Woody
Allen es uno de los
cineastas más conocidos, imitados, respetados y admirados del planeta.
También uno de los más activos, estrenando una película por año, algo digno
de elogio teniendo en cuenta su edad (nació el 1 de diciembre de 1935) y que
escribe sus propios guiones. Debutó como director en 1969, y lo hizo para
evitar que se repitiera la mala experiencia de su primer trabajo en el cine,
como guionista y actor en ‘¿Qué pasa, pussycat?’ (‘What´s New,
Pussycat’, Clive Donner, 1965).
Me consta que para
mucha gente, Allen es uno de esos “autores” (léase con tono
despectivo) que cuentan con el apoyo casi incondicional de la crítica y un
público intelectual, que de vez en cuando hace algo que también gusta al
resto de los mortales; casi por azar, añadirían algunos. Sin embargo, este
(desproporcionado) retrato no comenzó a dibujarse hasta el estreno de
‘Interiores’ (‘Interiors’, W. Allen, 1978), con el que el neoyorquino se
esforzó por acercarse al estilo de su cineasta favorito, Ingmar Bergman. Era su séptimo largometraje como
realizador y trató de hacer algo diferente, distanciándose de la legión de
seguidores que fue acumulando durante su etapa cómica.
Allan Stewart Konigsberg
comenzó a ganar dinero ya en su etapa de instituto, enviando chistes a
diferentes periódicos de Nueva York con el alias de Woody Allen.
Trabajó para una agencia de publicidad escribiendo frases ocurrentes que se
ponían en boca de celebridades, fue guionista y cómico invitado en diferentes
programas de televisión, grabó discos con sus mejores chistes y realizó giras
por diferentes capitales de EE.UU. con sus espectáculos de “stand-up comedy”
(o monologuista). Era una estrella cuando le ofrecieron entrar en el mundo
del cine. ‘¿Qué pasa, pussycat?’ iba a suponer una estimulante
colaboración entre Allen y Warren Beatty, autor de la idea original —y
del título, que era su frase para ligar—, pero los productores se apoderaron
del proyecto y lo condujeron en la dirección que se les antojó.
Beatty abandonó el
barco cuando Allen se vio obligado a reescribir el guion para incluir
las sugerencias y exigencias de los señores que ponían la pasta, quedando el
papel de sufrido Don Juan en manos de Peter O’Toole, al que se sumó el
genial Peter Sellers y un plantel de hermosas actrices encabezado por Romy
Schneider, Paula Prentiss, Ursula Andress y Capucine, que por aquel
entonces era la novia de uno de los productores. Echando la vista atrás, Allen
solo tiene buenas palabras para sus compañeros de reparto, el director y la
ciudad de París, donde filmaron —ahí se plantó la semilla para ‘Midnight in Paris’ (2011)—, pero acabó harto de que
modificaran y destrozaran su guion para hacer la película más accesible y
comercial, llegando a ser la única vez en toda su carrera que insultó a
alguien durante un rodaje (al productor Charles K. Feldman).
Sobre ‘¿Qué pasa,
pussycat?’, Allen ha declarado que si se hubieran ceñido a su
guion, “sería el doble de divertida y habría recaudado la mitad“.
Efectivamente, fue un éxito de taquilla, lo que le ayudó a seguir trabajando
en el negocio y optar a nuevas oportunidades, a pesar de que para él había
sido una experiencia desagradable (no olvidemos que idolatra el cine europeo,
más artístico que el industrial de Hollywood). Estoy convencido de que la
película habría sido más ingeniosa conservando el texto de Allen (hay
situaciones y diálogos hilarantes donde se nota claramente su firma) y
comprendo su rechazo personal hacia el film, pero el resultado final no es ni
mucho menos un trabajo despreciable. Y es que solo por las tronchantes
escenas donde interviene Sellers (la del poema bajo el balcón es de
carcajada) ya merece la pena ver ‘¿Qué pasa, pussycat?’.
La trama no tiene
complicación, O’Toole da vida a una versión cómica y elegante de un
adicto al sexo, que desea reprimir sus impulsos para poder casarse con la
mujer que supuestamente ama. Para ello acude a la consulta del Dr.
Fassbender, interpretado por Sellers; el problema es que el
psicoanalista es un absoluto perturbado y solo agrava los problemas del
protagonista, que a su pesar va acumulando conquistas mientras aparenta
formalidad y compromiso hacia su pareja. En cuanto a Allen, se limita
con el personaje de Victor a componer el nervioso, cobarde y torpe tipo
desafortunado con las mujeres que esperaban de él. La única labor de las
actrices es resultar atractivas y mostrar deseo ante las miradas seductoras
de O´Toole, así que cumplen. Cabe destacar un divertido cameo de Richard
Burton pero si uno pestañea se lo pierde.
Realizada con
escasa imaginación, con una puesta en escena enfocada por completo a lucir a
los actores, la película cumple su propósito como ligero y simple
entretenimiento al alcance de cualquiera, con Sellers y Allen
encargados de hacer reír mientras O´Toole y sus “pussycats” se ocupan
de que suba la temperatura. Hay que tomársela como lo que es y verla con el
ánimo adecuado, porque si esperas que te alegre un mal día o que te mantenga
pendiente de la pantalla de principio a fin, te has equivocado de título.
Para terminar, a continuación os dejo con un extracto de la descacharrante
conversación que mantienen el Dr. Fassbender y Victor en una escena en la que
el primero intenta poner en marcha un extravagante suicidio y el segundo (que
celebraba un triste 29º cumpleaños, justo el día que los cumplía realmente Allen)
lo interrumpe para contarle su gran problema sentimental…
- Estoy enamorado de una chica y ella
no me ama, ama o otro tipo. Y yo estoy en medio.
- Ya veo. Sí, sí…
- ¿Qué cree que
debería hacer?
- Bueno, ¿porque no
se compra un coche deportivo?
- ¿Un coche
deportivo?
- Si, un pequeño y
bonito biplaza. Francés, alemán, italiano. Y va por ahí “BROOOM”. Usted sabe,
a ellas les encanta. Signo de virilidad masculina. Tal vez necesite dos,
quizá.
- No sé conducir.
- Bueno, atropella
a unas cuantas personas. Lo principal es que consiga la chica. Eso es lo
único que importa.
- ¿Sabe?, para ser
doctor, suena terriblemente poco ético.
- ¿Poco ético? ¿Qué
demonios me importa la ética? Mi padre, el más querido ginecólogo de Viena,
mientras se lo llevaban por exposición indecente en la Sala de Opera Estatal,
dijo, y cito: “Por favor no me lleven, no lo volveré a hacer.”
- Brillante cita.
- Era un brillante
pervertido.
- Oiga, es mi
cumpleaños.
- Eso ya me lo
dijo.
- ¿Podemos volver a
él?
- ¿Qué pasa con mi
funeral?
- Hagamos su
funeral primero, luego mi cumpleaños.
Fuente: Blog de cine.
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Datos personales
- Julio Diz
- Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.