¿Hay que colorear las viejas películas?
Por Woody Allen
Ilustración de Horacio Fidel Cardo
En este mundo de potente autoaniquilación, hambrunas y SIDA, terroristas y funcionarios públicos deshonestos y evangelizadores charlatanes y "contras" y sandinistas y cáncer, ¿realmente importa si algún chico enciende el televisor y por casualidad ve "El halcón maltés" en colores? En especial si puede sencillamente girar una perilla y optar por verla en el blanco y negro original.
Yo creo que sí, que existe una diferencia y que las ramificaciones de lo que se llama coloreado no son algo maravilloso de contemplar. Dicho sin vueltas, los propietarios de miles de películas estadounidenses en blanco y negro creen que habría un público más amplio para ellas, y en consecuencia más dinero si se las reprodujera en colores. Dado que tienen computadoras que pueden poner color a obras maestras en blanco y negro como "El ciudadano", se presenta un grave problema para todos aquellos a los que les interesan esas películas y se preocupan por nuestra propia imagen como cultura.
No me referiré a la calidad del color. No es buena, pero probablemente mejorará. Actualmente es como la música funcional. No tiene alma. Todos los rostros son presentados con la misma placidez mortal. La elección de qué colores debe tener el vestuario o de qué color deben ser la habitaciones (decisiones artísticas cruciales en la realización de una película) quedan a merced del capricho y las suposiciones de técnicos en computación que no están capacitados para tomar esas decisiones.
Probablemente es falsa, aunque no vale la pena debatirla aquí, la afirmación de que los jóvenes no mirarán el blanco y negro. Y creería que si, a juzgar por la cantidad de videos musicales de moda y avisos de MTV que se hacen en blanco y negro, indudablemente sobre la base de estudios de mercado. El hecho de que audiencias de todas las edades hayan mirado a Charlie Chaplin, Humphrey Bogart, James Stewart, Fred Astaire -de hecho a todas las estrellas y películas de la llamada Edad de Oro de Hollywood- en blanco y negro durante décadas sin disminución de su placer tambíen me hace dudar de esas grandielocuentes alabanzas al color. Otro argumento que esgrimen los coloreadores es que siempre se podrá ver el original si se prefiere. La verdad, sin embargo, es que en términos prácticos lo que sucederá es que emitirán las versiones en color mientras algunas copias simbólicas de los originales en blanco y negro yacerán preservadas en bóvedas, sin promoción ni público.
Otro aspecto del problema que debe mencionarse (aunque no es el terreno crucial en el cual me afirmaré) es que las películas estadounidenses son una herencia cultural histórica que enorgullese a nuestro país en todo el mundo y deben ser vistas como se quiso que fueran.
Cualquiera se opondría a la desfiguración de los grandes edificios o pinturas, y, en el caso de las películas, lo que empezó como un entretenimiento popular, al igual que la música de jazz, ha evolucionado hasta ser una forma seria de arte. Ahora bien, alguno podrá preguntar: "¿Es arte una vieja película de Abbott y Costello? ¿Debe contemplársela del mismo modo que "El ciudadano"?" La respuesta es que debe ser protegida, porque todas las películas tiene derecho a su integridad personal y, despues de todo, ¿quien sabe qué considerarán las generaciones futuras como obras de arte de nuestra época?.
Fuente: Diario Clarin, Buenos Aires, martes 11 de agosto de 1987.
Datos personales
- Julio Diz
- Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.