¡Ah, Woody Allen!
¡Tan sabio y tan poco reivindicado cuando se desmadra! Mis queridos
blogdecineastas me incorporo a este especial que inició el audaz y raudo Juan
Luis Caviaro para daros mi versión del cine de Allen. Advierto, ya en este
preciso instante que será complicado encontrar un tono realmente hostil con
Allen.
La película sigue
las aventuras de otro currante, como en su primera película, esta vez bajo el nombre de Fielding
Mellish (Allen, quien sino) que se enamora, de manera no correspondida, de
una bella mujer (Louise Lasser) dedicada al activismo social y para
conseguirla termina metido en lo que podríamos llamar un buen embrollo
revolucionario en el que terminará convertido en presidente.
¡Ah, Allen! ¿Qué
voy a decir de esta película maravillosa que no sepáis ya? Lo primero es que
nunca se recuerdan lo suficiente las primeras películas de Allen, aquellas en
las que nos enseñaba como sobrevivir. Porque Woody Allen, como Philip Roth
o Saul Bellow, es un remedio para el alma que hace de sus
peculiaridades y sus localismos (sus historias casi siempre neoyorquinas, su
humor inequívocamente judío, su mofa ya encontrable en los mentados
escritores a costa de figuras intelectuales) algo no accesible sino, más
importante, familiar.
Cuando Fielding
Mellish, una prolongación nada disimulada del Virgil de ‘Robó, huyó y lo pescaron’ (Take the money and run, 1970), navega hacia una revolución de la
que no entiende nada lo que pretende es conseguir a la chica y un destino
alejado de una vida un tanto grisácea y naturalmente pobre en expectativas y
oportunidades. La política, para Mellish, es un asunto puramente psicosexual.
Cuentan algunas anécdotas, que en los setenta, cuando su ascendencia se hizo
imparable ya desde que empezó a brillar como escritor e intérprete de
monólogos, se impuso la teoría de que Allen sería un nuevo modelo de
sexualidad. Sus musas, aquí Lasser y muy pronto Diane Keaton, eran
mucho más agraciadas que él, y su estilo de humor, nervioso, inseguro,
autoparódico, iba a cambiar la historia de la sexualidad.
Lo que al final
sucedió, dicen, es que solamente Allen fue ese icono y su revolución no fue
más allá. Naturalmente, podemos buscar consecuencias de su estereotipo /
revolución en otras muchas historias….del Cine. ‘Bananas’ (id, 1971)
tiene a Carlos Montalban como el impetuoso caudillo revolucionario y a
un breve Sylvester Stallone haciendo una aparición memorable como
matón en el metro.
Lo que también tiene es uno de los trabajos de fotografía más descuidados del progresivamente pulido cineasta judío, con un Andrew M. Costikyan realizando un trabajo de iluminación anodino. Pero compensa Allen estas carencias de cineasta que estaba empezando con gags absolutamente hilarantes, como la idea de retransmitir el coito “frustrado” con comentaristas deportivos con toda la retórica de la hipérbole a la que están acostumbrados los espectadores estadounidenses. O una hilarante escena de ruptura, que se cuenta entre las mejor escritas del cineasta.
Woody Allen, claro
está, nos promete un final agridulce: es muy posible que el insignificante
logre a la chica, no sin antes volver a fracasar. Su cine nos recuerda
que, en realidad, estamos pasando por la vida para chocar, una y otra vez,
con nuestros sueños y con nuestras frustraciones, que la inconformidad es,
irónicamente, lo que nos hace buscar la felicidad y lo que nos asegura la
infelicidad.
Es tan sabio este
director y es tan emocionante seguir viendo sus películas.
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Fuente: Blog de cine.