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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Blue Jasmine: Resquebrajando la máscara.





Por Ricardo Sánchez

Woody Allen ha vuelto a hacer gala de su puntualidad anual presentando su nueva película, “Blue Jasmine”, cuya línea de presentación ha sido desde el principio y seguramente para casi todos nosotros la mención especial para la interpretación de Cate Blanchett que tanto crítica como público ha efectuado durante las últimas semanas. No es que la película no sea tan alleniana como podría ser, pero también es verdad que el trabajo de Blanchett puede haber eclipsado algo más que de costumbre el trabajo de este director de cine anciano que se empeña en regalarlos, ¡a pesar de todo!, una película cada año.


De dónde sale la historia


“Blue Jasmine” cuenta la historia de la esposa de un financiero delincuente que con el dinero de sus inversores había financiado una vida de lujos y excesos, pero que con su marido desaparecido entre rejas se ve obligada a reformular primero su economía y después su estilo de vida y sus prioridades. ¿La historia no nos resulta familiar?. Claramente, la trama dispone de un referente real ineludible que es el caso del financiero Madoff que disfrutó de una vida de lujo extraordinario hasta que el sistema financiero piramidal que había creado se cayó y fue llevado a prisión por las autoridades. Entonces, con Bernard Madoff en la cárcel, los medios de comunicación desplazaron el foco de atención hasta su esposa, alrededor de la cuál, lógicamente, comenzó a crearse “una historia mediática”. Los media recogieron con avidez los morbosos detalles del cambio de vida de una esposa adinerada que de repente debió reformular su vida y salir adelante con el escaso dinero que consiguió esconderle al fisco americano. Esa bajada a los infiernos, que fue consumida mediáticamente por una clase media resarcida por el golpe de Ruth Madoff, se televisó intensamente y se narró con suficientes detalles como para que el personaje quedara más expuesto de lo que nadie esperaba. 

“Blue Jasmine” es una dramatización no completamente coincidente con la historia de Ruth Madoff, pero sí absolutamente inspirada en ella. El interés principal de la historia que nos cuenta la cinta reside en ese proceso de reformulación vital que une al personaje de Jasmine (Blanchett) con el de la esposa de Madoff. Y en este contexto surgen las preguntas que van a marcar las grietas y diatribas de este personaje irresistible: ¿Hasta dónde llegó Ruth como cómplice de su esposo? ¿Estaba al tanto de la ilegalidad de sus actividades?. ¿Reaccionó a la desesperada intentando proteger la riqueza de que gozaba con independencia del escándalo? ¿Contaba Bernard con la escondida connivencia de su esposa?. ¿Qué éxito ha tenido en su readaptación de vida?.
Allen, aparentemente desinteresado en la historia del financiero, pacta con su audiencia fijarse en exclusiva en su esposa a la que encuentra mucho más interesante. De hecho, el personaje del marido está tan solo a medio-resolver en manos de un Alec Badlwin a medio gas al que pareciera que le hubieran dicho “de aquí no pases porque tú no eres la película”, compareciendo así como el símbolo de un personaje al que se deja atrás y al que no se atribuyen dudas ni ambigüedades en ningún momento de la historia.


Sin embargo, a nadie se le escapa que la enjundia y la profundidad de esta Jasmine no reside solamente en el trabajo de relación entre su personaje y Ruth Madoff, sino más bien en el trabajo dramático que Blanchett lleva a cabo desde las primeras escenas de la película. Su Jasmine es el resultado de adaptar y traducir el imaginario clásico de los gestos, movimientos y neuras del arquetipo alleniano (ese personaje que no es Woody Allen pero que Allen construyó para la historia interpretando la mayoría de sus personajes) al lenguaje propio de Blanchett, su repertorio de gestos y rostros al alcance de esta actriz que se nota ha puesto de sí cuanto ha hecho falta para encontrar al Allen que podía vivir y ser obtenido a través de su interpretación. Y el resultado no sólo es brillante por lo interpretativo, sino que además es un ejemplo para otros actores y actrices, más perdidos, que no han sabido encontrar ese personaje que vive en el fondo de los cinéfilos de Allen. Tal es el caso de Kenneth Branagh, quién lo intentó en “Celebrity”, o el de Larry David en “Si la cosa funciona” que aunque dio un resultado agradable dista de ser una traslación enriquecida del personaje alleniano. Tea Leoni logró un toque pseudo-alleniano frente al propio Allen en “Un final made in Hollywood”, pero Blanchett logra un equilibrio entre los “lugares comunes” de ese Allen virtual forjado en los planos de “Annie Hall” o “Manhattan” y su propio “saber hacer” de actriz madura a la que no le ha temblado el pulso a la hora de renunciar a su barandilla artística personal y enfrentar el personaje sin demasiada protección. 


Esta pulsión en dirección al Allen histórico resulta no sólo admirable, sino también muy fértil, dando lugar a una espléndida Jasmine. Puede que este objeto, este producto artístico en donde se reconocen trazas de un mito pero también el esmerado trabajo interpretativo de una actriz con recorrido sea exactamente el tipo de resultado que Allen lleva buscando desde que dejara de concebir sus producciones con su “alter-ego” como protagonista. Y quizás explique porqué el cartel de la película sólo muestra a Cate Blanchett.

Sin embargo, también es cierto que el nivel de Blanchett no es del todo homogéneo y que algunas de sus escenas pecan de una cierta sobreactuación, que deben ser los momentos en los que más consciente es de estar interpretando a ese Allen de paradigma teórico que sobrevuela todas sus películas. En esta tesitura, pareciera que los actores y actrices que han pasado por la experiencia han constituido dos categorías de actuación o dos formas de encarar la transformación. Algunas, como su anterior actriz fetiche, Scarlett Johannson (“Lost in translation”), han servido a Allen para mirarlas a ellas, mientras que otras como Tea Leoni o Diane Keaton le han mirado a él. Son dos direcciones complementarias que marcan la distancia entre el verdadero Allen y su alter-ego traducido a través de otros actores, y que incrementan quizás el mérito de Blanchett al haber alcanzado ese equilibrio entre ambas lógicas y construir en él un personaje tan estupendo que se convierte rápidamente en la razón fundamental para ver la película, más allá de ser la nueva película de Allen (cosa que para algunos resulta más que suficiente).




El fondo del asunto de “Blue Jasmine”

Como decíamos, “Blue Jasmine” cuenta la historia de la bajada a los infiernos de Jasmine tras haber perdido su riqueza y su privilegiada posición. Encarada frente a semejante cambio de estilo de vida, Jasmine decide afrontarlo articulando dos estrategias simultáneas. En el lado económico, decide apoyarse en su hermana para resolver el sustento justificándose en el varapalo emocional. En el lado emocional, en cambio, un espacio en donde su hermana Ginger tiene un muy escaso efecto, Jasmine decide afrontar el problema con arreglo a su diccionario habitual, el que hereda de sus tiempos de riqueza y que tan buen resultado le daba cuando sus días consistían en asistir a eventos sociales donde la fachada era la máscara con la que articular toda la comunicación interpersonal y en la que apoyar el sustento de una vida.

Jasmine aparece como una gran directora al frente de esa máscara de clase, de nivel y de divinidad que confecciona su identidad hasta profundidades mayores de lo esperado. De tanto llevarla puesta, se convierte en una forma de su identidad que queda inevitablemente enhebrada con su riqueza. Antaño, frente a la adversidad, no había respuesta sin máscara, y ante el varapalo recibido que le obliga a cambiar de vida decide de nuevo emplearla a fondo. La película comienza con su llegada al piso de su hermana Ginger pero aunque sus palabras hablan de déudas, porta maletas de Louis Vuitton con sus iniciales bordadas y confiesa haber volado en primera clase. Sus actos son la máscara que ella trata de mantener a toda costa y con la que intenta percibirse a sí misma para no perder su identidad.

La identidad se convierte, por tanto, y en la vida de Jasmine, en un pilar clave que trata de conservar para seguir perteneciendo a la clase con la que se identifica profundamente (grupo de referencia) y con la que se comunica a través de su máscara. Sin embargo, inmersa en el contexto social de su hermana (grupo de pertenencia), que no pertenece a dicha clase, su identidad se convierte en un problema de interrelación para Jasmine. O mejor dicho, se convierte en un problema que dificulta a Ginger y a las personas de su mundo la interrelación con Jasmine, que no da su brazo a torcer y que les juzga con todos los gestos de desaprobación al alcance del repertorio de su máscara. El mundo de Ginger es el de las personas imperfectas que equilibran su día a día en torno a los momentos de diversión y felicidad, un mundo en el cuál la máscara no rinde ni logra, donde no abre puerta alguna y en donde no sirve al objetivo de lograr integración de ninguna clase. De esta incompatibilidad entre las lógicas surge una fricción que desgasta la paciencia de Jasmine y que va retorciendo la parte interna de la máscara con cargo a su propia estabilidad. Empeñada en mantener la fachada, el resquebrajamiento de la máscara se produce por la cara interna abocando a Jasmine a desarreglos de conducta que le llevan a terminar en estado casi catatónico hablando sola con desconocidos. La máscara no dispone de herramientas adecuadas para lograr una cierta satisfacción en el mundo de Ginger y el desgaste permanente tiene un efecto terrible para Jasmine que termina emparedada entre sus ambiciones personales y la impotencia de su máscara. El mundo de Ginger es el de las emociones descubiertas sin máscara, el de los novios violentos que arrancan teléfonos, el de las parejas imperfectas que se pegan de broma por el último trocito de pizza, y en donde el código necesario para relacionarse se basa en una autenticidad y un código de imperfección incompatibles con máscara alguna. Es un mundo donde la autenticidad del comportamiento con sus baches e incoherencias son la garantía de veracidad de la conducta y al mostrarse se convierten en el indicador oportuno para reconocer la sinceridad y la verdad de los actos. 

Jasmine naufraga en él desprovista de autenticidad o veracidad en sus modales.

Así, “Blue Jasmine” nos narra cómo el desgaste permanente de la máscara tiene un efecto terrible para Jasmine, que termina rompiéndose y perdiendo el contacto con la realidad (la nueva realidad) por no saber entenderla y por ser incapaz de verse a sí misma en ella. Sus habilidades y quehaceres, sus costumbres y aciertos, no tienen ni sentido ni cabida en su nuevo mundo y no le proveen de una personalidad que pueda ser valorada a su alrededor. Esta fricción le conduce a una extrema soledad irresoluble por la carencia de un código de interrelación válido con las personas de su nuevo mundo y queda marginada dentro de su propia mente, catatónica, a la espera de que sus frases de siempre vuelvan a funcionar. Y así es cómo termina, haciendo uso de esas frases modales de educación de alcurnia en un banco en la calle, repasando los recursos de su antigua máscara, el antiguo repertorio social, y probando una por una las frases que decía antes a todas horas con la esperanza de que alguna “enganche”, que encuentre sentido en su nuevo mundo y le permita de nuevo volver a ser ella misma. Así, repite sus frases inconexas y como si fuera a la desesperada, por ensayo y error, las exhibe a la espera de que obtengan una reacción reconocible que pueda sentir como propia. De su identidad y de su máscara ya no queda más que una tartana que camina con dificultades y que está a punto de pararse. Esta es la historia interna de Jasmine y por eso éste es también el final de la película.





Escenas conyugales, marca de la casa

No es que “Blue Jasmine” sea, precisamente, el mejor ejemplo para exhibir las magníficas escenas maritales que normalmente se encuentran en las películas de Allen; más que nada porque tan sólo cuenta con una. No obstante, y a pesar de ser una escena con un actor a medio gas (Alec Baldwin), se trata de un auténtico momento Allen que recuerda a las mejores escenas de su filmografía. Tanto es así, que a pesar de que el contenido de la escena es fácil de adivinar con mucho tiempo de antelación, es uno de los momentos más importantes del metraje y su montaje se reserva para la última parte del mismo. Allen es consciente de que esa escena es de las más esperadas y la demora tanto como le es posible. Con ella, la película libera la tensión y encara el final, ya aliviada tras haber mostrado uno de sus grandes elementos de calidad. Digámoslo así: Simplemente, nadie rueda escenas de discusión entre cónyuges como Woody Allen. Y sus escenas, marca de la casa, son fácilmente reconocibles y paradigmáticas. En este caso, una inspiradísima Blanchett pone en marcha el tono habitual de esta clase de escenas para llegar a un resultado lleno de contenido. Sin duda, de nuevo, una de las escenas más recomendables en una película de Allen.

En definitiva, aunque “Blue Jasmine” no dejará a la mayoría del público la sensación de haber disfrutado enormemente viendo la película, e incluso con la pregunta latente de “¿qué es lo que me han contado?”, no se trata de un producto menor, aunque sólo sea por la exhibición dramática de Blanchett y su espléndida traducción del tono más alleniano. Puede que esta clase de cine de Allen siga la estela menos exitosa del director, pero cuenta con una buena cantidad de elementos de interés y un contenido de fondo sutil y sensible para aquellos que sepan atisbar la historia que se esconde en la esposa de un financiero delincuente. No gustará a todo el mundo.


Extraído de http://codigocine.com/bluejasmine-woodyallen/

¿Cuándo debió dejar el cine Woody Allen?

Contraplano

¿Podemos observar en las últimas películas de Woody Allen un cierto grado de cansancio, una bajada en la calidad? ¿Estamos contemplando el ocaso del director? ¿Qué nos podemos esperar en su futuro cinematográfico? ¿Le queda algo nuevo que aportar? ¿Ha cambiado en algo últimamente en su manera de abordar una producción?




Por Elena Iniesta Gª-Mohedano

81 años. Hipocondríaco. Irónico. Desde 1966 escribe el guión y dirige religiosamente una película al año. Actor en un buen puñado de ellas. Clarinetista. Judío ateo.

Cualquier apunte que se añade ya sobre Woody Allen resultaría vacuo, su obra y su persona son tan sobradamente conocidas por todos, que se puede hablar de un icono de nuestro tiempo. Puede que guste o no su obra, pero su imagen se ha elevado a nivel casi de ídolo de masas.

Pero en sus últimas obras, noto un ligero cansancio, o más bien, como si se hubiera puesto el “modo automático” a la hora de hacer películas. Por supuesto hay un buen puñado de sus últimas producciones que me parecen brillantes, pero puede que influya más la experiencia personal (mi experiencia personal) que la calidad en sí. También intento mirarlo con objetividad, e interiorizar su edad, 81 años ni más ni menos.

¿Se podría dividir su obra por épocas o etapas? Sus obras más recordadas pertenecen a la década de los 70 y los 80, aunque obras posteriores suyas me parecen de una gran genialidad, aunque son precisamente las que pueden ser más fácil de olvidar, sobre todo desde mediados de los 90 hasta la actualidad. ¿O acaso es debido a que hemos perdido la capacidad de contemplar cada obra suya en toda su magnitud debido a que dirige una película por año? Quiero decir, sabemos que anualmente y de manera religiosa va a estrenar algo nuevo; otros directores de renombre, como Scorsese o Ridley Scott, al espaciar más sus películas, se hacen más de rogar, sabemos que la vamos a ver sí o sí sólo por el director. La filmografía de Allen abruma por extensa, y lo peor, se nos hace olvidadiza. ¿Opinas que la magnitud de su obra es un punto en contra, o por el contrario, es un reflejo de su recorrido vital, y por ende, hay que entender cada película suya dentro de ese recorrido?

Por Ricardo Sánchez

A priori, no diría que una larga filmografía tenga que ser, necesariamente, un punto en contra, y de hecho a pesar de haber rodado un buen puñado de películas a lo largo de todas estas décadas, se puede afirmar que suyas son algunas de las películas más emblemáticas de la historia del cine, como “Annie Hall” (1977), por citar una. No obstante, es cierto que hace ya tiempo que Allen entró en una fase en la que, a pesar de hallar algunos magníficos títulos aquí y allá, la nota predominante es la de un cierto desgaste. Pero, ¿cómo no va a suceder? 81 años, tú lo decías. Y aún regalándonos una película al año. Lo veo igual que tú.

Yo abordo este “Contraplano” contigo desde la idea de que, quizás y a pesar de todo, haya sido mejor que Allen no dejara de hacer películas. Y dirás, “haberlo dicho antes y nos ahorrábamos el debate” jajaja No, no; creo que hay debate. Pero sí es cierto que, en general, yo siempre abogo por que las películas se rueden, ya que no perdemos nada, al menos nosotros, y sin embargo nos jugamos la posibilidad de conseguir buenas películas. A fin de cuentas, por más que, en efecto, y en lo que sigue, busquemos un punto en el tiempo en que advirtamos los síntomas del comienzo del declive alleniano, es innegable que entre las últimas 10 o 15 películas también es posible identificar buenos títulos. ¡Alguno ha habido!, más allá de los pareceres subjetivos.

“Blue Jasmine” (2013) fue una película muy celebrada y habría sido una lástima no disfrutarla, por mucho que uno quiera poner en valor “Días de radio” o “Maridos y esposas”. “Segundas partes nunca fueron buenas” es una frase prejuiciosa que nos habría sisado la posibilidad de disfrutar de “El Padrino II”, “Toy Story 2” (y “Toy Story 3”) y así… Y más aún considerando que desde hace mucho tiempo vivimos muy escasamente esa sensación de esperar con impaciencia la próxima película de un director, ¡y Allen ha sido uno de los últimos en proporcionárnosla! Me cuesta demasiado renunciar a ella. Es un símbolo de un mundo perdido al que echo demasiado de menos. Y tú me dirás “Allen es un símbolo de un mundo perdido”, y te daré la razón.

Dicho esto, sin embargo, me entusiasma la idea de jugar a revivir su filmografía para identificar ese punto en el que quizás se localizara ese lugar, ese posible final que habría hecho refulgir el total de su filmografía como una auténtica obra REDONDA. Te lanzo una pregunta de exploración inicial: El punto que buscamos, ¿estimas que sería anterior o posterior a “Celebrity” (1998)? Intuyo lo que me vas a decir en cuanto te acuerdes de cuál fue su siguiente película, ¡pero ahí te lo dejo!




Por Elena Iniesta Gª-Mohedano

Como me conoces, sabes cómo picarme. La película que rodó después de “Celebrity” fue “Dulce y melancolico” (1999), aquí traducida como “Acordes y desacuerdos” (tema este, el de las traducciones, que deberíamos tratar algún día), y de la que ya hablé en nuestro anterior Contraplano, referente a los biopics. No puedo ser objetiva con esa película; como he dicho antes, sus últimas obras pueden o no gustar, pero de una manera subjetiva. Nuestra opinión sobre la película vendrá referida desde nuestra experiencia personal con la película. Y es lo que me pasa a mí. Esta película me gusta porque AMO el jazz y la época en la que está ambientada la película. Ahora, ¿es una película a la altura de las anteriores? ¿Puede ser la primera película de su nuevo ciclo? Objetivamente creo que es una película “capricho”, en la que Allen se da el gustazo de rodar sobre el jazz, y hacerlo en forma de falso-documental-biopic sobre un músico que no existió, pero que bien puede, no ya su álter ego, como en la mayoría de las películas, sino la persona que le hubiera gustado ser.
Parece que podemos observar entonces cómo Allen sintió el “efecto 2000”, ¿no?. También es curioso que coincida a la vez con su vida personal; en 1997 se casaba con su actual mujer, después de unos años tumultuosos y duros, en los que se vio envuelto en muchísimas polémicas, pero de las que salió airoso. Parece que su estabilidad y tranquilidad van paralelas al comienzo de esa decadencia como creador.

Así que coincido totalmente contigo (no en la película en sí), pero sí en que es en esa época, rondando el 2000, año arriba, año abajo, en el que empezamos a notar que Allen ya no era el de antaño.

Pero, como tú bien dices, en estos últimos 16 años nos ha brindado obras muy notables; tú nombras “Blue Jasmine”, película que merece la pena ver solamente por Cate Blanchett, a la que añado “La maldición del escorpión de jade” (2001), “Vicky Cristina Barcelona” (2008), y sobre todo “Match Point” (2005), esta última que bien podría ser su último buen guión. Porque, y ahora te lanzo una pregunta, ¿no opinas que con la gran baza que cuenta últimamente es la de dirigir muy bien a los actores? Me explico; siempre lo ha hecho, pero también es verdad que contaba con actores con un gran peso en la pantalla, cosa que volvió a repetir en “Blue Jasmine”. Pero ahora cuenta con actores menos conocidos o que nos hacen pensar que a Allen “se le ha ido la pinza”, como en el caso de Kristen Stewart, pero que les saca todo su jugo dramático y quedan muy bien en la película. ¿Tienes tú también esa sensación?


Por Ricardo Sánchez


¡Sí!, comparto tu visión acerca de “Dulce y melancolico” y esa concepción de la película que tú propones como “película capricho”, advirtiendo en ella su valor como experimento. ¡Y no debe parecernos algo ni siquiera inédito en Allen!, pues ya los había llevado a cabo mucho antes y más de una vez en su filmografía: ¿O hemos olvidado objetos como “Zelig” (1983)? No obstante, por alguna razón, se me antoja que esta clase de películas dan una idea más confusa sobre el estado en que se encuentra su “Allen director”. Supongamos que obviamos “Dulce y melancolico”, ¿qué sucede con sus siguientes películas? Bueno, en mi opinión, lo que sigue es una película difícil de evaluar, “Smalltime crooks” (1999, “Ladrones de medio pelo” por su título en español), seguida a su vez por dos películas en las que ya localizo algunas de las características con las que, personalmente, evaluaría, en general, el resto de su obra hasta la actualidad.

Pero vamos por partes. Creo que no existe un consenso en torno a “Ladrones de medio pelo”. En general, todos celebramos su ingeniosa premisa de partida, ésa en la que unos atracadores de poca monta se hacen ricos vendiendo las galletas que debían servir para ocultar el atraco a un banco, ¡absolutamente genial!, pero también es fácil atacar a la película por una segunda parte algo más tediosa. Es verdad que parte de su genio la emparenta con películas anteriores a las que salvaríamos sin lugar a dudas (“Poderosa afrodita”, 1995; “Todos dicen te quiero”, 1996; “Los secretos de Harry”, 1997), pero también parece prefigurar algo de lo que estaba por venir: Una historia cada vez más empequeñecida, más superficial, en donde las emociones andan plastificadas y sin demasiada originalidad. ¿Quizás se trate de una película “bisagra” que cierra una etapa de títulos inconmensurables y abre otra mucho menos ambiciosa? Y es que, si bien su etapa más ambiciosa en lo que se refiere a lo emocional había quedado ya atrás en los años 80, con sus películas, diríamos, “bergmanianas”, al menos los 90 habían servido para mantener una originalidad cómica deslumbrante que, por alguna razón, no termino de encontrar en “Ladrones de medio pelo”. ¿Por qué será que ésta me parece una película menor en comparación con su obra de finales de los 90?

Y lo que parece presentirse en “Ladrones de medio pelo”, en mi opinión, se confirma en “La maldición del escorpión de Jade” (2001) y “Final made in Hollywood” (2002) ya como dos referencias estables que marcan una inercia que Allen no terminará de abandonar: La costumbre comienza a ser la de proponer historias “redonditas”, predecibles, pequeñas películas que, en general, prescinden de toda investigación y que parecen plantearse y resolverse con los pocos elementos que Allen dispone de partida sobre la mesa. Son películas que se abren, como todas, pero sobre todo, que se cierran, y lo hacen sin ambages, como las piezas de un rompecabezas que excluye todo espacio para el interrogante. Tú localizabas en esta lista alguna película de lo más meritoria, como “Match point” o “Blue Jasmine”, y llevabas razón, pero quizás sean meras excepciones en una meseta de películas con capacidad para resolverse a sí mismas sin más. Y, ¿no era la imposibilidad de su resolución lo que hacía grandes a películas como “Manhattan” (1979), “Crimenes y pecados” (1989, “Delitos y faltas” por su título en español) o “Hannah y sus hermanas” (1986)? Películas abiertas, entregadas a interrogantes trascendentes sin una posible contestación monosilábica. A partir de “La maldición del escorpión de Jade” Allen nos cuenta historias “discretas”, con elementos finitos, que se calman en sus propios finales y que no nos llevan más que a lugares tranquilos que solo tienen sentido por equilibrar la tensión interior del relato. Poco hay en ellas que se dé al espectador como guía o como pregunta sobre sí mismo. Son relatos homeostáticos que se equilibran por sí solos sin morder nada realmente valioso.

¡Genial tu apreciación! Me refiero a ese “efecto 2000” que parece no sentarle demasiado bien a Allen, así como el hecho de que la genialidad comience a desaparecer progresivamente a partir de su boda en 1997. De hecho, no hay que olvidar que “Celebrity” (1998), solo un año después, ya fue una película bastante cuestionada, aunque yo no encuentre aún en ella los signos del cine de los años 2000.

Todavía estoy planteándome esa idea que me propones sobre los actores. Desde los años 90, Allen contó con la colaboración de grandes estrellas de Hollywood que aceptaban reducir sus ingresos para poder trabajar con él, para añadir a sus filmografías películas prestigiosas. ¿No será que, a partir de cierto momento, las estrellas dejaron de querer trabajar con él y, por tanto, comenzó a elegir actores de menor caché? ¡Aún no me decido en este punto!, prefiero leerte más sobre ello.





Por Elena Iniesta Gª-Mohedano


Me has soltado una pregunta bastante complicada como el que no quiere la cosa… te la devolveré algún día…

Es una cuestión la que me planteas más importante de lo que parece, y ahí tiene su valor la extensa filmografía de Allen, ya que su obra, por larga y prolífica, nos da una muestra fiel de cómo ha ido cambiando el “star system” a lo largo de las últimas décadas. Allen ha pasado casi todas, excluyendo, claro está, la época dorada de los años 40 y 50.

En los años 70 y 80 teníamos a esos actores con escuela, con peso propio en la pantalla, y que en aquella época era aún jóvenes, como el caso de Diane Keaton, Christopher Walken, Meryl Streep, Charlotte Rampling, Anjelica Huston, Alan Alda… En este sentido, siempre le he visto como un cinéfilo que añoraba una época ya pasada. Era como la Norma Desmond de “Sunset Boulevard”: No necesitábamos guiones, teníamos rostros.

Allen quería revivir esa época dorada de Hollywood.
Pero en los 90 hay un viraje hacia otro tipo de actores en Hollywood; estamos en la época de actores guapos, jóvenes y que ganan millones con una sola película, como el caso de Julia Roberts, actriz a la que le dio un papel secundario en “Todos dicen te quiero” (1996), película donde también salen actores de moda como Natalie Portman o Edward Norton. Seguramente los propios actores rebajaban sus cachés a cambio de salir en una película suya, por el prestigio, o incluso puedo llegar a pensar, que por divertimento. Recordemos el caso de Mira Sorvino en “Poderosa afrodita” (1995), papel divertidisímo, y que encima le reportó un Óscar como secundaria.

Pero esa época ya pasó también. Parece que Allen, a pesar de sus años, sabe muy bien hacia dónde dirigir sus pasos. Con “Celebrity” hizo una película crítica al mundo de la fama valiéndose de actores ya reconocidos, como Kenneth Branagh, u de actores en plena efervescencia, como Leonardo Di Caprio.
Ahora los actores que están de moda son jóvenes, igual hacen una película o un anuncio de ropa… o simplemente son famosos sin más. Caras que hace 70 u 80 años no hubieran tenido nada que hacer en Hollywood, pero que ahora son los que “se reparten el pastel”. Allen no da palos de ciego, sabe perfectamente lo que hace, le saca todo el partido a sus actores (sobre todo actrices). Creo que el término sería “instrumentaliza” el físico de los actores para llevarlos a su terreno. ¿Te pongo un ejemplo? ¡Miley Cyrus!
Pero, y para responder a tu pregunta, sigo creyendo firmemente en el “efecto 2000” sobre Allen. Sería en esa época cuando sus castings eran menos… ¿contundentes?





Por Ricardo Sánchez


¿Qué pasa con los actores? ¿No es cierto? A mí me parece que ese recorrido que has trazado une muy bien los puntos que, en conjunto, reflejan el estado del cine a lo largo de las últimas décadas en lo que podría ser la evolución del paradigma actoral. Y el cine de Allen no ha hecho más que trasladarlo a la pantalla, o padecerlo, si quieres, especialmente considerando que la deriva de esta evolución es la propia decepción que, en el fondo, todos vamos teniendo con el cine de los últimos años. Pero, ¿sabes qué he hecho? He repasado los repartos de sus películas “post-efecto 2000”, esta genialidad tuya, y me he dado cuenta de que, salvo algunas elecciones un tanto sorprendentes, y cabe esperarlas solo recordando que el total de las películas estrenadas tras el año 2000 son ya unas cuantas, Allen ha contado, también en estos años, con nombres absolutamente relevantes del panorama cinematográfico. No diré los nombres más taquilleros, pero sí con figuras de primer nivel: Anthony Hopkins, Naomi Watts, Joaquin Phoenix, Colin Firth, Cate Blanchett, Alec Baldwin, Scarlett Johansson, Ewan McGregor, Colin Farrell, Jonathan Rhys Meyers o Helen Hunt. Si los colocas a cada uno en el contexto en que trabajaron para Allen, creo que te parecerá, como a mí, que se trataba de nombres muy relevantes.

De modo que, si ambos detectamos una cierta falta en el valor de estos repartos, de estas estrellas, quizás deberíamos buscarla en otra parte. Yo propongo dos lugares para esta búsqueda, o dos transformaciones que podrían haber causado este efecto. En primer lugar, la relación misma entre el cine y sus espectadores, toda vez que estos, desde hace tiempo, vienen esperando de él cada vez menos. ¿En qué orden? Es decir, ¿de qué naturaleza es lo que ya no esperan de él? Creo que tiene que ver con esos interrogantes, esas ambigüedades, las contradicciones irresolubles y las dificultades del ser. Eso, en definitiva, que podría ser, por buscar un símil, el carburante existencial de un escritor, con cargo al cual emergería una buena historia. Quizás, por tanto, sea una problemática industrial estructural y cada vez más inherente al cine. Películas que sí afrontan esos retos sigue habiendo, es verdad, pero ya no son una oferta constante, como constituían en otro momento, y desde luego parecen ser objeto de un cierto desdén entre la audiencia. En segundo lugar, diría que, retomando el asunto del que tú partías, conecta con otra transformación en el propio Allen que, quizás por su edad, ya no está tan interesado en esas preguntas abiertas y esos interrogantes arrojadizos en los que él se debatía otrora.

Juntos, estas dos transformaciones han arrebatado a los repartos de sus películas la competencia de buscar el rostro adecuado para algo grave, o difícil, como el de Diane Keaton en el cartel de “Interiores” (1978), por proponer una imagen que creo que evoca ella sola todo lo que intento explicar. Por tanto, creo que el cine de Allen ha reflejado algo de sí mismo, pero también algo estructural de cuanto el cine viene sufriendo en los últimos años. Quizás, precisamente, y como tú indicabas, porque su cine lleva décadas “tomando una muestra” de forma anual, con precisión estadística, es por lo que muestra mejor que otros este declive, y tenemos la tentación de pensar que es un efecto “alleniano” cuando, en realidad, es mucho más general y más preocupante. En esta web hemos enarbolado la lucha contra esa noción del “cine como mero entretenimiento”, pero es la tendencia, y el cine de Allen podría llevar 15 años reflejándolo. Como decías, Allen puede ser efectivo llevándose a los actores a su terreno, pero quizás ya quede poco terreno adonde llevárselos.

Por otro lado me asalta una duda terrible. ¿Hasta qué punto podemos llegar a relacionar el cese de su búsqueda interior, ésa que propongo como “ápeiron fundamental” de todo artista verdadero, con la imposibilidad de hurgar en cuanto oculta en su interior? ¿Lo has pensado? Lo digo porque la figura pública de Allen también ha sufrido en los últimos 20 años un enorme desgaste por los escándalos relacionados con su matrimonio y cómo se originó, así como por las acusaciones de pedofilia que ha sufrido. ¿Habrán limitado su capacidad para trasladar a sus películas alguna materia de la que estarán fabricadas sus inquietudes actuales? Yo tengo la sensación de que Allen está inhibiendo una parte notable de su creatividad porque la dirección en la que apuntan los que hoy serían sus grandes interrogantes se pierden en una niebla que él es consciente de que no debe esclarecer públicamente. ¿No podría haber algo de eso? No obstante, menudo perjuicio cuando él mismo constituye un género cinematográfico propio.





Por Elena Iniesta Gª-Mohedano

Estas cuestiones que planteas son muy interesantes, ya que dirige nuestra conversación hacia el cambio que ha experimentado el cine de Allen en cuanto a guión. Creo que le han influido en sus últimos años tanto sus escándalos como su edad. Tengo la misma sensación que tú, de que está inhibiendo una parte de su creatividad. Al fin y al cabo puede que sea el director más personalista, el que más pone de sí mismo en cada guión, y eso le habrá llevado a un desgaste personal y emocional, del que habrá preferido huir.

Recuerdo las primeras escenas de “Manhattan”, cuando él hace una broma con sus amigos acerca de la juventud de Mariel Hemingway.

Me pregunto si después de las acusaciones de pedofilia a las que ha sido sometido podría abordar otra vez un tema así con esa frescura. Entiendo perfectamente que le “escuezan” determinados temas, y como de lo que no se habla no existe, haya tomado la senda del divertimento. Panem et circenses. Es lo que queréis, pues ahí tenéis. Pero también sirve esto para sí mismo; aparcando determinados temas, guardándolos en un cajón para así poder moverse en un ámbito más ligero, pero donde se encuentre menos “en el punto de mira”. La edad tampoco le ayudarla como afrontar su vida en los guiones pero, ¿acaso no nos pasa a todos, que cuando nos cuesta afrontar un tema en nuestra vida que nos duele de manera especial, lo aparcamos y preferimos ni mentarlo? Va a ser que Woody Allen es un ser mortal.

De todas maneras, no hay que tratar de manera banal sus últimos trabajos. Por ejemplo recuerdo cuando ví por primera vez “Vicky Cristina Barcelona” (2008); no me gustó. Pero después de un par de visionados más, tuve que reconocer(me) que era una gran película, de las mejores de sus últimos años, y que incluso reconocía en los personajes a personas con las que me he cruzado en la vida…





Por Ricardo Sánchez


¡Sí!, ¡es cierto!, has encontrado un magnífico ejemplo de lo que decía en su filmografía. Creo que las palabras exactas del personaje de Isaac en “Manhattan”, en la escena del “Elaine’s”, son: “I’m dating a girl who does homework”. Cualquier seguidor de su obra, y tanto más tratándose de una de sus mejores películas, se empeñaría por aceptar la broma como el mero extrañamiento producido por la diferencia de edad entre los dos personajes, pero ahora ya es imposible no releer la escena de otra manera. ¡Y eso que somos seguidores! Y, de repente, aquello comienza a desarrollarse solo en una dirección que Allen, simplemente, no puede permitirse. Es justo a lo que me refería: Allen tiene las manos atadas a la hora de poner en juego en sus películas una buena cantidad de elementos de su interior en los que los espectadores podamos llegar sentir esa latente y furiosa verdad que nos morimos por encontrar en el cine, y en cualquier forma de arte. Desde luego, atadas en todo lo tocante a asuntos relacionables con la pedofilia, pero no nos engañemos, llegados a este punto, no creo que Allen pueda tomarse mucho espacio en cualquier otro asunto que pueda ser leído de otro modo. 

Si sumamos el hecho de que Allen no tiene nada que demostrar a estas alturas y que lo último que querría ahora sería atravesar un nuevo escándalo, parece claro que sus películas acusan una constricción exterior impuesta y que los únicos asuntos que se atreverá a suscitar serán cuestiones más o menos almibaradas, absolutamente exentas de toda posible relectura crítica, y por tanto, lamentablemente, pacatas y entregadas por completo a la lógica del “cierre perfecto” sin más interrogantes.

Los seguidores de Allen querríamos un final de traca, un Allen firme y profundo, terriblemente maduro para abordar no ya otros temas, sino los de siempre, pero desde su edad y desde el pináculo de su trayectoria vital. Querríamos, y creo que esto a Allen le dolería leerlo, que su carrera terminara con una película como “Saraband” (2003), es decir, con un lazo rojo como el que su gran admirado Bergman escribió al final de su carrera cinematográfica. Querríamos una segunda parte adulta y profunda, ambiciosa y llena de interrogantes, de alguna de sus grandes películas (“Manhattan” podría ser una buena elección), que nos hiciera sentir el modo cómo los años se consolidan en la mirada de un verdadero artista. Pero Allen, no podrá ser Bergman, y eso que lo intentó durante tantos años de su vida, y en su lugar, producto de los meandros vividos, solo tenemos historias limitadas que nos recuerdan anualmente (con excepciones, eso sí), al que dejó de ser.

Por otro lado, creo que uno de los grandes temas de la filmografía de Allen ha sido siempre el de si creerse a sí mismo como un verdadero artista o no. Y lo ha reflejado mucho en sus películas: “Manhattan”, “Los secretos de Harry” (1997), “Final made in Hollywood” (2002) y, muy especialmente, en “Disparos sobre Broadway” (1994), donde el personaje de “David” (el alter-ego de Allen que interpretó John Cusack) tiene este revelador diálogo con su ex, “Ellen” (Mary-Louise Parker):
David: Did you love me as the artist or as the man? Ellen: Both. David: Well, what if it turned out that I wasn’t really an artist? Ellen: I could love a man if he’s not a real artist… but I couldn’t love an artist if he’s not a real man.

“¿Y si resultara que no soy un verdadero artista?”. 

Personalmente, siento que la cuestión sobre su auténtico talento viene estando en el centro de sus preocupaciones a lo largo de toda su carrera. Y, casi siempre, Allen termina viéndose a sí mismo como un artista que no termina de encontrarse, como una suerte de impostor. Recuerda que, de hecho, en “Disparos sobre Broadway” es el gángster “Cheech” (Chazz Palminteri), y no el dramaturgo David, quien termina reescribiendo inesperadamente su obra de teatro con mejores ideas y más éxito. ¿No te parece que a los 81 años, ese verdadero Allen que se sospecha impostor podría estar tomando el control de la filmografía a favor de una vida más sencilla, que le aleje de unos escándalos que le persiguen a 10 centímetros de distancia?





Por Elena Iniesta Gª-Mohedano


Interesantes reflexiones las tuyas. Por ejemplo Hitchcock siempre decía que las películas quedaban mejor en su cabeza que el resultado que veía después en la pantalla. Ese cuestionamiento permanente conforma a un buen artista, ¿no te parece? Un inconformismo que lleva a una búsqueda incesante de la obra perfecta, ensayo-error. Pero parece que Allen, efectivamente se ha puesto en “modo automático” y su lugar de maniobra es más estrecho que otros cineastas. Tú ponías el ejemplo de Bergman, cuya carrera es impecable, de principio a fin, lo que le hace grande y singular. Yo te pongo otro ejemplo, el de Billy Wilder. Su última película “Buddy Buddy” (1981), fue tal fracaso que provocó su retirada, nublando de paso su penúltima obra, “Fedora” (1978). O pongo otro ejemplo no cinematográfico, el de (nuestra) adorada María Callas, que consideró que había llegado el final de su carrera al desafinar en público. ¿Tiene que llegar un artista a ese punto de perfeccionismo? ¿Tendría que haber dejado de dirigir Allen hace 16 años? Personalmente no lo creo, me gusta ver el devenir de un artista, ver cómo refleja en su obra su vida personal, lo que al fin y al cabo, hace de un artista y su obra únicos. Aunque la sensación con Allen es de “venga, la próxima va a ser buenísima”. Puede que él mismo sea muy consciente de eso, y su temor a encarar el futuro (no olvidemos que tiene 81 años) haga que se trate a sí mismo como a un artista que aún puede hacer mucho más, de que su gran obra está aún por llegar.
Ese tema ya lo trató también en “Dulce y melancolico”, película que para mí es la señal de su declive. El personaje que interpreta Sean Penn (personaje que bien podría ejemplificar ese quién me gustaría ser pero sé que no lo voy a conseguir) se compara toda la película con Django Reinhardt, perdiéndose su talento mientras tanto.

¿Deberíamos ser más benévolos con Allen y considerar, a lo mejor, que ha perdido la inspiración?


Por Ricardo Sánchez

Sin duda, el inconformismo y el perfeccionismo pueden ser buenos aliados de cierta forma de autoría que se caracterizaría por su verdad, sobre todo teniendo en cuenta que cuanto mayor es el empeño en que un detalle brille de cierta forma específica, mayor es también la posibilidad de que atienda a una necesidad expresiva muy determinada, e incluso aunque el autor no esté siendo del todo consciente de ello. ¿Y no son esos, precisamente, los brillos geniales que buscamos en todo buen artista? En el caso de Allen, de todos modos, pienso que terminará su carrera con la sospecha de que nunca llegó a rodar esa gran obra, o localizándola, sin duda, en los años 80, y por tanto sabedor de que su última etapa es otra, con otras posibilidades y potenciales, y que no puede competir con sus películas de los 80 o de los 90. Esto no significa que no sea el gran artista que muchos pensamos que es, por más que él no se haya convencido nunca de ello. Añadimos "Dulce y melancolico”, por tanto, a esa lista de películas en donde Allen deja huella de esa sospecha suya de no llegar a dar la talla; algo que, desde luego, ya consideramos como una forma de humildad que tratamos con cariño cuando lo encontramos en sus metrajes.

Como te decía anteriormente, yo creo que Allen confecciona ya sus películas con unos elementos limitados que encaja en sus finales de forma matemáticamente precisa, excluyendo toda posibilidad de pregunta, de cuestión abierta, de gran tema, y por tanto no cabe esperar, lamentablemente, una película al estilo de las rodadas durante los años 80 o 90. Le agradecemos su disciplina y todas las películas que nos trae, que sé que seguiremos viendo religiosamente hasta el final, pero el gran Allen ya pasó. No habrá una “Saraband” con la que cerrar su filmografía. 

¿Inspiración perdida? Yo diría más bien maniatada y sin fuerzas, pero aún con la sospecha de profundos contenidos que, simplemente, ya no verán la luz. No obstante, Allen ha rodado algunas de las mejores películas de la historia del cine, igual que Bergman, y en todas sus películas hay siempre elementos que nos gusta encontrar. Si, además, de vez en cuando rueda una “Blue Jasmine”, una “Match point” o una “Medianoche en Paris”, que no son perfectas pero sí han gustado mucho, se confirma por completo que por nada del mundo debió dejar… de rodar películas.


Extraído de http://codigocine.com/cuando-debio-dejar-woody-allen-el-cine/