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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

martes, 3 de julio de 2012

Woody Allen de nuevo.

Loco por el Jazz

Por Fernando MÉNDEZ-LEITE

Esta semana visita España para presentar su película, Dulce y melancolico, donde Sean Pean interpreta a un ficticio y virtuoso guitarrista de jazz de los años treinta. Woody Allen, el neurótico, el cómico, el músico, el paciente sobre el diván y "el cineasta más importante del último tercio del siglo", ha volcado por fin sus obsesiones musicales en la gran pantalla. Aunque el jazz siempre ha tenido protagonismo en sus filmes, nunca como hasta ahora lo había retratado de forma tan visceral. Junto a Sean Pean, el genial director ha contado también en el reparto con Uma Thurman y el descubrimiento de una actriz que dará que hablar: Samantha Morton.


Allen Stewart Konigsberg es un tipo bajito, pelirrojo y con gafas, un judío que llena sus horas libres tocando el clarinete, que ha pasado media vida intentando analizar la otra media en el diván de su psicoanalista y que conoce la isla de Manhattan palmo a palmo. Probablemente ustedes le conozcan por el nombre de Woody Allen, que utiliza desde hace más de cuarenta años cuando escribía programas de televisión que interpretaban otros actores, como Sid Caesar, Carol Channing, Pat Boone o Art Cartney.




Allen, que había nacido en Brooklyn en 1935 y se había educado en el Bronx, tiene ascendencia austriaca por parte de madre y rusa por parte de padre. Note Cherry, su madre, trabajaba como contable en una de las empresas del mercado de la calle Greenwich. Allí conoció a Martin Kónisgberg, que también trabajaba en un negocio de su padre en aquel mercado y que más tarde fue corredor de apuestas en el hipódromo de Saratoga. Allí se hizo famoso por su extraordinario parecido con el galán de la época George Raft, aunque si hay que hacer caso al biógrafo de Allen, Eric Lax, a quien realmente se parecía era al cómico francés Fernandel. Para evitar convertirse en uno de aquellos mafiosos que acostumbraba a interpretar Raft, el padre de Woody Allen abandonó aquel trabajo, vendió joyas por correo, trabajó en un salón de billares, fue examinador de huevos, extraña profesión que ignoro en qué consiste, condujo un taxi y despachó cervezas en un bar.

Modelo de compostura

En ese ambiente creció el autor de Annie Hall en la difícil América de Roosevelt, frecuentemente al cuidado de niñeras que no duraban más allá de quince días en el empleo. Cuando Allen tenía tres años una de esas niñeras le tapó la cabeza con una manta impidiéndole respirar y le dijo: "¿Ves?, podría ahogarte ahora mismo y echarte al cubo de la basura y nadie se enteraría nunca". No es extraño que el futuro Woody Allen tuviera que visitar tan asiduamente a su terapeuta y que hoy en día conserve la costumbre de evitar túneles y ascensores, que le producen una claustrofobia insuperable. El régimen familiar se completaba con frecuentes peleas a navaja abierta entre sus padres, que podían surgir en el momento más inesperado y sin que hubiera para ello un motivo grave. Simples desavenencias conyugales, que se reproducirían en la vida adulta de Allen y que él ha sabido convertir en materia de sus mejores pelícuas, que -por cierto- son casi todas.

Cuenta Eric Lax que estas peleas familiares podrían explicar el carácter de Woody Allen, que es un modelo de compostura, nunca levanta la voz ni en su vida privada ni en el trabajo, jamás reprende a un actor ni a un técnico y que sólo se enfurece con sigo mismo cuando siente la frustración de una escena que no consigue atrapar de acuerdo con su propósitos. Curiosamente, este hombre que siempre ha querido evitar las discusiones, se ha visto enzarzado en uno de los más virulentos procesos de separación que se conocen tras su ruptura con la actriz Mia Farrow, a la que previamente había convertido en fuente de inspiración para sus protagonistas femeninas, del mismo modo que lo había hecho con su antigua compañera Diane Keaton, con la que mantiene una buena relación y que aún recientemente ha intervenido en alguna de sus películas.



Al parecer, Woody Allen era un niño inteligente y activo, pero taciturno y de trato difícil, rasgos que también se han traducido en su imagen pública posterior. A los seis años descubrió Manhattan y quedó maravillado: "No sólo me enamoré de Manhattan a primera vista -ha contado después- sino que amaba cualquier película ambientada en Nueva York, las películas de detectives, las comedias románticas, las que transcurrían en los clubs nocturnos o aqueIlas en las que se veían los áticos de Nueva York". Esta fascinación se ha hecho patente a lo largo de su filmografía y tiene su expresión más conseguida en la titulada directamente Manhattan, homenaje a su ciudad a través de la música de Gershwyn.

Como Tyrone Power

Fue Blancanieves de Walt Disney, que vio a los tres años, el origen de su pasión por el cine. Su madre ha contado que durante la proyección el niño se empeñaba en levantarse de la butaca para tocar a los personajes de la pantalla. A los siete años ya estaba enganchado al cine y conocía el nombre de todas las estrellas de Hollywood. Enseguida pensó que él quería ser como Tyrone Power, como Bob Hope, que constituyó para él una revelación y hacia el que ha conservado siempre una admiración no demasiado compartida, como Humphrey Bogart, cuyo fantasma convocaría años más tade en Sueños de un seductor. Su afición al cine de esta época ha quedado reflejada en muchas de sus películas, de La Rosa Púrpura de El Cairo a Disparos sobre Broadway. De entre todas las películas que vio en su infancia, Woody Allen escoge Perdición de Billy Wilder, lo que explica diciendo que posee todas las características de una película clásica de los cuarenta, porque es en blanco y negro, tiene réplicas rápidas, es muy ingeniosa y tiene un argumento de la era dorada de Hollywood. Además salen Edward G. Robinson, Barbara Stanwyck y Fred Mac Murray y la voz en off es de lo más dura. Los diálogos son brillantes y la música de Miklos Rozsa es perfecta. Es, según el autor de Crimenes y pecados, la mejor película de Wilder, y en realidad una de las mejores películas que se han hecho nunca.

Desde el nacimiento de su hermana Letty, cuando tenía ocho años, las mujeres se convirtieron en el centro de su interés, muy por encima de los hombres. Su cine arroja un balance expresivo de su preocupación por el mundo femenino, al que ha dedicado películas completas, como Interiores, Hannah y sus hermanas, La Otra mujer y Alice. Allen confesó que, al sentirse príncipe destronado tan sólo cabían dos opciones: cargarse a su hermanita o convertirse en el hermano perfecto. Optó por esto último, porque estaba mejor visto. Letty pasó a ser el ojito derecho de su madre, mientras Allen sufría los rigores de un colegio que le aburría a morir. 


 

Refugio en los cines

Nunca fue un buen estudiante y era un experto en fugarse de las clases para refugiarse en los cines y en los partidos de rugby. Mientras tanto, empezaba a mirar a las mujeres, pero ellas no parecían enterarse. A este respecto, el autor de Maridos y esposas ha comentado: "Desde una edad muy temprana me sentí atraído por cierto tipo de mujer. Es difícil definir con precisión ese aspecto que tanto me excitaba, pero en términos generales se trataba de chicas estilo Jules Pfeiffer, esas chicas que solía dibujar con una larga cabellera negra, sin maquillaje, casi siempre vestidas de negro, con un bolso de piel y pendientes de plató". A decir verdad, no responden a este modelo Diane Keaton y Mía Farrow, y mucho menos Soon Yi. Pronto se dio cuenta de que estas chicas querían vivir en Greenwich Village y estudiar arte, filosofía o llegar a ser escritoras. También las había que querían poner una bomba en un edificio público. Allen pensó que, si no se interesaban por él, era por su profunda incultura. Sus conocimientos de béisbol no parecía atraerlas. Así es que empezó a leer y descubrió que le gustaban las novelas de Faulkner y Hemingway y, más tarde, el teatro de Tennesee Williams y O'Neill. Tanto se aficionó a la literatura que una actriz que trabajó en Manhattan comentaba asombrada que en los descansos entre plano y plano el director devoraba las páginas de Las tres hermanas de Chéjov. Seguramente estaba tomando notas para enfrentarse al rodaje de Hannah y sus hermanas, aunque el tema ya lo había tratado en Interiores, rodada justo unos meses antes.

En sus últimos años escolares, Allen ya escribía chistes que enviaba a algunos periódicos y que ya empezaban a publicarse. En 1953 se matriculó en NYU en la especialidad de Producción Cinematográfica, pero las clases no le motivaban suficientemente, aunque asistía gustoso a las proyecciones de películas. De esa época data una tesis que escribió por razones académicas y que versaba sobre Traidor en el infierno de Billy Wilder. Pero Allen no era un teórico. A los 18 años abandonó definitivamente la Universidad y se dedicó por entero a escribir gags y más tarde sketchs para cómicos entonces muy populares. Su afición a la música le llevó a conocer a Harlene Rosen, que sería su primera novia y con la que se casaría unos años después cuando ya trabajaba como guionista de sketchs en Hollywood.


 

En muy poco tiempo Woody Allen, que utilizaba ya este seudónimo, pasó a ser un escritor muy cotizado. Trabajó para la NBC y fue contratado por los estudios de Hollywood para escribir para la televisión. Allí aprendió la técnica junto a Danny Simon, hermano del dramaturgo Neil Simon. A los 21 años se casó con Harlene y pocas semanas después escribía a un amigo: "Todo lo que cocina mi mujer sabe a pollo. No cabe duda de que soy feliz en mi matrimonio, salvo el tiempo que paso fuera de la cama". Fascinado al leer Deseo bajo los olmos, escribió al mismo amigo: "Mis ideas carecen de oficio y de un punto de vista coherente, tienden siempre hacia lo que sólo puedo describir como una atmósfera poética construida a partir del horror existencial, la demencia y la muerte". Aquel cómico veinteañero anunciaba ya al director de La última noche de Boris Gruschenko, Sombras y niebla o Crimenes y pecados.

Pronto Woody Allen s presentó como actor de sus propios sketchs ante el público. Fue animador -entertainer- en colonias veraniegas y clubs nocturnos, y alternó esa actividad con la dirección de su propies sketchs para el teatro y la televisión. De ahí al cine sólo había un paso y en 1965 debutó como actor en la película de Clive Donner Que pasa, Pussicat?, compartiendo cartel nada menos que con Peter O'Toole, Romy Schnelder, Peter Sellers, Ursula Andress y Paula Prentiss. En ese cartel el único desconocido era un tal Woody Allen. Antes de pasar a la dirección interpretó Casino Royale.

En 1969 Woody Allen dirigió su primera película, Robó, huyo y lo pescaron y con este sólo título se convirtió ya en un cineasta de culto. Por entonces estaba casado con la actriz Louise Lasser, que interpretaba uno de los papeles femeninos, pero la protagonista fue Janet Margolin, una joven actriz que se había popularizado con la película de Frank Perry, David and Lisa. El guión lo había escrito Allen con su antiguo compañero de colegio Mickey Rose, que también colaboró en el de Bananas, su siguiente filme. Más adelante escribiría algunas de sus más famosas películas con Marshall Brickman, y hoy tiende a escribir los guiones en solitario. En un principio escribió este guión pensando que lo dirigiera Va¡ Guest, con el que había trabajado en Casino Royale, pero la United Artists se negó a aceptar al autor de La jungla de la belleza y tampoco a Jerry Lewis, a quien Allen propuso en segundo lugar. Poco a poco se abrió paso a la idea de que había llegado el momento de que Woody Allen dirigiera películas.



  
Comedias irregulares

Sus tres películas siguientes, Bananas, Todo lo que usted quería saber sobre el sexo y no se atrevía a preguntar y El dormilón, son tres comedias muy irregulares, pero por momentos muy divertidas, que en ningún caso permitían predecir que Woody Allen iba a llegar a ser el más importante cineasta americano del último tercio del siglo. Bananas, rodada en 1971, era una sátira sobre una revolución en un país latinoamericano imaginario.

En 1972, además de escribir e interpretar Sueños de un seductor, que dirigió Herbert Ross, y que fue la película que consagró su personaje, dirigió el filme de episodios Todo lo que usted quería saber sobre el sexo y no se atrevía a preguntar, en donde aparecen ya en el reparto nombres famosos, como Lynn Redgrave, que había sido nominada al Oscar por Georgey Girl, el británico Anthony Quayle, el cómico Gene Wilder, Lou Jacobi, el fordiano John Carradine, Burt Reynolds y Tony Randall. También intervenía en un sketch la señora Allen, Louise Lasser.

En 1973 colabora por primera vez con Marshall Brickman en el guión de El dormilón, una comedia de ciencia ficción que deja ver ya la evolución del talento del autor. Allen cuenta el origen de esta película: "Quería hacer una comedia neoyorquina en la que al final el protagonista se acerca a una máquina criogénica y es accidentalmente congelado. Luego habría un descanso, puesto que la película tenía que durar cuatro horas, y en el segundo acto el protagonista se despierta quinientos años después". Más tarde se decidió que la película contaría sólo la segunda parte de la historia. Tal vez la primera diera lugar unos años después a Annie Hall, lo que no deja de ser una especulación por mi parte. El dormilón es la primera película dirigida por Allen que protagoniza Diane Keaton, que se había convertido ya en su compañera y que le acompaña en La última noche de Boris Grushenko, Anni Hall, Interiores, Manhattan y Misterioso asesinato en Manhattan.


 

Después de La última noche de Boris Grushenko, rodada en Francia y Hungría en 1975 y que es una reflexión en clave de parodia sobre el amor y la muerte, ambientada en la Rusia de 1812, Allen sorprendió a propios y extraños con Annie Hall, una originalísima comedia realista sobre las relaciones de pareja, a caballo entre las calles de Nueva York y Los Angeles, Consiguió los Oscar a la mejor película, mejor director y mejor actriz -Diane Keaton- y se convirtió en un punto y aparte en la carrera todavía incipiente del director.

A partir de ese momento, Woody Allen ha desarrollado su propio mundo con entera libertad a razón de una película por año, variando sus temas y estilo o repitiéndolos sin excesivo pudor, trabajando con los actores que le gustan y olvidándose de la relativa distancia con que Hollywood le contempla. Muchos aficionados esperamos la entrega anual de Allen como agua de mayo, aunque a España suelen llegar más bien en febrero, tras su habitual estreno en el Festival de Venecia en septiembre, Si esperamos a Woody Alíen con cierta ansiedad es porque su película suele ser la mejor del año. No lo piensa así la Academia de Hollywood, que después de aquel recibimiento fundacional en el 77, suele ignorar sus películas en las nominaciones anuales, reservándole habituales menciones en las especialidades de guión o actriz secundaria -Dianne Wiest lo ha ganado dos veces, por Hannah y sus hermanas y Disparos sobre Broadway-.

Influencia decisiva

Las grandes comedias sentimentales de Woody Allen rodadas después de Annie Hall, es decir, Manhattan, Broadway Danny Rose, La Rosa Púrpura del Cairo, Hannah y sus hermanas, Días de radio y el maravilloso mediometraje Edipo reprimido, están en la base de la evolución del género en la década de los noventa. Tengo la sensación de que este director tan influenciable, en cuya obra hay referencias directas al expresionismo alemán -Sombras y niebla-, a la comedia americana clásica, a la Nouvelle Vague, a Fellinl, a Bergman o Rohmer, ha influido decisivamente en el cine de hoy, hasta el punto de que no se puede escribir ahora una comedia que no se sustente en las lecciones de Woody Allen, en la extraordinaria libertad con que diseña sus historias y estructuras, en el particular punto de vista sobre las mismas, en cómo construye sus personajes con un par de orochazos de salvaje ingenio. Sus tanteos en los años 80, en donde se encuentran títulos como Zelig, Comedia sexual de una noche de verano o Septiembre, le condujeron directamente a Crimenes y pecados, su última película de la década y compendio de una visión de la vida y del cine.




En los años 90 el cine de Woody Allen ha seguido creciendo y hablándonos de la soledad, la incomunicación, del papel de la mujer en la sociedad, de las difíciles relaciones matrimoniales y extramatrimoniales, del cine como fuente de inspiración, de la novela negra, de los gangsters y el teatro, del mundo de las celebridades sin razón conocida, de los judíos y los gentiles, de los conservadores y de las putas, de las madres y las esposas, de las artistas y las modelos... y siempre de él mismo, hasta llegar a Los secretos de Harry, otro film-compendio. Ha variado los tonos y alternado los géneros, ha experimentado con la planificación y la banda sonora, y ha creado un singular mundo de claves reconocibles, haciendo convivir el humor y el drama con extraordinaria facilidad y sencillez. Títulos como Maridos y esposas, Misterioso asesinato en Manhattan, Disparos sobre Broadway, Poderosa Afrodita, Todos dicen te quiero o Celebridad dan la medida de la importancia de la obra de Allen al borde del siglo XXI. Por eso estamos esperando a Woody. Como todos los años por estas fechas.

FABULA MUSICAL

La mente de Woody Allen ha conjurado en su último filme, Dulce y melancolico -sobre la que los críticos norteamericanos han descargado palabras de reconocimento-, a Emmet Ray (Sean Penn), un ficticio guitarrista de jazz de los años 30. Durante la época del swing, este genial músico representa la sombra del héroe del jazz Django Reinhardt, aquel virtuoso de la guitarra que tocaba metrallas de armonía con apenas dos dedos en la mano izquierda -el resto eran muñones-. En esta fábula-comedia (¡cómo no!), sobre un artista que es seducido por el espíritu del jazz, tortuoso a la par que agridulce, Woody Allen ha vertido al fin todos sus fantasmas musicales. Como muchos jazzman de la época, Emmet Ray exhibe una sublime virtuosidad en su arte -Sean Pean, que nunca había cogido una guitarra antes de rodar la película, tuvo que aprender de memoria 30 endiablados solos de guitarra-, pero también una personalidad cómica y caótica. En sus trasiegos de New Jersey a Chicago, de Detroit a Hollywood, cruzan dos mujeres por su vida: Hattie (magnífico debú de Samantha Morton, a quien Allen otorga la calidad expresiva de Harpo Marx) y Blanche (Uma Thurman resplandeciendo glamour). Por los innumerables nightclubs -la película se rodó en 85 localizaciones- desfilan conocidos jazzistas: Nat Hentoff, Douglas McGrath y el propio Woody Allen. En primer plano, la música de Howard Alden, considerado uno de los más versátiles guitarristas del momento, que da voz a la guitarra de Emmet Ray. La banda sonora incluye además grabaciones originales de Reinhardt, así como del violinista Joe Venuti y el guitarrista Edie Lang, junto a otras estrellas ya apagadas que llenaron de color el cosmos musical de aquellos años. 






Fuente: Portal El Cultural.es, http://www.elcultural.es/version_papel/CINE/17896/Woody_Allen_de_nuevo