Allan Stewart Königsberg, más conocido como Woody Allen, ha concebido y dirigido películas que constituirán un documento de estudio para la civilización alienígena que invada las ruinas de la Tierra dentro de miles de años. Cuando las contemplen (ambas, las ruinas y las películas), se preguntarán si el retrato pormenorizado de las neurosis de los habitantes de las grandes ciudades de la era del petróleo, con Nueva York como su máximo exponente, son una crónica realista. Cuando leemos a Dostoyevski hoy, alienígenas del presente, es imposible no creer que los pobladores de las grandes ciudades rusas del XIX eran como en sus novelas. La obra de Woody Allen constituye, en mi opinión, además de una inmensa obra de arte, todo un documento antropológico sobre buena parte de las neurosis de nuestro opulento y obeso (aunque el autor sea un tirillas) mundo occidental urbano.
Si contemplamos al personaje en perspectiva, conviene tener presente que a los dieciséis años,
Woody Allen ya cobraba más que su padre, grabador de joyas y camarero, y que su madre, contable en una tienda de la familia, y lo hacía escribiendo chistes para una revista a la salida del instituto. Definido por su madre como un hiperactivo, antes de dirigir su primer largometraje en solitario, Toma el dinero y corre (1969)(En Argentina, Robó, huyó y lo pescaron) con 34 años, ya era una estrella total en EE.UU. Había empezado como guionista de monólogos, después como monologuista en clubs neoyorquinos y finalmente se había convertido en estrella mediática codiciada por las televisiones. Sus primeras películas como director pretenden ser sátiras sobre diversos temas: la delincuencia marginal, la ciencia ficción, las dictaduras sudamericanas, el sexo o la literatura rusa del XIX. En mi opinión, son una muestra de su desbordada creatividad, pero sin cauce alguno; dispara en todas las direcciones a ver si en alguna alcanza al público. En todas ellas, salvo en La última noche de Boris Grushenko, le acompaña un coguionista o un autor literario: Mickey Rose, David Reuben o Marshall Brickman. Parece como si los productores, o bien él mismo, no confiasen en su ametralladora de gags para concebir una obra dramática extensa.
Hubo que esperar hasta 1977 para la metamorfosis que dio un giro a su carrera: Annie Hall. Esta película establece un puente formidable entre los gags de todo lo anterior y la temática y la estética posteriores. La grandeza de esta película se debe a muchos factores, pero fundamentalmente a dos: la fotografía y el guion. Gordon Willis, conocido como “El príncipe de las tinieblas” desde su trabajo en El padrino es el encargado de fotografiar una comedia como si fuera un drama. Willis seguiría trabajando con Allen durante una década, casi en exclusiva, hasta La rosa púrpura de El Cairo. Como coguionista figura el mencionado Marshall Brickman, que también había coescrito el guion de El dormilón. Es ésta la primera película autoconsciente de Woody Allen, la primera en la que pone su atención en las relaciones sentimentales de la clase media alta neoyorquina, a la que él pertenece. Consigue con ella un éxito clamoroso, ¿y qué hace después?, Interiores, un drama escrito en solitario en el que emula (por decirlo de una manera suave) el estilo de Ingmar Bergman. Tras el fracaso, vuelve a llamar a Marshall Brickman para coescribir lo que supone, en mi opinión, su mejor película, Manhattan, en la que ambos vuelven a poner la atención en esos artistas que deambulan por el Upper East Side cargados de inseguridades y obsesiones. Ni que decir tiene que la fotografía de Willis conforma un icono de la cultura del Siglo XX. De nuevo, éxito de público y crítica. ¿Y a continuación?: Stardust Memories (Recuerdos). Escrita nuevamente en solitario, constituye un homenaje, imitación o sátira de su admirado Federico Fellini. De nuevo consigue un fracaso rotundo.
Pero no vuelve a llamar a Marshall Brickman en esta ocasión sino que se encierra a escribir sus propios guiones para películas de época. Sorprendentemente (una vez más), escribe y rueda: Comedia sexual de una noche de verano, Zelig y La rosa púrpura de El Cairo. Pero el éxito rutilante no regresará hasta Hannah y sus hermanas, con la que continúa la temática iniciada junto a Brickman en Annie Hall y Manhattan, pero esta vez en solitario.
Marshall Brickman |
Woody Allen está cerca de haber dirigido 50 películas de varios genéros, tonos y épocas, pero son sin duda las que retratan las neurosis de los artistas de las ciudades occidentales, que él conoce tan bien, las que constituyen una contribución significativa a la historia del cine. Además de las ya citadas, Maridos y Esposas, Crimenes y pecados, Los secretos de Harry o Conocerás al hombre de tus sueños abordan con gran acierto este género que después ha sido tan mediocremente imitado, salvo, quizás, en Cuando Harry conoció a Sally…, escrita por Nora Ephron.
Llegados a este punto, cabe preguntarse quién es Marshall Brickman.
Allen y Brickman se conocieron en la tele. Éste coescribió junto con Mickey Rose (después coguionista de Toma el dinero y corre y Bananas) y el propio Allen un especial de The Kraft Music Hall que interpretaría Woody Allen cuando ya era una estrella. Marshall Brickman produjo y escribió varios programas de comedia para la televisión. Como curiosidad, fue guionista de Los teleñecos. Ha dirigido varias películas sin éxito, entre ellas Simon, una comedia de ciencia ficción al estilo de El dormilón. Es además coautor del libreto del exitoso musical de Broadway Jersey Boys.
Una cuarta película de Woody Allen tiene la firma de Brickman en el guion: Misterioso asesinato en Manhattan, que aunque se estrenó en los noventa, fue coescrita durante su colaboración en los años setenta, descartada entonces y desempolvada después por Allen durante su crisis personal con Mia Farrow.
Ambos siguen vivos, Allen y Brickman. Alguien debería interrogarlos por separado (juntos no creo que quieran) sobre los procesos creativos que engendraron los guiones de aquellas dos maravillosas películas: Annie Hall y Manhattan. Alguien debería investigar de quién fue la idea de retratar a sus amigos neoyorquinos y si fueron autoconscientes de que estaba creando un género mientras lo hacían.
Extraido de http://www.nuvol.com/opinio/woody-allen-y-sus-coguionistas/