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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

lunes, 3 de diciembre de 2012

¿Cuántas veces cabe Woody en Allen?


“Zelig” transforma al cómico en un camaleón.

 
Gordo entre gordos, negro entre negros, plumoso entre indios, gangsters entre gangsters: “Zelig” –personaje del título de gran éxito de Woody Allen- parece haber encontrado en un sorprendente mimetismo la clave de la vida social. La película fue aclamada por la prensa norteamericana y recibida con halago pero sin estridencias por el mismo Woody, que ya prepara otro film, mientras rinde culto al jazz tocando en los sótanos de Manhattan. Ese nuevo trabajo suyo será también en blanco y negro y él lo definió como “una pequeña comedia humana”: por ahora, el título elegido es “Broadway Danny Rose” y se ignora quienes serán los integrantes del reparto.
 
Woody Allen vuelve a saborear –sin empalagarse, con ese otro mérito de su inteligencia- las mieles del éxito. La crítica norteamericana puso por las nubes su última película, Zelig, considerada como un nuevo pulimento (no puede hablarse de culminación en un creador tan activo) de su estilo personalísimo. Woody, como siempre, asiste al nuevo éxito con esa impasibilidad un tanto perpleja con que vive cada logro de su carrera. Nunca pareció enrolado –y Zelig no es la excepción- en las ansiedades de un mercado casi siempre cruel, que suele medir el talento en cantidad de entradas vendidas. Este genio tímido y elusivo, cargado de complejos e inseguridades, que encontró la mejor terapia en su cine (“hace 20 años que me analizo y no he mejorado demasiado. Es más, mi analista murió hace cuatro años y yo ni siquiera me di cuenta”, ironizó hace poco) asume cada rodaje con una perspectiva muy intimista. Su humor apunta a blancos de la realidad contemporánea, pero tiene como víctima esencial al mismo Woody Allen. En cualquiera de sus films –desde Robó, huyó y lo pescaron a Sueños de seductor o Manhattan- el personaje central es, intrínsecamente, un perdedor nato que camina angustiado por la cornisa procurando no caer…  o caer de la manera menos ridícula posible.

Y acaso Zelig, en sus discretos ochenta y cuatro minutos de duración, signifique el hallazgo salvador para anular tantos sobresaltos: mimetizarse de golpe con el interlocutor hasta semejar un doble suyo. Interpretado por Woody Allen, Zelig se vuelve gordo entre gordos, le nacen plumas cuando está entre indios, y al pisar la ciudad de Chicago se torna oscuro, temible como un gangster del cine negro… y luego negrísimo entre achocolatados músicos de una orquesta de Jazz. La sociedad no tarda en consagrar a este camaleón como una celebridad, puesto que es símbolo de todos. Como en otras películas de Woody, una mujer (la psiquiatra Eudora Fletcher, que encarna Mía Farrow) es a la vez causa y oasis de sus desdichas.



La película está ambientada en los años 20 e incluye una serie de documentales de la época y entrevistas a conocidos intelectuales contemporáneos, como Susan Sontag, Saúl Bellow, Bruno Bettleheim e Irving Nowe. Estos aportes actuales le otorgan a la historia una curiosa dosis de realidad, dentro de su disparatado esqueleto argumental.

“El cine es un medio tan envolvente, técnica y financieramente –comentó W.A. luego del estreno de Zelig- que uno tiende a echar toda la carne en el asador en las primeras películas y eso fue lo que yo hice con la comicidad. Cuando empecé a crear mi propia técnica y no tuve que preocuparme por subsistir, quise expresarme de un modo más personal. Después del éxito de Annie Hall (Dos extraños amantes) me sentí con fuerza suficiente para hacer Interiores y cuando Manhattan triunfó, quise insistir con Stardust Memories (Recuerdos)”.


Woody Allen ya está trabajando nuevamente. Se trata de un film que habrá de titularse Broadway Danny Rose y que solo ha sido definida por él mismo como “una pequeña comedia humana en blanco y negro”. También Zelig prescinde del color y es evidente que –como los buenos fotógrafos- Allen ha comprendido que el viejo, nostalgioso blanco y negro otorga una atmósfera única, nunca accesible para la película cromática. Cuando deja de trabajar, este neoyorkino empedernido que jamás se permitió considerar a otra ciudad del mundo como medianamente habitable, continúa brindando sus conciertos de jazz en los más venerables “agujeros” de Manhattan. Quizás, otro lenguaje para seguir contando su vida.

 Fuente: Diario Clarín, Buenos Aires, jueves 28 de julio de 1983.