidad y se convierte así en una sombra de lo que fueron alguna vez. Así, en una sociedad en la que la personalidad individual se encuentra cada vez más anulada, los impostores acaban mostrando la banalidad de nuestras formas de vida intercambiables e intrascendentes. Los dobles de nuestra realidad son los que destapan mejor la imposibilidad de escapar de una sociedad masificada en la que los individuos se disuelven y pasan a ser identidades anónimas prescindibles que forman parte de una masa compacta y conservadora. Así que el paso siguiente de nuestra existencia duplicada debe ser la disolución de la realidad e introducirse en los terrenos de la no-realidad, los no-lugares

III LOS NO-LUGARES Y EL COMPLEJO DE MATRIX

En un momento de La red social (The social network, 2011) de David Fincher, la novia de uno de los fundadores de Facebook le reprocha a este que no indique en su perfil que se encuentra prometido. De manera inocente, en el fondo está descubriendo que nuestra imagen proyectada en las redes sociales nunca se corresponde con nuestra imagen en el mundo cotidiano. Bien al contrario, seleccionamos las partes que más nos interesan para generar un duplicado de nosotros mismos que mostramos con cierto orgullo ante los demás, convirtiéndonos así en unos auténticos dobles de nosotros mismos. Nuestra existencia duplicada alcanza la máxima expresión a través de la virtualización de nuestra identidad, algo que ya comenzó a plantearse con Tron(Steven Lisberger, 1982),  El cortador de césped (The Lawnmower Man, Brett Leonard, 1992)y Días extraños (Strange Days, Kathryn Bigelow, 1995) pero que alcanzó su máxima expresión en la saga The Matrix (1999-2003) de los hermanos Wachowski. En las cuatro películas, los protagonistas viven una existencia que se desdobla a través del uso de altas tecnologías: en Tron, el personaje de Jeff Bridges literalmente se desintegra y entra dentro de un ordenador en el que se convertirá en una pieza más de los programas hasta llegar al corazón del mismo, el CPU. En El cortador de césped y Días extraños, la existencia virtual palía las carencias de la vida cotidiana, convirtiendo a los personajes en adictos a ella, un tema que después retomaría con bastante menor fortuna Black Heaven (L’autre monde, Gilles Marchand, 2010). Pero sin duda la sublimación física y filosófica de la existencia duplicada es la trilogía de The Matrix, que en su primera parte reflexiona sobre la posibilidad de que nuestra existencia en realidad sea solo un engaño, un gigantesco programa de ordenador alimentado por la energía humana. La vida cotidiana se convierte así en una falsa proyección de la realidad en la que todos nos encontraríamos sometidos a la voluntad de una gran ordenador omnisciente y todopoderoso. Efectivamente, la película de los Wachowski mezcla el mito de la caverna de Platón, el 1984 de Orwell y el cyberpunk de final de siglo para crear una película visualmente hipnótica en ocasiones, destarifada en su ejecución y en la que se ha querido ver más de lo que contenía. Por esa razón, la gran virtud de The Matrix es también su gran defecto: la creencia de que nuestra existencia duplicada es un engaño, es una forma perfecta para impulsar una mentalidad escapista y conspiranoica. Al no poder enfrentarnos a una realidad que se sobrepone a nosotros y que de ninguna forma podríamos cambiar, buscamos una excusa imposible para justificarnos: nosotros no somos nosotros mismos sino que nos dominan unas fuerzas más poderosas que no podemos controlar, etcétera.

Matrix


Muy lejos de The Matrix, tanto en su propuesta como en la profundidad de su contenido se encuentra el primer capítulo de la segunda temporada de la serie Black Mirror (2011 –): Be right back. En él, una joven pierde a su compañero y contrata los servicios de una empresa que se dedica a recomponer la personalidad de las personas fallecidas a través de la huella que han dejado en internet: mails, fotografías, páginas web, redes sociales. Primero, el doble se manifiesta a través de mensajes de texto y correos electrónicos, después va tomando forma mediante la voz y finalmente un robot de forma humana será el sustituto del fallecido. Un sustituto obediente y dependiente, ya que no podrá alejarse de su propietaria más lejos de cierta distancia. Be right back supone la culminación de nuestra existencia duplicada, ya que nuestro rastro digital, disperso y fragmentado, se convierte en una unidad completa, con existencia propia, aunque siempre dependiente de su impulsor. Y es ese exactamente nuestro destino final: cuando fallezcamos, solo pervivirá la proyección que hayamos hecho de nosotros mismos en internet y será la imagen de nuestro doble virtual la que sobrevivirá a nuestra existencia duplicada.


Fuente: http://cinedivergente.com/ensayos/especiales/el-doble-en-el-cine/woody-allen-la-identidad-duplicada-y-los-no-lugares-virtuales