El cineasta habla de “Magia
a la luz de la luna”, comedia romántica, en la que
Colin Firth es un ilusionista cuya creencia en el mundo empírico se
pone a prueba por el personaje de Emma Stone, que dice ser una médium.
Woody junto a Emma Watson y Colin Firth |
Este café de la
calle Westminster, en Providence, en el estado de Rhode Island, que fue
escenario para una próxima película de Woody Allen, parecía una
extravagante ilusión escénica, rodeado de grandes pantallas que
apuntaban su luz hacia el restaurante a la vez que ocultaban cualquier
acción en su interior de los observadores de afuera.
Artificios e incertidumbre han sido constantes en la obra y la vida de Allen. Magia a la luz de la luna es la más reciente de sus películas que muestra su fascinación por los comienzos del siglo XX y propone un campo filosófico donde las fuerzas de la racionalidad y la espiritualidad pueden presentar batalla entre sí, si bien no es ningún secreto a favor de qué lado está el autor.
“Soy como Blanche DuBois”, dice Allen, de 78 años, sentado sobre una conservadora de hielo en una playa de estacionamiento fuera del café, aludiendo al personaje de Un tranvía llamado Deseo. “Espero que haya cierta cantidad de magia en la vida. Desafortunadamente, no hay suficiente. Hay pocas cosas, esporádicas, que uno podría considerar mágicas. Pero la mayor parte es realidad gris.” Esos comentarios pueden simplemente reflejar el escepticismo cómicamente abrumador de Allen, dueño de un gran poder para manejar sus palabras, ficcionales y de las otras.
Pero las opiniones también pueden aplicarse al alboroto de los meses recientes, en los que el realizador hizo frente a acusaciones que él podía haber supuesto terminadas; y a la realidad que Magia a la luz de la luna podrá comprobar en cuanto a que el público de Allen haya o no desaparecido.
La magia -forma que ha trabajado a favor de él- ha aparecido en sus películas con diversos pretextos, ya sea abiertamente, en películas como Scoop (el filme de 2006 en el que interpretaba a un inseguro aspirante a Houdini), o de manera indirecta, como en la comedia La rosa púrpura de El Cairo (en la que el personaje de una película sale de la pantalla para entrar en la vida real).
Allen cuenta que en su adolescencia la magia lo obsesionaba y que aprendía trucos con cartas, hacía prestidigitación e incluso llevaba todo eso a cabo ante públicos reducidos. Pero, dado lo que él llama “mi personalidad criminal innata”, aclara que “me interesaba ser apostador, embaucador con cartas, embaucador con dados”.
“Apuntaba a una vida al borde del crimen”, agrega. Letty Aronson, hermana de Allen y productora de larga trayectoria, dijo en el set que el interés precoz de su hermano en la prestidigitación era un signo de que era “muy, muy observador de las pequeñas cosas que pasan en la vida cotidiana”.
Pero también había un lado travieso en el acto de magia de Allen. Aronson recuerda que cuando le preguntó el secreto de un truco determinado con un cuchillo, “él me dijo: ‘si me das 5 dólares, te lo vendo’. Así que le di los 5 dólares. Nunca me dio el cuchillo y todavía no sé cómo lo hacía.” Como cineasta, Allen ha sido un escéptico manifiesto acerca del mundo más allá de lo perceptible, tan seguro de que no hay fundamento alguno para eso como lo está de que semejante fe no podría nunca arraigar en él, aunque conserva cierta fascinación por quienes la tienen.
“Pero si sos ese tipo de persona a quien le resulta difícil decepcionarse -aun cuando sea tentador creer lo otro-, entonces estás destinado a eso -explica-. Hay una cantidad abrumadora de lógica y evidencias de que todos somos víctimas de un trato desfavorable.” También cierta vena escapista podría explicar el frecuente retorno de Allen a representaciones agradables de las décadas previas a la Segunda Guerra Mundial, ambientación no solamente de Magia a la luz de la luna sino también de Días de radio, Disparos sobre Broadway (la película y también el musical de Broadway), Zelig y otras. Allen dice que esa aparente preferencia era más bien pragmatismo -la época más lógica para que ocurrieran esas historias- y también que no era una persona nostálgica. “La nostalgia es una trampa”, agrega. “Es una sustancia placentera, pegajosa, como la miel, en la que caés.” Aronson, la hermana, afirma que Woody no tenía deseos de vivir en el pasado. “Créanme, no podría vivir en aquellos días sin aire acondicionado”.
A Allen no se le ocurre la idea de concluir su carrera, que describe como una obra que mezcla fantasía con vacaciones.
“Llegás, a la mañana, y hay mujeres como Scarlett Johansson y Emma Stone con las cuales te pasás meses enteros”, dice. “Son encantadoras, son hermosas, son talentosas. Los tipos, como Colin, como Joaquin, son grandes a más no poder. Son fascinantes.” Si algún día simplemente se quedara sin ideas, Woody Allen comenta que todavía podría apoyarse en su vieja habilidad como prestidigitador.
“Probablemente pudiera trampear a algunas viejas para quitarles su pensión, si tuviera que hacerlo”, finaliza.
Traducción: Román García Azcárate
Extraído de http://www.clarin.com/extrashow/cine/nostalgia-trampa_0_1226877468.html