Seguimos con el especial
dedicado a la extensa y estimulante carrera de Woody Allen con otro título que él
desearía borrar de su filmografía. Aunque quedó muy decepcionado con la
experiencia de ‘¿Qué
tal, pussycat?’ (‘What´s New, Pussycat?’,
1965), el éxito comercial del film le proporcionó (un sustancioso cheque y) una
nueva oportunidad para demostrar su talento en las salas de cine. ‘Lily la tigresa’
(‘What’s Up, Tiger Lily?’, 1966), también conocida como ‘Woody Allen: El número uno’,
figura incorrectamente en algunos sitios como su debut en la dirección.
El propio aparece brevemente en
la película para explicar al público cuál ha sido sido su labor (cuenta que en
Hollywood querían hacer la película de espías definitiva, y como es lógico le
llamaron a él para conseguirla…); todo se resume en haberse encargado del doblaje de una película japonesa
que imitaba a su manera el estilo de las aventuras de James Bond, para lograr
una comedia con diálogos en inglés totalmente inventados, sin relación con el
guion original. De hecho, en los créditos iniciales, no aparece el clásico
“directed by” o “written by” sino “aided & abetted by Woody Allen”, es
decir, que fue cómplice de una inusual fechoría que solo tiene algún valor para incondicionales del cineasta.
Tras esta “brillante” idea se
encuentra el productor Henry G. Saperstein, de American International Pictures,
que había comprado los derechos para distribuir ‘Kokusai himitsu keisatsu: Kagi
no kagi’ (1965) en Estados Unidos pero no sabía cómo venderla para sacar el
máximo provecho. Así que se le ocurrió contratar a Allen —que,
recordemos, en ese momento era un famoso cómico— para que transformara la
película, que luego sería envuelta como si se tratara de algo similar a la
taquillera ‘¿Qué tal, pussycat?’. Allen
aceptó el reto y se reunió con un grupo de amigos —entre ellos su segunda
mujer, la actriz Louise
Lasser— para crear nuevos diálogos y convertir una disparatada
trama de espías, asesinos a sueldo, jefes con rebuscados planes malignos y
bellezas fáciles de seducir en una parodia de este tipo de historias todavía
más delirante.
El protagonista, ahora llamado
Phil Moskowitz, es un “bufón lascivo” que “siempre piensa en el sexo” y que
trabaja como agente secreto para una organización que vela por la seguridad
internacional. Phil se ve envuelto en una complicada trama cuando intenta
llevar a la cama a una de las dos hijas del soberano de Raspur, “un país irreal
que suena auténtico” (aclara que podrán fundarlo en cuanto haya un hueco en el
mapa). Este señor explica a Phil que necesita su ayuda para recuperar la receta de la mejor
ensalada de huevos duros del mundo (en la versión original es
el típico microchip) porque quien la tenga dominará el cielo y la tierra, según
una vieja leyenda. El protagonista, con la ayuda de las encantadoras hermanas,
intenta llegar hasta el malvado jefe yakuza Shepherd Wong pero una peligroso
clan rival que también quiere la valiosa receta se cruza en su camino,
creándose una forzada colaboración.
Suena divertido pero hay varios
problemas. En primer lugar, el montaje final no fue aprobado por Woody Allen, que
intentó impedir el estreno. Él entregó un trabajo y luego la productora lo
alteró como quiso, añadiendo escenas de acción de otra película —con los mismos
protagonistas: ‘Kokusai himitsu keisatsu: Kayaku no taru’ (1964)— y extractos
de un aburrido videoclip de un grupo de moda, The Lovin’ Spoonful, simulando que
tocaban en los clubes que aparecen en ‘Lily
la tigresa’; todo por asegurar un buen dinero en taquilla (cosa
que lograron). A estas desafortunadas decisiones hay que sumar el mediocre
material original y las obvias dificultades de alterar los diálogos para meter un chiste tras otro,
lo que acaba resultando cansino.
Aun así, Allen no deja pasar
la oportunidad de lucir su gran talento para el humor absurdo y consigue crear algunos momentos desternillantes
(“No me diga lo que tengo que hacer o haré que mi bigote se coma su barba”).
Son pocos, aislados, pero puede ser suficiente en las circunstancias adecuadas
(con alguna cerveza de más y en compañía de amigos con risa contagiosa es la
mejor opción) o si uno es un gran admirador del neoyorquino; de lo contrario los
80 minutos pueden hacerse eternos. Y si os ha picado la curiosidad y queréis
verla, que sea con el doblaje en inglés, en España sintieron la necesidad de
hacerse los graciosos y volvieron a cambiar gran parte de los diálogos, con un
resultado muy inferior.