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Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de El Revisionista, Series de antología, y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

miércoles, 24 de abril de 2013

La vida entre Europa y Estados Unidos.


EXCLUSIVO WOODY ALLEN HABLA DE SU NUEVA PELICULA, “SCOOP”.

“Conseguí lo que soñé, ser un cineasta europeo”

El film protagonizado por Scarlett Johansson y Hugh Jackman es un retorno a la comedia disparatada, con un periodista que le hace una gambeta y el mismo Allen encarnando a un mago. Con sus 70 años, el legendario director parece cómodo tras romper con el mundo de Hollywood. Y aunque vuelve a caminar las calles de Manhattan, no duda en ver un panorama sombrío en su país: “Esta administración es una de las peores en la historia de EE.UU.”



Por Jesús Ruíz Mantilla *

Tenía que haber sido boticario: eso le decían sus padres. Una buena farmacia allí en Brooklyn, donde el muchacho, con ese aspecto enfermizo, dispensara medicinas, vendas y cepillos de dientes para todo el barrio sin meterse en líos. Pero su vida estuvo permanentemente desenfocada. Se empeñó en ser artista y de culto, se le metió en la cabeza escribir historias raras y jugar con los tabúes como quien hace malabares, cambiarse el nombre y elegir uno más en concordancia con su espíritu de clown que de rabino. Así fue como Allen Stewart Konigsberg pasó a ser Woody Allen, el icono que en lugar de calmar los males los evidencia, si no con un ataque de hipocondría histérico, desnudando las vergüenzas con retratos descarnados de la especie, con ese sistema milimétrico de trabajo que tiene y que alterna magistralmente el drama y la tragedia con su don innato para la comedia.

Por eso y, según el jurado, “por ser un hombre clave en el último tercio de la historia del cine, y porque su ejemplar independencia y su agudo sentido crítico lo perfilan como un ciudadano del mundo anclado en Nueva York”, fue por lo que le dieron un Príncipe de Asturias de las Artes hace ya cuatro años, en 2002, un premio que él recogió como perdido en uno de sus sueños. “Cuando me lo dijeron, yo creía que había sido un error de algún funcionario. Y cuando fui y me vi rodeado de toda esa gente, de Daniel Barenboim y Edward Said; de Arthur Miller, que lo recogió el mismo año que yo; de los científicos, los médicos, pensé que en cualquier momento aparecería alguien para aclarar que lo mío había sido un error. Pero nadie se dio cuenta”, asegura.



No sabe cuál será su próximo guión. Está deshojando la margarita entre dos historias ya escritas. Lo que sí sabe es que su próxima película la rodará en Barcelona. “Será con dos estrellas norteamericanas y otros dos actores españoles, aunque no elegimos todavía”, cuenta Allen. “Habrá que ver quién está libre para esas fechas”, dice, lamentándose, como si fuera el último de la fila de los castings cuando hay varias estrellas que darían un brazo por trabajar con él. Lo cuenta en la sala de proyección de su estudio en Manhattan, el mismo sitio donde vio todas esas películas rodeado de sus vinilos de jazz y otros géneros, que guarda como tesoros. Dos asistentes lo ayudan en ese escondrijo inadvertido en mitad del centro del mundo. Es el lugar donde ultima los detalles de preproducción de su nueva película, donde monta su última obra rodada en Londres, El sueño de Cassandra, mientras todavía medio mundo no vio Scoop, la comedia disparatada que sigue a Match point, esa obra maestra digna de un alumno aventajado de Shakespeare. “En las tragedias Shakespeare me parece genial, aunque en las comedias no me gusta tanto”, apunta Allen, que durante toda su vida se sintió preso por otro aspecto de su vida desenfocada que tiene que ver con ese dilema. “Me encanta la tragedia, y cuando se me ocurre alguna idea, la desarrollo y la hago; pero mi don natural es cómico”, confiesa.

Por ambos caminos, por el trágico y el cómico, Allen consiguió su sueño, aunque éste delate un aspecto más de su estado de traspié permanente: “Por fin soy un cineasta europeo”. Sus tres últimos títulos componen la etapa londinense. En Match point y en El sueño de Cassandra, desarrolló la tragedia de aroma shakespereano, mientras que en Scoop dio rienda suelta a su vena cómica para contar la historia de un periodista que hace un alto en el camino en su viaje al otro mundo y le hace una gambeta a la muerte para dar una exclusiva a una joven colega que debe aprovecharla. En la refrescante Scoop, todo un catálogo satírico sobre los tics británicos, vuelve a aparecer Allen como actor –interpretando a un mago– junto a la bellísima Scarlett Johansson y Hugh Jackman. La actriz, en pleno auge de su carrera, le tomó el gusto al estilo Allen y repite con el director después de su arrebatadora aparición en Match point. Ambos se entienden bien. “Quería hacer una comedia con Scarlett”, asegura el cineasta.


Y también le gustó filmar en Londres: “Rodamos allí en verano; no hay mucha gente, el clima es mucho más suave que en Manhattan, los actores ingleses son una maravilla...”. Fue una etapa cubierta por la necesidad, pero Allen no parece guardar rencor a nadie. “Sencillamente, en Estados Unidos no conseguía dinero para mis películas y me tuve que ir”, confiesa. Con ello consumó una de sus grandes traiciones: ¡Tres películas seguidas fuera de Manhattan! A quien se le hubiese ocurrido hace diez años lo habrían tachado de loco. Más cuando, en su etapa anterior, Allen había conquistado a los productores de Hollywood y se alió con Dreamworks para hacer Ladrones de medio pelo, La maldición del escorpión de jade y La mirada de los otros. Pero sólo tres asaltos aguantó Allen con los ejecutivos californianos. Aunque quien viera La mirada... comprendería fácilmente qué corte de mangas les hacía a los capos de la industria. Cuando se le pregunta, ríe maliciosamente. Pero aquella historia sobre un director de cine que se queda ciego mientras rueda una película representó el no va más con los grandes estudios. ¿Por qué? “Tuve mucha suerte cuando empecé a hacer cine. Me encontré con Arthur Crim y me lo dio todo, pero en los últimos años se produjo un cambio muy grande en la industria”, asegura Allen. “Las productoras descubrieron que pueden ganar 400 millones de dólares con una película. Que la estrenan un viernes, y un lunes ya tienen 50 millones en el bolsillo. Si pierden 100 millones con una, lo ganan con otra”, analiza el cineasta. “Conmigo no invertían más de 15 millones de dólares, pero querían saber todo.” Empezaron a meterse con diplomacia, pero antes de que se colaran hasta la cocina, el cineasta, un maniático de la libertad creativa, les paró los pies. “Me empezaron a decir que era un placer hacer películas conmigo, pero que por qué no les dejaba ver el guión, no los dejaba aconsejarme en el reparto...” No se esperaban la respuesta de Allen. “Me decían que no querían ser solamente un banco, y yo les contesté: ‘¡Pero si eso es lo que son! ¡Y lo hacen muy bien!’. Intenté convencerlos de que con eso me bastaba y que de todo lo creativo ya me ocupaba yo. Así que rompimos amistosamente.”

Antes de comenzar su etapa londinense, Allen hizo dos películas más con productores independientes en EE.UU. Melinda y Melinda fue una vuelta de tuerca en su carrera. La historia de dos mujeres idénticas, una muy feliz y otra tremendamente desgraciada, representaba un desnudo creativo arriesgado, un experimento del que está orgulloso y que presagiaba la obra posterior, Match point. Otra etapa, otro camino que además lo saca de donde no había salido en décadas. “Melinda y Melinda lleva dentro lo que para mí es una batalla creativa constante entre la comedia y la tragedia”, dice. Pero no es la única dicotomía que todavía no resolvió. Otra es su identidad. Quizá por eso, su fascinación va en aumento, porque a los 70 años sigue sin encontrar respuestas. “Decía que conseguí lo que soñé, ser un cineasta europeo. Pero yo me siento al tiempo muy norteamericano. Me gustan los Hermanos Marx, el béisbol, el básquet y el jazz.”Esa contradicción lo convierte en una especie de marciano que observa y retrata al género humano con precisión de rayo, a la altura de genios que él admira y persigue, como Fellini, Ingmar Bergman (en Scoop hay un homenaje a El séptimo sello, cuando un muerto quiere sobornar a la dama de la guadaña) o Luis Buñuel. “Los admiro porque su arte es universal. La gente es la gente, y puedes hacer Match point en Nueva York, en Londres y en París. Al fin y al cabo, las personas de hoy no son tan diferentes; sobre todo en las grandes ciudades, que tienen teatros, restaurantes, museos, donde viven a toda velocidad, son cosmopolitas, sofisticadas. Por eso intento que mis historias cuadren en todas partes.”Los grandes honores, los reconocimientos no alteran mucho la forma de vida tranquila que lleva Allen en Manhattan, esa isla que retrató como un pintor expresionista y un poeta, como un escritor y un psicoanalista con habilidades para las descripciones sutiles, convirtiendo su ciudad en un fetiche. Le cuesta vivir sin sus templos favoritos: “El Madison Square Garden donde voy a ver básquet, Central Park, el West Village (donde de joven se ganaba la vida como cómico en los bares), la avenida Madison...”. Sea como fuere, en Nueva York y fuera de allí, él siempre se sintió borroso, como el personaje de Robin Williams en Los secretos de Harry, fuera de lugar y como de otra época, fantasmal. “Todo el mundo desea haber vivido en otro tiempo y ser otra cosa de la que realmente es. Yo ahora pienso que hubiera sido un gran novelista en otro siglo”, dice, sin que parezca que le preocupe mucho.



Si triunfa en Europa no cautiva en EE.UU. Como él mismo dice en Wild man blues a sus padres cuando le insisten con que tenía que haber abierto una farmacia: “A lo mejor tienen razón y habría entrado más gente a la farmacia que a ver mis películas”. Pero lo tiene asumido y le resbala que alguien constate que vio Scoop en el único cine en que la exhiben en Nueva York, con sólo cinco personas entre las butacas. Su estilo no es de esta época tampoco. Su cine hay que verlo más de una vez. “Asumo que mis películas son muy densas. Tienen mucho diálogo, los personajes son neuróticos, las relaciones son muy complicadas”, afirma. Es algo que tuvo presente y lo marcó desde siempre, desde que pasó de sus hilarantes películas de gags, Robó, huyó y lo pescaron, Bananas, El dormilón o La última noche de Boris Grushenko, hasta la segunda etapa de su carrera, con Dos extraños amantes y Manhattan, junto a películas de sombra oscura como Interiores, Septiembre y La otra mujer, y aquellas en las que alcanza el clímax de su estilo, como en Hannah y sus hermanas o Maridos y esposas, para después renegar un poco de sí mismo y buscar algo más en la mezcla de géneros, algo en lo que fascina con Disparos sobre Broadway, la tiernísima Poderosa Afrodita, donde juega con el teatro griego, o la adaptación de su estilo al mundo del musical, en Todos dicen te quiero.

Allen se mueve por los alrededores de Park Avenue como una criatura sin rumbo. Baja con miedo a que alguien lo reconozca y tenga que despachar a sus fans en una situación incómoda. Aunque sabe que se encuentra a salvo de los cazadores de autógrafos. En la ciudad más cosmopolita de EE.UU. todo el mundo pasa inadvertido. Allí es donde se siente seguro, y de no ser porque a Soon Yi le encanta viajar, no se movería de Manhattan. Aunque esa vida nómada les dio a su cine y a su estilo cierto optimismo. “Si viajo y me muevo es por mi mujer. Lo hago por complacerla, disfruta, y yo ahora soy muy feliz también”, dice. A su forma positiva de ver las cosas no contribuye el gobierno de su país: “En eso soy muy pesimista. Esta administración es una de las peores en la historia de EE.UU., el liderazgo es tan pobre que no puedo imaginar algo peor”, afirma.La música también lo salva. “Viajé mucho también por las giras de nuestra banda en Europa. Ahora vamos a Nueva Orleans a tocar para las víctimas del Katrina.” Todos los lunes, la Eddy Daves New Orleans Jazz Band se reúne en el hotel Carlyle, en cuyo bar Woody y su grupo especializado en el sonido de Nueva Orleans –“el más puro, el más auténtico y el que más nos gusta”– tocan ragtime, música para desfiles y melodías del Mississippi, para un público selecto que tiene que pagar 90 dólares sólo por entrar, aparte de lo que coman o beban. Es el día grande del local: se dejan caer admiradores de todo el mundo que reservaron con mucha antelación. En este hotel de lujo, a todo aquel que llega sin reserva le piden en la barra la tarjeta de crédito, que queda automáticamente secuestrada por los camareros, por si las moscas. Hay fotógrafos de todo el mundo, parejas de recién casados y algunos americanos chics de esa clase media alta que él retrata tan bien en sus películas.


El público lo contempla a menos de seis o siete metros, la distancia máxima que puede haber entre el escenario y el fondo. Woody rara vez mira a la cara a sus fans durante la actuación; lleva el ritmo con las piernas cruzadas, y cuando no sopla el clarinete mira a un punto fijo en el suelo. A veces se anima a cantar, pero trata de esconderse entre la multitud, aunque quede a la vista de todo el mundo. Entra por la puerta de atrás, saca el instrumento y lo monta en la mesa que le tiene apartada su amigo John Doumanian, quien, junto con la hermana del artista, Letty Aronson, son dos de las personas de más confianza. Al terminar sus casi dos horas de actuación, Doumanian lo acompaña y trata de abrirse paso entre los admiradores. Todo muy sonriente y con excelentes formas, las mismas que despliega Allen en el vestíbulo del hotel, donde nadie se va sin un saludo, una foto, un autógrafo o una sonrisa tímida pero auténtica. Ahí es donde se comprueba por qué Woody sabe retratar tan bien a todos, con sus grandezas y miserias. Su actitud lo delata: simplemente le gusta hacer feliz a la gente, aunque para ello tenga muchas veces que recurrir a la tragedia y, de paso, desenfocar también un poco a todos.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.


Fuente: http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/espectaculos/5-4159-2006-10-15.html

sábado, 13 de abril de 2013

Comedia sexual de una noche de verano.


Woody Allen casi esquina Bergman.

Caricatura de Pratico.


Se titula “Comedia sexual de una noche de verano” y, aunque él niega todo parentesco con Bergman, el rótulo remite inevitablemente a “Sonrisas de una noche de verano”, que su colega sueco filmó hace más de veinte años. Son infidencias y enredos eróticos de una noche campestre, en alcobas por las que transitan el propio Woody, Tony Roberts, Mary Steenburgen y dos celebridades: Mía Farrow y José Ferrer.



Hace unos quince años atrás el inefable y múltiple Woody Allen era un tipo modesto que concedía todas las entrevistas y respondía serenamente a las incómodas preguntas que suelen formular los cronistas neoyorquinos que se especializan en el “show business”. Por entonces, Woody era ese libretista de televisión que de vez en cuando accedía al teatro con una pieza propia, y que cuando su rostro narigón y anteojudo aparecía en cámara era confundido con un empleado administrativo del canal.

Cuando cambió su suerte y la fama de “Interiores” y “Manhattan” lo proyectó a la pantalla internacional, los festivales y los análisis críticos más sesudos mimaron a este humorista, al punto de convertirlo en un geniecito, proclamado incluso por la revista “Newsweek” como una especie de “mini héroe nacional”. Entonces Woody se volvió mucho más displicente con el periodismo. Una entrevista con él llegó a valer oro; la grabación de un diálogo “ping-pong” con él durante cinco minutos era desesperadamente codiciada. Y él lo sabía.

Hasta que, de repente, la crítica le dijo cosas que no le gustaron. Porque “Stardust Memories” (Recuerdos, para el público argentino) no llegó a ser un fracaso pero le anduvo raspando. Los cronistas se tornaron duros y el genio se volvió a ablandar. Así fue que en estos días Woody Allen no solo se dignó anticipar el título de la película que está filmando sino que hasta concedió entrevistas, largas, tranquilas, como aquellas de la época en que su pieza “Play it again, Sam” (Sueños de seductor), que luego llegó al cine, se representaba en Broadway.

“Se trata de una película que celebra la alegría del verano en el campo”, dijo el actor y director. Se refería a este film en marcha, que se titula “Comedia sexual de una noche de verano”. La fórmula, sin duda, alude a un célebre y honroso antecedente: “Sonrisas de una noche de verano”, aquella “comedia” que el sueco Ingmar Bergman suscribió hace más de veinte años. La película estará lista para comienzos de la primavera (abril), y saldrá a la palestra en pleno verano (julio), para exhibirse en varios circuitos de ambas costas.

“La verdad es que no pensé en Bergman, pero si ustedes lo señalan es porque algún parentesco habrá”, dice Woody con una humildad de doble filo que suena un poco impostada.

En una entrevista concedida especialmente a “Variety”, el realizador puntualizó detalles de la trama: “El protagonista soy yo. Pero a mi lado hay otros papeles de primer nivel. Estos personajes se hallan ligados, sexual y afectivamente, y a veces los lazos secretos se concretan con la mujer o la novia de otro”. Y agregó Woody: “Los protagonistas se encuentran un poco confundidos, y esto da lugar que a veces no acierten con los dormitorios correctos, con la consiguiente confusión, vergüenza o verdadera alegría. Claro, todo esto depende del partenaire que a uno le toque en esa noche campestre”.

Junto a Woody actúan, su eterno compañero (y amigo en la vida real) Tony Roberts, Mía Farrow, José Ferrer y Mary Steenburgen.

 

Fuente: Diario Clarín, sección Espectáculos, Buenos Aires, sábado 13 de marzo de 1982.

 

jueves, 11 de abril de 2013

Querido diario español.



2 de enero.
He recibido una oferta para escribir y dirigir una película en Barcelona. Tengo que ser precavido. España es soleada y yo pecoso. El dinero no es mucho, pero mi agente se las ingenió para darme un décimo del uno por ciento de todo lo que la película recaude una vez que sobreapase los cuatrocientos millones de dólares. No tengo idea alguna para Barcelona salvo la de dos judíos que inician una firma de entrega de embalsamamientos. Puedo llegar a cambiarla.

5 de marzo.
Me he reunido con Penélope Cruz y Javier Bardem. Ella es arrebatadora y más sexual de lo que imaginaba. Durante la entrevista, mis pantalones echaban fuego. Bardem es uno de esos actores de genialidad desbordante que claramente necesitan mi mano dura.

2 de abril.
Le he ofrecido un papel a Scarlett Johansson. Antes de aceptar, me dice que el guión debe ser aprobado por su agente y por su madre. Luego tendrá que aprobarlo el agente de su madre. En plena negociación, cambia de agentes, luego ambos cambian de madre. Scarlett tiene talento, pero da mucho trabajo.

1ro de junio.
Llegada a Barcelona. Asientos en primera clase. Hotel prometido de media estrella, el año que viene instalarán el agua corriente.

5 de junio.
La filmación ha comenzado agitada. Rebecca Hall, muy joven y en su primer rol importante, es un poco más temperamental de lo que pensé y me barrió del set. Le expliqué que el director debe estar presente para dirigir el film. Por más que traté no pude convencerla y debí disfrazarme del hombre que entregaba la comida para poder entrometerme nuevamente en  el set.
15 de junio.
El trabajo finalmente se encarrila. He rodado una tórrida escena de amor entre Scarlett y Javier. Hace unos años hubiese interpretado yo su papel. Cuando se lo he dicho a Scarlett, ha soltado un enigmático “uh-huh”. Scarlett llegó tarde al set y la he regañado, explicándole que no tolero retrasos de mis actores. Ha escuchado con respeto, aunque me ha parecido que mientras yo hablaba, ella ha encendido su iPod.

20 de junio.
Barcelona es una ciudad maravillosa. Multitudes salen a las calles para vernos trabajar. Por suerte se dan cuenta que no tengo tiempo para firmar autógrafos, entonces se los piden a los miembros del elenco. Más tarde traigo unas fotos mías de 8 por 10 en la que le doy la mano a Spiro Agnew (vicepresidente durante el gobierno de Nixon en USA) y me ofrezco a firmárselas, pero para entonces la multitud se había dispersado.

26 de junio.
Filmamos en La Sagrada Familia, la obra maestra de Gaudí. Pensaba que tengo mucho en común con el gran arquitecto español. Los dos desafiamos las convenciones, él con sus asombrosos diseños y yo usando un babero para langostas en la ducha.

30 de junio.
Las tomas diarias se ven bien. Y aunque la idea de Javier de agregar una escena con una invasión masiva de marcianos con miles de extras y elaborados platillos voladores no me pareció muy buena, igual la filmaré para dejarlo contento y quedará en el cuarto de edición.

3 de julio.
Scarlett ha venido hoy con una de esas preguntas que hacen los actores. “¿Cuál es mi motivación?”. He dado un respingo: “Tu salario”. Entonces me ha dicho que estaba bien pero que necesitaba mucha más motivación para continuar. El triple. De lo contrario amenazaba con irse. Le gané de mano con su treta y me fui primero. Luego se fue ella. Ahora estamos tan alejados que necesitamos gritar para oírnos. Entonces ella dijo que iba a saltar. Yo salté también… Pronto estábamos en un impasse. En el impasse corrí hacia mis amigos y bebimos juntos. Por supuesto quedé atascado con la cuenta.

15 de julio.
Otra vez he tenido que ayudar a Javier con las escenas de sexo. La secuencia requiere que él agarre a Penélope Cruz, le arranque la ropa y la arrastre a la cama. Ha ganado un Oscar y todavía necesita que le enseñe a interpretar una pasión. Agarré a Penélope y le arranqué la ropa sin saber que todavía no se había cambiado y que era su caro vestido el que había destrozado. Sin dudarlo la llevé frente a la chimenea y me eché sobre ella. Escurridiza como es, rodó a un lado una fracción de segundo antes que yo aterrizara en el piso causándome la fractura de ciertos dientes clave. Buen día de trabajo. Volveré a comer sólido en agosto.
30 de julio.
Las tomas diarias lucen brillantes. Probablemente sea muy temprano para planear la campaña para los Oscars. Sin embargo algunas notas para el discurso de agradecimiento, me ahorrarán tiempo más tarde.

3 de agosto.
Supongo que es parte de esta profesión. Como director uno es en parte maestro, en parte psicólogo, figura paterna, gurú. ¿Con el paso de las semanas ambas, Scarlett y Penélope, han desarrollado un enamoramiento hacia mí? El frágil corazón femenino. Me doy cuenta por el pobre Javier que observa envidioso cuando las actrices me regalan ciertas miradas, pero yo le explico que ese desenfrenado deseo femenino por un icono del cine, particularmente por uno que utiliza un desprecio de frío comando, es de esperarse. Mientras cuando me acerco al set cada mañana bañado y frescamente perfumado, entre Scarlett y Penélope hay un frenesí virtual. Nunca me ha gustado mezclar negocios con placer, pero quizá deba hacerme cargo de la pasión de cada una por una buena llegada a término del film. Tal vez le pueda dar a Penélope miércoles y viernes, satisfaciendo a Scarlett martes y jueves. Como en un estacionamiento alternativo. Esto dejaría el lunes libre para Rebecca, a quien detuve justo cuando se iba a tatuar mi nombre en su nalga. He bebido unos tragos con las damas del elenco para fijar algunas reglas. El viejo sistema de los cupones de racionamiento podría funcionar.

10 de agosto.
Escena emocional de Javier. He tenido que darle unas pautas. Mientras me imita, todo va bien, pero en el momento en que intenta su propia actuación, se pierde. Entonces solloza y se pregunta cómo sobrevivirá cuando ya no le dirija. Intento explicarle con educación y firmeza que debe hacerlo lo mejor que pueda sin mí y que debe intentar recordar mis consejos. Sé que le he animado, porque al dejar su camerino he escuchado sus risas y las de sus amigos.

20 de agosto.
He hecho el amor simultáneamente con Scarlett y Pénelope en un esfuerzo para mantenerlas felices. El trío me dio una idea para el clímax de la película. Rebecca golpeaba y golpeaba la puerta. Finalmente la dejé entrar, pero estas camas españolas son tan pequeñas que no entrábamos los cuatro y cuando ella se nos unió yo no paraba de rebotar en el piso.

25 de agosto.
Hoy terminamos la filmación. Con la fiesta usual y su tristeza. Baile suave con Scarlett. Se le quiebra un dedo. No es mi culpa. Cuando ella me empujó para alejarme se lo pisé. Penélope y Javier están ansiosos por trabajar conmigo nuevamente. Dijeron que si alguna vez tengo otro guión trate de encontrarlos. Trago del adiós con Rebecca. Momento sentimental. El equipo completo entra al lugar y me regala una birome. Hemos decidido llamar a la película “Vicky Cristina Barcelona”. Las cabezas de estudio han visto todo el material. Aparentemente aman el filme y están en conversaciones para estrenarla en una colonia de leprosos. Se está muy solo en la cima.

Con amor, Woody Allen.


sábado, 6 de abril de 2013

Los hermanos sean unidos.



El sueño de Cassandra

Por Mariel Diez

 
El sueño de Cassandra está entre las mejores de su carrera, a pesar de no ser una comedia. Así como lo hizo con Crímenes y pecados y Match Point, Woody vuelve al thriller en una película donde lo sueños,  los límites y los valores morales se ponen a prueba en todo momento en una historia fraternal.

 
Los fanáticos de Woody Allen, y los no tanto, consideran que es el mejor director de cine de los últimos tiempos. Su película El sueño de Cassandra, es la mejor evidencia de esta afirmación. Y la aceptación del público en aquellos países donde ya fue estrenada sorprendió hasta al mismísimo Allen: “Me sentí gratificado por la repercusión que tuvo entre la audiencia, a pesar de que la gente piense: “Es un director de comedia” y siempre esperan que haga comedias. Creí que con Crímenes y pecados había sido claro, pero tengo que demostrar que cada tanto me gusta hacer películas que no son graciosas y que, aun así, la gente disfrute viéndolas”.

Es el film más oscuro que hizo Allen en años y uno de los  mejores de su carrera. Vale la pena comprar la entrada y disfrutarlo en el cine, precisamente para ver la versatilidad que tiene el brillante hombrecito de Nueva York.

La Película

El sueño de Cassandra cuenta la historia de dos hermanos: Ian, interpretado por Ewan McGregor, es el mayor y el más ambicioso. Terry (Colin Farrell), es más honesto y trabajador, con un perfil mucho más bajo que el de su hermano. Ambos se presentan como gente trabajadora, con respecto hacia los demás y hacia su misma relación, tanto de amistad como de sangre, pero la adicción al juego lleva a Terry a endeudarse más de la cuenta y la ambición de Ian por tener una vida más glamorosa los hace recurrir a su acaudalado tío, quien los extorsiona a cambio de dinero que necesitan para resolver los problemas.





A diferencia de casi todas las películas de Allen, ésta se centra en la relación entre hermanos, en lugar de entre un hombre y una mujer. Pasan de ser unidos como gemelos que se confían hasta la vida, a tener opiniones encontradas, especialmente sobre valores morales, ambiciones al límite al que una persona puede llegar sin que el peso de la conciencia lo haga explotar. Woody se refiere al tema defendiendo la idea de que la gente comete todo tipo de crímenes en la vida real, sin sufrir las consecuencias. “Si no tienes conciencia moral y estás dispuesto a hacer cosas horribles, no te va a detener la idea del cielo o el infierno o el más allá. Simplemente te vas a detener cuando vos mismo te pongas un freno. La única moralidad que realmente tenemos es la que nos imponemos y eso es lo que traté de reflejar en mis películas. Como en El sueño de Cassandra, hay personas que pueden comete crímenes y no tener conciencia moral al respecto, y otros que no lo pueden soportar”.

El Director

Nacido en Brooklyn en 1935, Allen Stewart Konigsberg siempre se mostró tímido, gracioso y amante del cine. La primera película que vio fue Blancanieves a los tres años y, fue tal la emoción, que se acercó a la pantalla a tocar a los enanitos para ver si eran de verdad. Durante su adolescencia enviaba chistes a periodistas de los diarios de su ciudad, quienes empezaron a publicarlos en forma anónima. Recién a los 17 años, aparecieron bajo el seudónimo de Woody Allen. Nombre que adoptó por el resto de su vida.




Tras abandonar la Universidad de Nueva York, consiguió el primer contrato en el programa The Colgate Happy Tour y empezó su carrera de cómico en varios clubes nocturnos, donde logró vencer su timidez. “Fue la peor época de mi vida. Sentía un nudo en el estómago que empezaba cuando me levantaba y recién se deshacía a las once de la noche, cuando empezaba a recitar”, recuerda. Así creció su popularidad y, gracias a su humor, le ofrecieron escribir su primer guion para la pantalla grande. Aceptó a cambio de 35 mil dólares y un papel en la película, la cual llamó What’s new, Pussycat? Era 1964, Woody empezaba a escribir su historia. 44 años y 36 películas más tarde vuelve a sorprendernos.

Todavía a los 72 años, mantiene el ritmo laboral de cuando empezó: hacer una película por año (y cuando sus ideas lo inundan, nos deleita con dos). Sin embargo, hacía mucho tiempo que no se lo notaba tan orgulloso con uno de sus films: “Hacer El sueño de Cassandra fue para mí una experiencia placentera porque tuve la oportunidad de trabajar con actores y actrices cuyos trabajos siempre he admirado y a quienes nunca antes había conocido”. Otra de las razones por las que el director disfrutó tanto es porque filmó en Londres, una ciudad que ya había albergado a sus dos trabajos anteriores y que tiene un clima ideal para él, no sólo porque lo considera perfecto para sus películas sino porque además siente que es un reflejo de su temperamento.





Los Protagonistas

Ewan McGregor quedó fascinado al trabajar con Woody Allen, por lo organizado y riguroso que es: “La mayor parte de las películas se ruedan en un plano único, donde hay mucho diálogo y no se repiten tomas. El rodaje es tan rápido que tenés que dar todo en el primer momento”, comenta. Su interpretación se destaca por la sencillez con la que se desarrolla, como si el director lo hubiese dejado actuar sin darle ninguna indicación. Colin Farrell también brinda una performance que sorprende. Su personaje es muy diferente de los papeles en los que ha trabajado, ya que interpreta a un mecánico de autos que logra mantener la grasa debajo de las uñas hasta la última escena. Para el irlandés, esta película, junto con Pride and Glory e In Bruges, marcan el inicio de una nueva etapa en su carrera, después de superar adicciones y fracasos de taquilla. De Woody Allen dijo que es una persona muy gentil y muy ordenada: “Jamás lo sentí como el director, hicimos casi toda la película con las primeras tomas. A él le gusta ver cómo es tu interpretación, confía mucho en los actores y si siente que hay algo que corregir, te lo dice de una manera tan amable que dan ganas de hacer una segunda toma”.

 
Fuente: Revista Miradas.