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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

miércoles, 4 de octubre de 2017

De Bergman a Woody Allen.


DE LA ANGUSTIA MODERNA A LA HIPOCONDRÍA POSMODERNA. 

POR PAULA LÓPEZ MONTERO


No es casual, que uno de los referentes que siempre se apuntan en las influencias filmográficas de Woody Allen sea Ingmar Bergman. Pero prefiero, antes de nada, que tal dialéctica surgida en los albores de mis reflexiones sobre ambos directores no sea tomada como teoría, sino como lectura a dos cineastas que profeso admiración y debo al menos la conmoción necesaria en todos los casos para bien-escribir.Una lectura que es -debo seguir excusando-personal y está arrojada a posibles y libres interpretaciones-siempre vuestras-. Cuando digo que no es casual, entonces aludo a que no es para mi casual y que tiene, en cierta medida, sentido lo que a continuación con cuidado os expongo.

Bien es sabido que la angustia como tal ha sido uno de las grandes emociones que ha caracterizado al ser humano desde la caída del paraíso eterno, pero mucho más si puntuamos la fecha de muerte de Dios con el libro La gaya ciencia de Nietzsche escrito en 1882, pero que tenía como precursores en un clima latente a Dostoyevski en Los hermanos Karamazov (1880) y a Hegel con su Fenomenología del espíritu(1807). Apenas unos años después (1896) Edvard Munch pintaba su obra Angst. Tomo de éste último una frase que arroja luz sobre este estado:
“Me atenazaba el miedo a morir; el miedo me acosó durante toda la juventud.”

La muerte se presentaba como el final del final, ya no había salvación. La responsabilidad entonces caía sobre los hombros de todos los hombres, cuyo peso responsable de la vida se convertía poco a poco en debilidad, y por ello en angustia.

Angst, de Edvard Munch, 1896

Pero como hemos dicho, la angustia ya estaba latente en el ambiente antes de que el bueno de Nietzsche diese pistoletazo de salida a la desmantelación y desenmascaramiento de la religión, o que Heidegger hablase de la angustia como consecuencia de la caída del Dasein 1. Recuperemos por un momento en plena Edad Media la angustia ante la Parousía o la llegada del año mil, estupendamente reflejada por el maestro al que hoy hacemos alusión: Ingmar Bergman con El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957). Rescato con el mismo motivo, y como alusión a la crítica expuesta ya sobre El séptimo sello un fragmento de Kierkegaard en Las obras del amor:
“ningún pensador puede con la vida tal y como lo hace con la muerte”.

Así Kierkegaard junto con Schopenhauer fueron los precursores de todo un clima desangelado, del que luego Nietzsche retomaría como catapulta a su voluntad de poder. Por cierto, en esta misma línea, hace cuatro años (2011) de la mano de Bela Tarr salía una obra mayúscula a propósito de Nietzsche y del clima de angustia: El caballo de Turín (A Torinói ló aka, 2011)


El caballo de Turín


Pero hablemos por un momento de Martin Heidegger, uno de los máximos exponentes -por no decir el máximo- de la filosofía del siglo XX. La angustia, para el filósofo, es lo que permite arrancar al Dasein (ser-en-el-mundo) de su estado de absorción en el Uno y en el mundo.

“El Uno aliena al Dasein en su ser y le oculta las posibilidades de desplegarse en cuanto tal, tras el efecto tranquilizador producido por la nivelación del ser en la medianía y en la cotidianidad”. 2

Además para Heidegger:
“la fobia no es sino la expresión de la angustia acotada y remitida a un objeto”. 3
Así:
“El miedo que ocultó lo originario de la angustia se descubre como angustia por estar-en-el-mundo” 4
Pero ¿cuál es el miedo originario, la angustia originaria? A lo que podríamos contestar, el miedo a la muerte, a la finitud, sobre el que versan todas las posibles explicaciones que pueda dar la filosofía y en su momento la religión. Pero para Heidegger la angustia no tiene un carácter negativo sino que conduce al Dasein hacia la libertad de escogerse.

Es esta libertad de escogerse precisamente de la que habla Nietzsche con su voluntad de poder, y es el peso sobre los hombros al que hacíamos alusión, ese que-hacerse continuo que ya no tiene la gracia o el don de Dios, sino que supone una constante batalla del individuo por lograr lo que es, o lo que quiere ser. Después como herederos de la barbarie del siglo XX, a nosotros, en pleno siglo XXI, no nos quedan más que las ruinas de una ética que fue destruida precisamente por ese mismo miedo, el miedo al otro, y al que sólo nos queda atenernos ante el vacío de responsabilidades y referencias, a ese clima de nihilismo y desasosiego donde surgen nuevos “grandes otros” como el capitalismo cultural, que no hacen más que reafirmar esa comodidad a la que hacía alusión Heidegger, o el propio Marx, a esa alienación, y a esa falta de libertad.

Bergman, entonces, como cineasta, lector, pensador de mediados del siglo XX, recoge en su filmografía toda esta angustia, que rescato yo en sus máximas obras como la mencionada El séptimo sello, o en Fresas Salvajes (Smultronstället, 1957), o en Persona (1966). Esta última quizá es la que se ancla con mayor precisión hacia una de las cuestiones más tratadas en el pensamiento occidental de estos tiempos, la personalidad, el ser, la esencia, el rostro y el otro como yo.


Persona, de Ingmar Bergman


Hablemos entonces de Woody Allen y de finales del siglo XX, comienzos de XXI. Allen, estadounidense -no podía ser de otra forma- donde la multiplicidad de referencias en pleno barrio neoyorquino, aquellos rascacielos, hacen al hombre sentirse a pleno ras de suelo cuando la máxima aspiración fue siempre, alcanzar el infinito. Sus películas, quizás él mismo, están teñidas de esa hipocondría y de, por supuesto, las referencias a casi todos los autores citados en este ensayo con anterioridad.
Pero ¿qué es hipocondría? El miedo infundado a padecer alguna enfermedad grave. El hipocondrio es un órgano que no se ve, ni se siente, y de donde se pensaba que salían unos vapores que producían este mal. Pues bien, es precisamente ese miedo a no saber, a no sentir, ante la falta de referencias y explicaciones que dan los casi treinta siglos de historia del pensamiento sobre la muerte, la enfermedad, la finitud, o el mal. La hipocondría entonces, y humildemente apunto, que podría venir de esa angustia heredada en conjunción al exceso o falta de referentes a los que atenerse. La cuestión es ¿podemos vivir sin Dios? O una pregunta más pertinente en la era que vivimos ¿podemos vivir sin internet, el consumo, el capitalismo, sin la moda?

Voy a remitirme en este punto a los imaginarios propios del cine. Hay que tener también presente, que al igual que de los textos nacen y vuelven a parar los contextos en una dialéctica histórica, hay que ser precavidos y reflexionar sobre la imagen, sobre todo en nuestra sociedad hiper-visual. De la forma que habitábamos los textos en la Modernidad, hoy habitamos la imagen, lo que genera unas condiciones de existencia que van mucho más allá de la palabra (signo) sino que ese signo -hoy imagen- es más fácil confundir con la realidad. De tal manera apuntaba Baudrillard en Cultura y simulacro, a que vivimos en una sociedad de simulacros, de hiperrealidad, donde se escapan los referentes, el anclaje al sentido originario (y por supuesto no totalitario-ni místico sino, quizá, social).

La imagen hoy es mucho más potente que la palabra porque no hay una necesidad de codificación-descodificación (es un lenguaje universal) pero desde luego entraña muchos más riesgos (de universalización, de destrucción de la mística, de los usos y abusos de su montaje y de la persuasión ideológica que ello conlleva).

Considérese en este punto a Woody Allen en su sinceridad, allí donde la monstruosidad de Hollywood sigue creando nuevas formas de perderse a sí mismo en la identidad de personajes, modelos todos ellos heroicos, en ideales de mujer, e incluso el ideal de hombre, donde nosotros los espectadores casi siempre inocentes, salimos de la sala queriendo ser algo que no somos. En ese punto, reafirmo la sinceridad de Allen, las relaciones humanas se parecen mucho más a Annie Hall (1977), Manhattan (1979), Hannah y sus hermanas (Hannah and her Sisters, 1986) etc. que a cualquier película de Marvel (léase aquí también la importancia de estas películas de entretenimiento que no pretendo criticar, sino hacer un juicio justo con la ética y la intencionalidad que pueda haber detrás). Quizá la película que precisamente pueda aportar esta misma visión compartida sea del propio Allen: La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985).


La rosa púrpura del Cairo.


Con todo ello –me excuso con los que os quedasteis a leer este artículo con la intención de encontrar análisis detallados de ambos directores- considero que hay material suficiente en circulación con el que se puede complementar estos pequeños apuntes. Como mencioné al principio, la importancia de Bergman en Allen no es baladí, y permítanme de nuevo decir, que ambos son grandes cineastas con los que entender la cultura y el pensamiento de la Modernidad y la Posmodernidad.


Tomado de http://cinedivergente.com/ensayos/estudios/de-bergman-a-woody-allen