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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

miércoles, 26 de junio de 2019

Woody Allen dirigirá ópera de Puccini en La Scala





El director general de La Scala Alexander Pereira dijo que él mismo aparecerá en "Die Tote Stadt" de Erich Wolfgang Korngold, en un papel con diálogo que bromeó que no será remunerado. 

La temporada del próximo año incluirá 15 óperas, en su mayoría italianas y nuevas producciones. "Attila" será el segundo estreno de gala dedicado a las composiciones más joviales de Verdi, después de "Giovanna d'Arco" en 2015. 

Allen ya dirigió "Gianni Schicchi" para la Ópera de Los Ángeles. El espectáculo se presentará junto a una nueva producción de La Scala de "Prima La Musica Poi Le Parole" de Antonio Salieri.



Extraído de www.ciudad.com.ar

miércoles, 19 de junio de 2019

Woody Allen, por Miles Palmer.

La ocurrencia impresa

A quien no conociera las recopilaciones escritas "Geeting Even" (Como acabar de una vez por todas con la cultura) y "Without Feathers" (Sin plumas), le seria fácil relegar a Allen y colocarle en algún casillero menor dentro de las capas inferiores de la comedia americana; pero ante tan brillantes parodias y tan fantasiosos vuelos por cielos inesperados es preciso situarle junto a Kaufman, Perelman y Charles Marowitz. 1977.



En casa con sus fantasias


El señor Marowitz es un destacado critico teatral que también se ha desempeñado bien como director de escena. No obstante, aquí he de discrepar con él. Woody Allen no es un escritor. Cierto que entre los cómicos más celebrados se destaca por ser más culto y serio; pero eso no le convierte en gran escritor humoristico. Allen sólo es un cómico capaz de escribir cortos artículos graciosos.

La gran ficción en prosa no es lo suyo. ¿Qué debiera hacer? ¿Encerrarse en una habitación durante cinco años y ver si puede escribir una novela mejor que "Catch 22"? No es esa su especialidad, sino la narración ocurrente y breve. Es eso, Allen resulta imbatible. La novela no puede fundarse en una ocurrencia. No es una rápida corrida, sino una maratón. No creo que Woody sea un fondista.

Woody ventila en sus escritos situaciones referidas a complejos de inferioridad en materia intelectual y también física. En eso alcanza extraordinaria altura. El tema del hombre abrumado y sometido por la astucia femenina vuelve una y otra vez. En "Desquitarse", primera de sus colecciones de cuentos, uno de los personajes, Weinstein, dice: "No digo que mi mujer no sea estupenda. Cuidado. Pero no se puede hablar de la poesía de Ezra Pound con ella. Ni de la obra de Eliot. Ignoraba eso cuando me casé. Yo necesito una mujer que sea mentalmente estimulante, amigo Kaiser. Y estoy dispuesto a pagar por ella. No quiero relaciones durables, sino una experiencia intelectual rápida. Una vez alcanzada, que la chica desaparezca, Kaiser, yo soy un hombre casado y feliz".

También narra que llegó a constituirse en la víctima de un equipo de cultas prostitutas acaudilladas por cierta Madame Flossie, a las cuales visitara en busca de estímulos intelectuales. Una de ellas le hace chantaje: está en posesión de una cinta grabada en la cual ambos discuten los méritos de "tierra baldía" en una habitación de motel. La chica quiere diez de los grandes. Si no los recibe, entregará la cinta a la esposa.

Kaiser acepta el caso. Telefonea a Madame Flosie y solicita que se le envié una muchacha a cierta habitación del Plaza Hotel para hablar de Melville con ella. No tarda en presentarse Sherry, "una joven pelirroja metida en sus pantalones como si sus piernas fuesen dos cucharadas de helado de vainilla". Charlan y él le asigna una mala calificación. De inmediato agita su placa ante ella y le dice que es detective. Ella deja entonces de fingir y confiesa ser una estudiante con problemas económicos, que necesita el dinero para completar su tesis:

Todo salió a la luz. Toda la historia. Su educación en un buen barrio de Nueva York, la concurrencia a los campamentos socialistas. Brandeis. En el fondo ella era la mujer respetable que uno ve haciendo cola ante la taquilla del Elgin o del Thalia y que, al leer, escribe las palabras "si, si, muy cierto" junto a una frase de Kant. Pero había sucedido que a cierta altura de su vida, la muchacha había jugado mal sus cartas.

Había sido arrestada ya dos veces. Una por leer el "Commentary" en un aparcamiento. Duro pero comprensivo, Kaiser se apiada y la deja ir. Visita la librería que es la pantalla del prostíbulo y en rápida sucesión de golpes que llevan al desenlace desarma a Flossie -que resulta ser un hombre- llama a la policía y resuelve el caso.

"La prostituta de Mensa" es una obra original, medida, elegante y graciosa. Considerada bajo cualquier ángulo es una excelente muestra de literatura humoristica. Tal vez pueda afirmarse que es la más ocurrente y sustanciosa de las contenidas en cualquier colección. Tiene la exacta duración, porque no es tan corta como para privarnos antes de tiempo de un escenario que merece ser saboreado, ni tan larga como para permitirnos sospechar que Woody se regodea con su propia ingeniosidad, aunque se le pueda imaginar, si, sonriendo muy contento detrás de su máquina de escribir. Ojalá todas las partes del libro fuesen tan brillantes.

Hay que decir que su prosa no se parece en nada a la de S.J.Perelman. El literato Woody es tenso, moderno, periodístico, nunca recargado. Si Perelman parece un genio orquestal que dirige una sinfonía de palabras, se diría que Woody es un violinista callejero que se sabe algunas buenas tonadillas. Si Perelman es el Nabokov del cuento corto humoristico. Woody es el Ed McBain. El estilo del primero se distingue por el virtuosismo en el arte de agregar, el del segundo por la habilidad de quitar.

El sinfónico Sid desenvuelve una prosa de fantástica hermosura, que hace bailar mágicamente a las palabras en inspiradas y deslumbrantes disgresiones. Se extasia ante la fertilidad de su propia imaginación y el alcance amplísimo de sus posibles referencias. En cambio las frases que Woody usa parecen recortadas con un hacha y guardan parecido con la prosa procesal empleada por la policía del 87º Distrito. Hoy Woody reconoce que su primeros escritos fueron muy influenciados por Perelman. Un cuento típico de Perelman a menudo comienza con una frase muy larga; y hasta en sus más medidas introducciones pueden apreciarse atisbos de la elegante locuacidad que se avecina. Este, por ejemplo, es el inicio de una obra maestra de Perelman: "Crazie like a Fox" (Chiflado como un zorro):


Siempre recibe uno su choque de sorpresa cuando, al acercarse a un kiosco de revistas especializado en publicaciones comerciales, ve el "Boletín del corsé y de la ropa interior" junto al "Boletín de la abeja americana". Sin embargo en los kiosco se producen extraños maridajes, como bien lo sabe quien ha pasado una noche con un kiosco. Si piensa usted un poco en el asunto (en lugar de quedarse ahí medio dormido y con la boca abierta) verá que la proximidad no tiene por qué ser tan sólo alfabética. Cierto que tanto el Boletín del corsé y de la ropa interior como el Boletín de la abeja americana tienen que ver con la miel; pero yo soy lo bastante bestia como para preferir una fotografía de una suculenta ninfa con liguero de raso Lastex y sujetador Plus a la más espectacular instantánea de una apiario. Cada cosa tiene su lugar en mi plan.

Entre los humoristas, Perelman hace figura de arrogante aristócrata que paladea su propio genia y lo pone de manifiesto, haciendo sentir al lector su superioridad. Su tono  es altanero. Woody es a menudo tan fantasioso como él; pero su estilo es mucho más modesto y prosaico. Su inicio más perelmanesco se encuentra en "Yes, but Cant the SteamEngine Do This? (Si, pero ¿puede hacer esto la máquina a vapor?).

Hojeaba una revista mientras esperaba a Joseph K., un amigo, que estaba en su regular visita de cincuenta minutos con cierto terapeuta de Park Avenue -un veterinario seguidor de Jung que por cincuenta dólares la sesión batalla laboriosamente para convencerle de que una quijada prominente no tiene porqué constituir una desventaja en el mundo- cuando me detuve ante una frase situada al pie de la página que retuvo mi vista como si de un anuncio de sobregiro se tratara.

El estilo, a medida que la acción progresa, se va haciendo más sencillo. El narrador deja libre su fantasía, la cual termina por revelar la asombrosa noticia de que el sandwich fue realmente inventado por el conde de Sandwich. Woody reconstruye episodios destacados de la vida de este mal valorado innovador, como en este pasaje:

1741: Afincado en el campo merced a una pequeña herencia, el conde trabaja día y noche, saltándose a veces las horas de las comidas a fin de ahorrar dinero para alimentarse. Su primera obra completa -una loncha de pan, otra loncha de pan y una loncha de pavo encima de aquellas dos -fracasa estruendosamente. Muy desalentado, con amargura, vuelve a su gabinete para comenzar de nuevo.

Otro pasaje culminante de "Desquitarse" tiene que ver con el ajedrez postal y se institula "Los papeles de Gossage-Vanderbian. Está escrito en estilo epistolar y consta de nueve cartas entre ambos. En su primera carta, Gossage sostiene que uno de sus caballos, eliminado veintitrés jugadas antes, lo fue porque un movimiento suyo se perdió en el correo. A partir de ahí la correspondencia se inflama con las mentiras, las trampas y los sarcasmos más descarados. Ambos contendientes están claramente locos. He de admitir que este pasaje no puede aspirar a una amplia acogida, pues llega a resultar incomprensible para la gente que no juega al ajedrez. Pero la audiencia de Woody tiende a quedar constituida por personas que juegan un poco al ajedrez y algo saben de jazz, de literatura y de cine extranjero.

A Twenties Memory (Recuerdo o memoria de la década de los veinte) implica una vuelta a otra obsesión de Allen: la intelligentsia, los faros brillantes y cerebrales, a menudo más ridículos por la intensidad con que se toman a si mismos en serio. Está lleno de lineas inteligentes y de insensatez inspirada: Picasso era un hombre pequeñito que tenia la cómica costumbre de andar colocando un pie delante del otro hasta que obtenía lo que el llamaba "pasos"; y Dalí decidió hacer un show en solitario, que se transformó en gran éxito sólo cuando apareció él.

Woody es un comediante culto, pero no un especialista académico. Precisamente por no serlo y porque sabía que no es preciso ser estudiante para leer buenos libros dejó la universidad, pasando a escribir chistes para diversos actores cómicos. Este autodidacta frívolo por naturaleza y profesión tenía que reírse inevitablemente de los intelectuales y de lo que a éstos preocupa. En My Philosophy (Mi filosofía) cuenta cómo comenzó a leer los más grandes pensadores de Occidente durante un mes de convalescencia en un hospital, a donde fue a parar a causa de un accidente doméstico: su mujer dejó una cucharada de souflé que estaba cocinando, sobre uno de sus pies.

Dentro de las tradiciones del humor judío Woody ha delimitado su propio o sus propios territorios. Hace bromas con la suerte de cosas que nadie osa tomar como motivo de broma. Pocos podrían haber escrito: Había sido un niño precoz. Un intelectual. A los doce había traducido los poemas de T.S. Elliot al inglés luego que algunos vándalos, introduciéndose por la fuerza en la biblioteca, los habían traducido al francés.

A veces su estilo escrito se parece curiosamente al de la palabra hablada.

En este caso, por ejemplo:
De nada valía. Ríen á´faire, ríen á faire. Weinstein se marchó y fue hasta Union Square. De pronto las lágrimas brotaron impetuosas. Cálidas y saladas lágrimas contenidas durante tantos años, corrieron por su rostro en una franca ola de emoción. Pero algo iba mal, porque le salían de los oídos. Vaya, se dijo; ni siquiera soy capaz de llorar como Dios manda. Se secó las orejas con un Kleenex y se marchó a casa.

Esta prosa se parece mucho a la palabra hablada: tiene parecido ritmo y la misma estructura de frase que las historias narradas por Woody. El lector puede casi escuchar su voz.

Otros fragmentos no son prosa, sino pequeñas obras teatrales, como God a play (Dios, pieza de teatro) y Death, a play (La muerte, pieza de teatro), obras ambas que tienen que ver con las Grandes Preguntas, que son (sorpresa, sorpresa) la Muerte y Dios. En otra pieza corta llamada Death Knocks (Golpes mortales) Nat Ackerman, un anciano fabricante de prendas de vestir, es visitado por la Muerte a medianoche. La visita acepta jugar con él a la canasta. Si la Muerte gana, Nat ha de acompañarla de inmediato, pero si ganada Nat, podrá vivir una día más. Gana, naturalmente, y la Muerte ha de retornar a la noche siguiente.

Como ya se sabe, Woody es famoso por sus frases breves. Las observaciones agudas y cortas son en general más graciosas oídas que leídas. Cuando dos o más personas hablan, el observador breve puede colocar una frase, interrumpir, sorprender con disparos verbales surgidos en el momento. Pero desarrollar una observación breve e incisiva en frases que se transforman en párrafos que cubren paginas que se convierten en cuentos humorísticos es otro asunto. Algunos de los relatos de Allen son meras sucesiones de fragmentos, series de párrafos desvinculados que contienen observaciones o reflexiones sobre esto o lo otros.

La salud es frecuente tema de los cómicos, y Woody es, o quiere hacernos creer que es, un hipocondríaco imaginario. En una vivaz narración llamada A Little Louder, Please (Un poquito más alto, por favor) encarna a un crítico y comentarista de la cultura:

Todo comenzó un día del último enero. Yo estaba de pie ante la barra del McGinnis, en Broadway, devorando una tajada del budín de queso más rico del mundo y sufriendo la alucinación culpable y colesterolosa de rigor. De pronto pude oír a mi aorta que se congelaba y transformaba en un puck de hockey.

Más adelante, en el mismo relato, hay un ejemplo clásico de viñeta que fue pasaje culminante en las actuaciones públicas de Woody. Dentro de su actuación la dejaba caer como al descuido, precedida acaso por la última observacion sobre el tópico de las proezas con las mujeres. El narrador (que es el personaje encarnado por Woody) acaba de recibir de regalo dos entradas para una velada en el teatro "off-Broadway".

No me fue posible invitar a nadie con sólo seis semanas de anticipación , de modo que dí la entrada que no iba a usar a Lars, el limpiaventanas, a manera de propina. Pero es un tío lentísimo y su sensibilidad sólo puede compararse al Muro de Berlín. Al principio creyó que el trocito de cartón anaranjado era para comer. Cuando le expliqué que valía para gozar de una velada de pantomimas -único espectáculo, con excepción de un incendio, que estaba en condiciones de entender- me agradeció calurosamente el gesto.

Resulta poco frecuente que un escritor de chistes y cómico profesional publique relatos humoristicos de calidad; y que los incluya "The New Yorker"  en sus páginas, es cosa notable. Once de los diecisiete relatos incluidos en "Getting Even"  vieron primeramente la luz en el New Yorker, revista celebrada por su escrupulosidad y considerada desde hace muchos años como la celadora de ciertas tradiciones en materia de chistes dibujados, crítica y ficción. Para ella la palabra escrita significa cosa sagrada. Es el bastión de la sofisticación literaria metropolitana.

Una colosal galería de inmortales ha engalanado sus páginas: Dorothy Parker, Irwin Shaw, Nabokov, Thurber, O'Hara, Salinger, Cheever, Updike, Capote. Cierta vez confesó Updike: "Desde que cumplí doce años, fecha en que mi tía me regaló una suscripción de Navidad, el New Yorker me parecía la mejor de las revistas. Cuando, en 1954, me aceptaron un poema y un relato, sentí que irrumpía realmente en la vida literaria. Ese instante sigue siendo el más importante de mi carrera. El cuidado que se derrocha en editar la revista y la gratitud con que acepta un trabajo que le interesa son incomparables".

Para Woody Allen ha de haber sido prodigioso. Hete aquí que entre columnas de escritura flanqueadas por anuncios de cristales Waterford, relojes suizos de seis mil dólares, licores importados de Escandinavia, abrigos de piel de zorro, vacaciones lujosas en lugares famosos por sus pistas de tenis y despertadores Bulova para viajes, el hijo de un chofer de taxi de Brooklin se dirigía a los más cultos, inteligentes y civilizados lectores de revistas de los Estados Unidos.



Extraído de Woody Allen, biografía ilustrada, por Miles Palmer, Los libros de Plon, Barcelona, Septiembre 1981.